El próximo viernes comienzan los sanfermines. Serán los primeros desde que se concedió la libertad provisional a La Manada. La sombra del machismo y el abuso sobrevuela una vez más las fiestas de Pamplona, que este año se enfrentan a peticiones de boicot y manifestaciones feministas para denunciar la situación de indefensión de la mujer. También para protestar contra una sociedad que las cuestiona y un sistema judicial que las abandona, las desprotege y perpetúa el miedo.

Parecía que la violación de La Manada cambiaría las cosas, que su sentencia sería ejemplarizante y que con ella se buscaría también limpiar la imagen de una fiesta demasiado habituada a aparecer en las páginas de sucesos. La decepción tampoco es nueva. Lo ocurrido ahora recuerda demasiado a la sentencia del juicio de Nagore Laffage, asesinada la mañana del 7 de julio, tras la primera noche de fiesta en San Fermín. En aquella ocasión un jurado popular decidió que su caso no era asesinato, sino homicidio, por lo que en vez de 22 años, José Diego Yllanes, fue condenado a 12. Ya se encuentra en libertad y trabajando como investigador de psiquiatría.

Con el chupinazo del viernes se cumplirán diez años de aquel trágico San Fermín en el que una chica de sólo 20 años perdió la vida porque decidió que no quería tener sexo con el chico que había conocido unas horas antes. Subió a su casa, y tras ver su actitud violenta prefirió parar. Él no lo toleró y la golpeó y asfixió hasta matarla. Por si fuera poco también intentó amputarla un dedo y tiró sus efectos personales para evitar su identificación. Hasta envolvió el cuerpo en plásticos para esconderlo y que no encontraran el cadáver.

Tráiler del documental Nagore.

Para entender todo lo que ocurrió alrededor de aquel caso, sus consecuencias, y ver cómo, por desgracia, las injusticias se repiten, está el documental Nagore, dirigido por Helena Taberna en 2010 y que ahora tiene una vigencia aún mayor -está disponible en la plataforma Filmin-. Taberna divide su trabajo en dos partes. Por un lado la vida de su familia, especialmente su madre Neus, que queda con los amigos de su hija para revivirla de alguna forma. Para encontrar un nuevo recuerdo, algo con lo que rememorarla. Por otro disecciona con bisturí todo el proceso judicial sobre el caso. No cuestiona, sólo ofrece los hechos para que el espectador decida si lo que ocurrió fue justo o no. Ni siquiera se entra a criticar al jurado popular, o se ofrece el contexto del asesino, hombre blanco, educado, de buena familia y solvente económicamente. Un perfil que despertó en el jurado más simpatía que el que pueda provocar otro asesino.

La madre de Nagore, que desde que la llamaron supo que “habían matado a mi niña”, sigue sin entender cómo la justicia pudo considerar que lo ocurrido fue homicidio y tiene claro que él la mató porque ella "dijo que no". La autopsia dejaba claro que fue una muerte violenta. Tenía lesiones en el cuello, en la cara y heridas internas, y los médicos consideraron que fue sometida a golpes durante un tiempo prolongado. También tenía rasgado el pantalón, el sujetador y el tanga en tres ocasiones, lo que muestra un uso de la fuerza desmedido. “Nagore era en ese momento la persona más indefensa del mundo y fue golpeada de forma salvaje”, dice el abogado de la familia en el documental durante un juicio en el que el Ayuntamiento de Irún y Pamplona también se presentaron como acusaciones populares.

El crimen no fue considerado violencia de género. La sentencia decidió que no fue asesinato, sino homicidio. Y la madre de Nagore fue preguntada si su hija "era una ligona"

Antes de asfixiarla Nagore tuvo la oportunidad de llamar al 112 para decir muy bajito que querían matarla. El abogado del asesino intentó dar la vuelta a ese hecho para decir que había sido su defendido el que llamó para confesar, lo que significaría un atenuante. También presentó el alcohol y el arrebato como excusas para rebajar una condena que finalmente les benefició. La única llamada que hizo José Diego Yllanes fue a un compañero del hospital donde trabajaba: “¿has visto Very Bad Things?”, le preguntó. Su compañero conocía la película, y supo que había matado a una chica. “¿Tú me delatarías?”, le preguntó Yllanes, a lo que su amigo respondió que no, porque iban a ir los dos a la policía a confesar el crimen. “No, si me delatas me suicido”, zanjó. No le hizo caso y su colega avisó corriendo a las autoridades. Aún así tuvo tiempo para llevar el cuerpo a un bosque donde le encontraron sus padres temblando y confesando “la barbaridad que había hecho” y que se “quería suicidar”.

El asesino de Nagore Laffage.

Lo que el documental de Helena Taberna deja claro es que la familia de Nagore sufrió, como la víctima de La Manada después, todo tipo de acusaciones machistas durante el juicio. Se la quiso culpabilizar por haberse ido con un desconocido, por besarse con él en el ascensor y por luego decirle que no. Hasta en el juicio tuvieron que soportar una pregunta intolerable: “¿su hija era ligona?”. Nadie juzgó que él tuviera novia y que reconociera que le había sido infiel varias veces, pero sí que se juzgó a una veinteañera por sus actos.

El crimen ni siquiera fue considerado como Violencia de Género, ya que la ley establecía que para que esto ocurriera, la mujer y el hombre tenían que “ser o haber sido sus cónyuges o haber estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”. Para el jurado popular no hubo alevosía, para las leyes no fue violencia de género. El resultado fue una sentencia que avergonzó a todo el mundo y que pensábamos que no se volvería a repetir. Nos equivocamos.

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