"Algunos sacaron pistolas, yo empuñé la cámara". Se llama Deeyah Khan y lleva toda la vida acostumbrándose al acoso racial: su madre es de Afganistán, su padre de Pakistán, creció en Noruega, vive en Gran Bretaña. Pronto entendió que nunca sería “lo suficientemente blanca” para ser aceptada por el grueso de la sociedad, así que empezó a pelear por construir una nueva a la que todos pertenezcamos por igual. A su hermano lo agredió un grupo racista y ella tuvo que esconderse debajo de un coche mientras se sucedía una marcha neonazi. Ha convivido con la amenaza de ser violada, torturada, gaseada y asesinada durante largos años de su vida, pero cuando el verano pasado se acentuó la presión, decidió decir “basta” y sacudirse el miedo hacia los supremacistas blancos. No hay que asumir el terror. Nunca.

Lo hizo de la forma más valiente, creativa y didáctica que conoce: el cine. Ahí su película White Right: Meeting the enemy. El trabajo arranca en el surgimiento del nacionalismo en la América de Donald Trump, desde el alt-right hasta los neonazis. Para documentarse hizo un “padre coraje”: se inmiscuyó con los líderes del movimiento y asistió a sus reuniones, incluso a la posterior a la manifestación de agosto en Charlottesville, donde el asistente legal y activista Heather Heyer fue asesinado.

Salía de noche con los adeptos al movimiento neonazi y les acompañaba en coche mientras uno de ellos repartía panfletos llenos de odio en áreas judías. “Soy una mujer de color”, dice al comienzo del filme mientras se sienta a entrevistar a Jared Taylor, un supremacista blanco. “Soy hija de inmigrantes. Soy musulmana. Soy feminista y soy una persona liberal, de izquierdas. Lo que quiero preguntarte es: ¿soy tu enemiga?”.

Miedo durante el rodaje

El miedo se lo curó con más miedo, porque Khan confiesa que sintió pánico en varios momentos del rodaje. “Incluso cuando empecé a relajarme y a sentirme cómoda con algunas personas con las que pasé tiempo, la gente de la periferia podía ser muy desagradable”. Después de Charlottesville, Khan, acompañada de un amigo, acudió a la posterior “celebración” neonazi, que tuvo lugar en una zona apartada de las colinas. “Sacaron armas. Y no sólo armas, armas de guerra. Venían de Charlottesville y estaban entusiasmados con su lucha. Yo miraba a mi alrededor y pensaba ‘no voy a lograrlo’”.

Sacaron armas. Y no sólo armas, armas de guerra. Venían de Charlottesville y estaban entusiasmados con su lucha. Yo miraba a mi alrededor y pensaba ‘no voy a lograrlo’

La joven contó a The Guardian que su principal motivación para hacer la película no era conocer “lo horribles que eran”: “Ya sé lo que representan, no me interesa su ideología”, apostilló. Quería, más bien, “encontrar a los seres humanos que había detrás de la fachada y hurgar ahí, conocer lo que tenían detrás y saber si me era imposible sentarme con mi enemigo y que ellos se sentaran con una de los suyos: yo”.

No deshumanizar al enemigo

La cineasta era consciente de que ellos se aprovechaban de su trabajo “porque querían ser bien presentados” en sociedad, pero cree que es compatible “mantener el completo desprecio a sus opiniones y no deshumanizarlos”. “Yo no los estaba buscando para que dijesen ante mi cámara cosas impactantes, sino para algo más. Quería llegar a las capas más lejanas, a las profundidad de quién es un ser humano. Eso es lo que me obsesiona. ¿Qué hace que las personas hagan lo que hacen? ¿Qué hace que las personas sean quienes son?”.

Es la cuarta película de Deeyah Khan. En Noruega fue cantante de pop; a los 17 se mudó a Londres y no tardó en frustrarse por las escasas voces activistas que había entre las mujeres musulmanas. “Se habla mucho de nosotras, pero no se nos escucha. Yo creo que piensan que nuestra cultura es ser golpeadas o amenazadas, así que cuentan con que no nos involucremos. ¡Como si mi cultura fuese ser abusada! Como si las únicas personas que definiesen mi cultura fuesen esos hombres abusivos, no los hombres que no lo son, o mujeres como yo”.

Mujeres musulmanas y británicos yihadistas

Pensando en ello, rodó Banaz: A Love Story, un relato sobre Banaz Mahmood, una mujer kurda y londinense de 20 años que fue asesinada por su familia después de divorciarse de su esposo y enamorarse de otro hombre. Ganó un premio Emmy a la mejor película internacional de actualidad. Incluso después de que un canal de televisión le dijese que lo mejor que podía hacer es acreditarse como investigadora, o no podría firmar la película como “directora de verdad”.

Hay un tipo que sólo quiere violencia y quiere encontrar la causa con la que utilizarla, pero la gran mayoría de ellos son personas perdidas que buscan un sentido de pertenencia o una vocación, un propósito

Cuenta a The Guardian que los británicos reclutados por el movimiento yihadista (a los que también ha estudiado le recuerdan mucho a los nazis: “Su causa es diferente, pero sus motivaciones y tipos de personalidad son los mismos. Hay un tipo que sólo quiere violencia y quiere encontrar la causa con la que utilizarla, pero la gran mayoría de ellos son personas perdidas que buscan un sentido de pertenencia o una vocación, un propósito. Quieren contribuir al mundo con algo, y, en su opinión, se han adherido a causas positivas”, relata.

Entender eso le ha hecho vivir con menos temor. “He sido acosada toda mi vida por personas como estas, pero ahora me he dado cuenta de que están tan desordenadas, doloridas y rotas como cualquiera de nosotros. Simplemente no tienen el soporte ni los medios para lidiar con ello. Obviamente, no pido que la gente sienta simpatía por ellos, yo misma no la siento, pero esto no excluye mi capacidad de empatía”.