James Cameron con todos sus Oscar. La película más taquillera arrasó en la ceremonia.

La Academia de Hollywood está nerviosa. La audiencia de la gala de los Oscar no para de bajar y ellos no pueden permitirse eso. El evento cinematográfico del año, el que congrega a miles de millones de personas frente al televisor para ver qué película es elegida como la mejor del año, tiene que seguir siéndolo, y cuando ven que algo empieza a fallar se ponen a dar palos de ciego a ver si dan con la tecla que solucione todo.

La misión de la junta directiva de la Academia es estar atenta a los cambios en la sociedad y ver si los Oscar pueden avanzar en algún sentido. En los últimos tiempos hemos vivido varios cambios en las normas. El más relevante fue volver a diez nominadas en vez de cinco. La medida se tomó cuando la gente enfureció porque los votantes habían dejado fuera a las dos mejores obras de ese año: Wall-E y El Caballero Oscuro. La junta de gobernadores lo tuvo claro, recuperar la lista diez nominados y así entrarían otro tipo de filmes más arriesgados o, a priori, menos premiables.

La solución funcionó, Up y Toy Story 3 entraron entre las nominadas los años siguientes, pero también pervirtió una lista en la que entraron películas de dudosa calidad como The blind side -por la que Sandra Bullock ganó el premio a la Mejor actriz-. Tomaron cartas en el asunto e introdujeron el voto preferencial y con ello un número variable entre cinco y diez candidatas finales, un método que se mantiene hasta ahora.

Más importantes fueron los cambios tomados para cambiar la composición del cuerpo de votantes, dominado por hombres blancos y viejos. Ante la ausencia de Selma en las categorías principales decidieron que había que apostar por la diversidad entre los académicos, por lo que se introdujo una masa de nuevos miembros en la que predominaban la gente de color y las mujeres para terminar con el machismo y el racismo en las candidaturas.

Peter Jackson con su Oscar.

Ahora la Academia se ha sacado de la chistera dos nuevas medidas que han revolucionado a los cinéfilos de todo el mundo. Primero, reducir la gala a sólo tres horas, algo que harán quitando premios que ellos consideran de segunda de la ceremonia. Con ello establecen un clasismo y dicen a muchos nominados que su minuto de gloria no les importa nada. Algo parecido se intentó en los Goya con los cortometrajes y la respuesta brutal en contra de la profesión paró la iniciaitiva.

El segundo cambio es el que más ampollas ha levantado, y el que supone, además, un insulto al espectador y a casi todo el cine realizado ese año. Gracias a la presión de ABC, cadena que emite la ceremonia, se incluirá un premio a la película más popular. La decisión tiene poco de inocente, ya que Disney es la propietaria de la cadena, y todo hace sospechar que pretenden que sus sagas de Marvel se cuelen en el evento más visto del año. A partir de ahora se podrá ver a Los Vengadores o Episodio IX con una mención a la Mejor película (popular).

Las normas del premio no se han explicado. ¿Votará la gente entre todas las películas estrenadas ese año?, ¿sólo a las finalistas a mejor película?, ¿aquellas que recauden más de 100 millones de dólares? Sólo hay una cosa clara. Los Oscar, cediendo a esta presión, están llamando tontos a la gente que va a las salas. Les están diciendo que el cine que les gusta no tiene cabida en los premios principales, y que para contentarles y que vean la ceremonia les conceden las migajas. Habría que saber también que entienden como ‘popular’: la que más retuits tiene, la que más gusta al pueblo, la que vende más merchandising... Para ellos el concepto popular es algo incluso despectivo. Con esta separación ahondan en el clasismo de los que separan la alta cultura de la cultura popular.

Para la Academia Titanic no era una película popular, o El Retorno del Rey, o Ben-Hur, las películas más taquilleras del año que además se hicieron con el Oscar al Mejor filme del año. Títulos amados por la crítica y por el público, algo que esta nueva categoría sugiere que es imposible que pase. Durante muchos años la mejor película era la ganadora. Y cuando no coincidían no pasaba nada.

El premio popular también es un guantazo al propio cine comercial y taquillero. Les está confinando en un nicho, en una categoría para ellos que hará que, por inercia, se les olvide en las candidaturas importantes. Aunque Episodio IX se mereciera estar entre las finalistas a Mejor película, muchos no la incluirían porque ya tiene un premio destinado para ella.

Los datos prueban que las categorías especializadas sólo merman las posibilidades de esas películas en la de Mejor película. ¿Cuántos documentales y cuántas de habla no inglesa han ganado el Oscar a la Mejor película? Ninguna. ¿Cuántos filmes de animación? Ninguno. Ahora el cine popular y taquillero también está destinado al olvido, y eso va en contra de un arte que nació con la etiqueta ‘popular’ escrita en su frente.