Hasta ayer costaba imaginarse algo más cruel que la manada construida por Margaret Atwood, en 1985, en El cuento de la criada (Salamandra). Hoy, la serie de la HBO ha sido dulcificada por los jueces que han dictado sentencia en la Audiencia Provincial de Navarra, que ha confirmado las peores pesadillas inventadas por la escritora y activista canadiense al convertir una violación, en abuso sexual. Porque ellas, las protagonistas, las criadas, las que han perdido soberanía, las que no tienen voz, las que no son creíbles, las que son sospechosas, las que deben mantener silencio, a las que quieren sin ánimo, sin ánima, no se resisten. Por tanto, no es una violación.

Tráiler de la segunda temporada de 'The handmaid's tale'

Como la realidad siempre, siempre, siempre supera a la ficción, el magistrado Ricardo González, le espetó a la víctima de la manada de los Sanfermines: “Está claro que, dolor, no sintió usted”. Fue en ese momento cuando en los juzgados navarros se empezó a gestar el horror, que no sería capaz de superar ni el espeluznante arranque de la segunda temporada de la serie más esperada. Y sólo les diré que el escenario es un campo de fútbol americano abandonado. Quizá las ficciones tan bárbaras y desgarradoras como la de Atwood hayan hecho confiar tanto en la realidad como para no adelantar spoilers de lo que iba a pasar en la Audiencia Provincial de Navarra.

Indefensas contra salvajes

Maldita coincidencia tener que tragarte un relato construido sobre la violación de mujeres amparada por la ley. Malditos sean los delitos imperdonables, que quedan impunes salvo en la ficción. Maldito ese mundo de hombres que ha hecho de él un mundo inservible. Maldita la noche en la que HBO estrena la segunda temporada de un relato que hasta ayer parecía tan lejano que llamábamos “distopía”, y hoy nos parece puro presente. Malditas sean las sentencias judiciales escritas para alimentar el miedo y la indefensión en una sociedad, que hasta ayer parecía libre de los augurios más exagerados de autores que imaginan mundos asalvajados, bárbaros y asfixiantes (como la República de Gilead).

Escena de la segunda temporada de la adaptación de la novela de Atwood. HBO

Afortunados aquellos relatos que, en medio de la ruindad moral, el decrépito ético, la soledad más sangrienta, la injusticia más escandalosa y la represión más cruel, muestran un atisbo de esperanza. Afortunados al ver que Offred (Elisabeth Moss) vuelve a ser June Osborne -su nombre antes del Golpe de Estado- y que lucha por su libertad y se rebela contra las violaciones. Deja de ser criada para recuperar su potestad, su personalidad y su capacidad para disfrutar del sexo cuando ella decide, no cuando se lo imponen y debe aceptar intimidada. Afortunados si The Handmaid's Tale llega a manos de ese magistrado que es incapaz de ver una violación si la víctima no muere. Será una de las mejores lecciones para Ricardo González, que aprenderá reconocer una violación, aunque la víctima sobreviva.

Mierda infértil

En la nueva temporada del cuento de Atwood la claustrofobia se mantiene, también la frialdad de los lugares y las emociones y los angustiosos primeros planos, que no traicionan a la angustia de la primera temporada. Sí, The Handmaid's Tale no es un plato entretenido, pero se ha quedado una realidad que gana en fealdad y en miseria. Angustia y claustrofobia también al aire libre, cuando los dictadores sacan a las criadas díscolas a las tierras contaminadas, a las que llaman “colonias” pero podrían decir campos de concentración y de exterminio. Allí limpian la mierda radioactiva de la superficie y terminan muriendo.

Uno de los momentos más eléctricos del capítulo primero de la nueva temporada. HBO

Pero la escena más agria la protagoniza June, en la redacción abandonada del Boston Globe. Un periódico parado es un derecho humano fundamental destruido. Sin libertad de expresión no hay posibilidad de reclamar una justicia igualitaria, unos jueces a la altura de los avances de la sociedad. Sin medios de comunicación no podríamos indignarnos con quienes hacen retroceder un país a los tiempos de las tinieblas, cuando las mujeres sólo eran escuchadas si sangraban.