James Bond huele a alcanfor. Da igual cuanto se esfuercen por revitalizar la saga y darle otro tinte al personaje, el espía más famoso de Reino Unido nunca será moderno, divertido o enganchará a los jóvenes. Los chavales respetarán el mito, disfrutarán con las escenas de acción y hasta se descargarán la canción de los títulos de crédito, pero no formará parte de sus recuerdos, como si lo hizo Sean Connery para las generaciones pasadas. Por supuesto que no lo conseguirá con los adolescentes de barrio, que no se reconocen en las formas y las palabras de un hombre estirado que en vez de una pinta de cerveza pide un Martini con vodka, y encima dice que se lo agiten y no se lo mezclen.

Faltaba un héroe para la clase obrera, para los jóvenes que han visto a sus padres reventarse las manos en la obra para poder mantenerles y que han tenido que trabajar desde los 15 años para ayudar en casa. Mark Millar y Dave Gibbons -que ya le dieron la vuelta a los superhéroes con la irreverente Kick Ass- lo vieron claro. Ellos, británicos, fueron listos y decidieron darle a los jóvenes de su país lo que querían. Así crearon The secret service, una parodia de James Bond en la que el personaje principal era un 'chav', uno de esos jóvenes británicos de los barrios que disfrutan metiéndose en líos, y que visten con sus chaquetas de Adidas, sus polos de Fred Perry, sus gorras planas y a los que la prensa y los políticos tradicionales demonizan hasta la saciedad.

Taron Egerton en la secuela de Kingsman.

Eggsy, que así se llamaba el personaje, acababa metido en una organización secreta cuya coartada era una sastrería y que a pesar de llevar traje y paraguas para sus misiones, seguía siendo un joven deslenguado que se emborrachaba y quería ligarse a todas las chicas que se cruzaban en su camino. Por si fuera poco tenía una madre alcohólica con una pareja que les pegaba. Una mezcla de cómic social, de espías y juvenil en un cóctel molotov que pronto llamó la atención de Vince Vaughn – que también adaptó Kick Ass a la gran pantalla.

Kingsman, servicio secreto, que así rebautizó a la película usando el nombre de la sastrería tapadera, sorprendió en las salas hace dos años con Colin Firth y Taron Egerton como protagonistas. Los que no conocían la historieta original se encontraron con una película de acción que reventaba la cabeza a los más carcas. Era bestia, sangrienta, con contenido sexual, político y no se cortaba en nada. Tenía, además, dos de las escenas más provocadoras del curso. La primera, una orgía de violencia dentro de una iglesia en la que uno de los protagonistas acababa con decenas de personas. Todo sin escatimar en sangre. La segunda un final en la que el joven Eggsy pagaba sus servicios teniendo sexo anal con la princesa de Suecia. Dinamita para un Hollywood acostumbrado a las elipsis de James Bond cuando va a acostarse con sus conquistas.

Imagen de Kingsman: servicio secreto.

La respuesta en las salas fue inesperada. La película se convirtió en un fenómeno. Más de 120 millones de dólares en EEUU y 400 en todo el mundo. En Reino Unido arrasó con más de 20, y los mercados emergentes como China también se volcaron con este nuevo tipo de espías los jóvenes habían encontrado al héroe que necesitaban. Con semejante resultado era cuestión de tiempo que se anunciara la secuela. Vaughn repetía a los mandos y se encargaba de un guion que ya no se basaría en los cómics originales.

Con la fama ganada todo Hollywood quiso apuntase al carro. Halle Berry, Channing Tatum y Jeff Bridges se han incorporado a esta segunda parte que tiene como sobrenombre El círculo dorado y a Julianne Moore como una villana jefa de un cartel de la droga. Ya no hay factor sorpresa, pero no importa, los espías han dejado de beber Martini y oler a alcanfor, ahora hacen botellón y fuman porros, pero también salvan al mundo y se llevan a la chica. Los tiempos cambian. Los héroes también.