Camisa negra, cigarro en una mano, un whiskey en la otra. Gafas, barba, una banqueta y un micrófono de pie. No hacía falta nada más para que cuando Eugenio apareciera en un escenario se parara el mundo. Su peculiar forma de contar chistes le convirtieron en un fenómeno televisivo durante los ochenta y los noventa. Eugenio no pretendía hacer gracia, no hacía aspavientos ni se movía compulsivamente por el escenario, sólo contaba con su manera de hablar, su acento catalán, y su parsimonia, uno de los 50.000 chistes que él mismo escribía a mano y luego memorizaba para contarlos siempre igual.

Detrás de aquella vida de éxito, risas y montañas de dinero, se escondía un hombre frágil y con tendencia a la depresión que vio su vida truncada cuando su primera mujer se murió. Así lo cuenta el documental Eugenio, presentado en el Festival DocsBarcelona y que se puede ver hasta el 16 de junio en Filmin. Jordi Rovira y Xavier Baig han tenido acceso a los testimonios de su hijo Gerard, su hijastro Dani y la pareja que casi consigue encauzar la vida de Eugenio cuando el dolor le rompió por dentro.

La película cuenta su vida desde el comienzo, cuando nace en plena posguerra en Barcelona, con un padre que le martirizó diciendo que no sería nada en la vida y una madre que sí confió en él. También su juventud, cuando cancela una boda porque se quedó prendado de Conchita, cantante con la que se sube al escenario en el dúo Els Dos, con el que incluso se presentaron a la preselección del Festival de Eurovisión, donde quedaron segundos.

Los mejores chistes de Eugenio.

De aquel dúo musical de escasa repercusión nació el humorista Eugenio. Fue cuando su esposa tuvo que ausentarse para ir a Huelva, donde su madre estaba enferma, en el momento en el que Eugenio rellena el tiempo entre sus actuaciones con sus particulares chistes. La gente enloquece, y ese fue el principio de una montaña rusa en la que vivió el auge de una estrella y su caída hasta los infiernos de la cocaína.

La parte buena fueron los comienzos, cuando la gente empieza a hablar de ese humorista catalán, y en los que Eugenio se graba un casete con sus chuflas. Nadie le da los medios, ni le ayuda. La cinta llega a las gasolineras y pocos sitios más, pero la voz se corre y se hace famoso. Pero la muerte en mayo de 1980 de Conchita, le deja perdido. “Cuando se muere mi madre, se le rompe la brújula, se muere una parte de él”, cuenta en el documental su hijo, con una voz que recuerda a su padre, fallecido en 2001.

Era un conquistador, un encantador de serpientes. Yo estaba muy enamorada de él, si no no me hubiera comprometido a llevar una casa y tres hijos más otro mío

Era su alma gemela, pero la medicina de Eugenio era subir a un escenario, y el día del entierro de Conchita él coge un coche y se marcha a Alicante a una actuación que le dedica a su esposa fallecida. “Eugenio es Eugenio gracias a Conchita”, coinciden todos.

Desde entonces el humorista se convierte en un Casanova, y en un bingo conoce a su siguiente pareja, también llamada Conchita y en la que muchos ven una sucesora de su primer amor. Con ella nunca se casó, pero si tuvieron un hijo y otro que ella aportaba de una relación anterior. “Era un conquistador, un encantador de serpientes. Yo estaba muy enamorada de él, si no no me hubiera comprometido a llevar una casa y tres hijos más otro mío”, dice ella en el documental.

Fue la segunda Conchita la que vio el cambio radical del humorista, que había pasado de ganar 10.000 pesetas por actuación a medio millón por gala y ser deseado por todos los programas de prime time. Sus hijos empezaron a verle más por la televisión que en casa, y su relación se enfrió, como recuerda Eugeni Jofra, su último hijo.

Eugenio en una actuación.

Eugenio empezó a traer invitados a casa, “venían 20 personas a las dos de la mañana o a las tres pedía que les hiciera una paella”, él se creía que estaba a punto de comerse el mundo, pero “el mundo estaba a punto de devorarle a él”, explica su hijo Gerard, ojito derecho de su padre y su road manager desde los 14 años.

A partir del año 88 todo se precipita. Sus ausencias empiezan a ser de días, semanas, e incluso de tres y cuatro meses. Conchita nota que le cambia el carácter, y que incluso se acentúa una agresividad verbal que hasta entonces no habían conocido. “Sabía que de museos no estaba”, dice ella, que se sorprendió de que el problema no fuera sólo la fiesta, sino la cocaína. Eugenio había convivido con la droga desde que se hace famoso, pero nunca la había probado. Su propio manager reconoce en el documental que él la tomaba, pero que Eugenio nunca la tocó en todo el tiempo que le conoció hasta esa época.

Bajaban al estudio, sólo él y sus amigos, gente indeseable con las que se montaba fiestas mientras yo estaba arriba con los niños

Un cáncer de vejiga que descubre al orinar sangre abre la caja de los truenos. El humorista reconoce al médico y a su familia que consumía drogas. No paró. “Trasnochaba muchísimo y estaba apático”, explica su hijastro. Las fiestas y las malas compañías llegaron a su propia casa, donde “bajaban al estudio, sólo él y sus amigos, gente indeseable con las que se montaba fiestas mientras yo estaba arriba con los niños”. Conchita huyó de su casa. Si no se iba acabaría con ellas. Estando separada llegó el primer infaro de Eugenio, que poco después consideraba que la vida le había “dado otra oportunidad”.

Intentó levantar cabeza, pero no pudo. Su cuerpo estaba muy desgastado, y aunque la gente le acompañaba en sus actuaciones, empezó a perder la memoria por los excesos de tantos años. Moriría el 11 de marzo de 2001, pero antes dejó un mensaje a Daniel Galiot, el hijo de su segunda pareja, que se extiende a todos aquellos a los que hizo daño: “quiero que sepas que lo he hecho muy mal, he ganado muchísimo dinero y lo he gestionado fatal, he sido mal padre”. Unas frases con las que se quedó en paz, y que muestran esa fragilidad que le hicieron tan especial delante y detrás de las cámaras.

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