Cuando llegó la democracia él estaba ahí. Los ochenta, socialismo, fiesta, cocaína, sexo y transición cultural. Enredos amorosos, SIDA y legalización del aborto, todo regado con la ironía de un país inmaduro y una ciudad de cafeterías con vistas. Una Gran Vía distinta, de cine: “Era el Madrid de previo a los grandes almacenes”. El Manila y sus sándwiches ya no existen, la transición ha pasado, el aborto ha sido legalizado, el matrimonio homosexual también, el Hortelano y Paloma Chamorro han fallecido y la democracia, bueno, eso necesita mejorar. Lo único que queda de la burbuja cultural de los años movidos es Pedro Almodóvar. Y sus películas.

Está al borde de la pantalla del Cine Doré, junto con Carmen Maura. Él viste una chaqueta amarilla flúor y ella unos botines rojos. Se dirigen a la sala abarrotada de la sede de la Filmoteca Nacional. Celebran que, por fin, después de haber sido homenajeado con otros ciclos en EEUU y Reino Unido, España le dedique un poco de atención a sus casi 40 años de carrera cinematográfica. ¿Un tanto para el PP? “Almodóvar no es un tanto para el PP, sino para el cine español”, dice a la entrada del cine Fernando Benzo, el Secretario de Estado de Cultura, que encabeza la cohorte institucional en las fotos.

Palabras de los protagonistas ante un cine abarrotado. Moeh Atitar

Dos amigas de 18 años, que han guardado fila desde la mañana para conseguir entradas, en un día infernal, consiguen entrar. Estudian química y biología. Sólo han visto Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón, rodada 18 años antes de que ellas nacieran. “Me parece muy moderno. Tengo grupos de amigos muy parecidos a los de la película. Seguimos haciendo las mismas tonterías”. No saben nada de La ley del deseo y no han decidido que no leerían nada sobre ella. Así, quizá, el viaje sea mucho más fuerte.

Mentes abiertas  

La ley del deseo se estrenó en 1987 y ahora vuelve a sala, con una copia restaurada y en un país envejecido. Pedro Almodóvar regresa al pasado en 2017, en un mundo asfixiado por la corrección política a la que le costaría ver otras sexualidades. Un país enfermo, con autocares naranjas que ridículamente tratan de hacer retroceder las conquistas sociales de un lugar que se cura de su pasado con películas como ésta: Pablo y Tina son hermanos de padres separados; Tina era Tino antes de cambiarse de sexo en Marruecos y convertirse en la mujer de su padre; Tina odia a los hombres desde que le abandonó su padre.

Pedro Almodóvar es la Marca España perfecta. Una marca, una señal en el mapa histórico de un país con una memoria a la que le cuesta recordar, un hito contra las preocupaciones trasnochadas del menú de tabúes postdictatoriales. “Esta película abre nuevas visiones, nos permite mirar con más amplitud”, cuenta Manuela Carmena antes de la proyección. El director de cine y la alcaldesa de Madrid se conocen “de cuando Pedro trabajaba en Telefónica”.

Almodóvar y Maura entran en la sala del Doré. Moeh Atitar

Almodóvar bebe un trago de agua. “Ya no hay drogas, pero es la emoción”. Se le ve contento y entregado al viaje al pasado con deseo de inmortalidad. El Cine Doré también está de estreno gracias al manchego: nueva tela de pantalla. Diez metros por cinco, impolutos, sin trayectoria, virgen de dramas y comedias. Preparada para empezar a mostrar lo que la Filmoteca Nacional conserva como puede, con más intenciones que presupuesto.

Madrid es 'La La Land'

“Madrid sigue siendo una ciudad abierta y hospitalaria. Gracias, Manuela, por el cartel que cuelga de la fachada del Ayuntamiento: Refugees Welcome”. El director también tiene buenas palabras para Rita Maestre, en la sala. La portavoz del consistorio verá por primera vez La ley del deseo. “Madrid es nuestro La La Land de las oportunidades”, dice Almodóvar antes de reconocer que hoy esta película tendría muchos problemas de distribución y exhibición.

Agradece a Maura haber enloquecido “de un modo delirante” en el papel. Carmen, a su lado, reconoce la buena sintonía en aquel filme: “Él me quería muchísimo en esa película. Es la película en la que mejor me lo he pasado con él. Nos vestía, nos buscaba los pendientes y los zapatos”. Él: “Carmen ha sido una persona muy vinculada a su pelo y se lo quemamos para conseguir esa mata roja”. Ella: “Cuando acabé la película, me quedé a la mitad”.

Almodóvar explicó que retrató familias con las que Hazte oír no se identifica. Moeh Atitar

Y llega la revelación de la noche: “Susan Sontag me dijo que la escena de la manguera que riega a Carmen ha quedado en el subconsciente, o en el inconsciente, donde sea, de todos. Igual, dijo, que la escena de Marilyn y la falda”.

Doble o nada

Más tarde, en un corrillo de periodistas, Pedro reconoce que es una película que “firmaría ahora mismo”: “También lo que no me gusta. No sé si volveré a hacer algo así”. Pero no fue fácil. Nadie quería poner un duro en ella. “Por el contenido y por la independencia que queríamos”. Maura ni cobró. El pacto era pagarla después del estreno, “si se estrenaba”.

“Lo apostamos todo. Fue un doble o nada. Mi hermano y yo nos endeudamos. Era la primera película que producía El Deseo. La Ley del Cine de 1983 de Pilar Miró permitió que muchos directores nos convirtiéramos en nuestros propios productores. Pero no había dinero. Todo el mundo decía que esa película no se iba a hacer”, recuerda el director.

El director está ilusionado con el ciclo, quiere ver el cine lleno todos los días. Juega en casa y espera que sea “una revelación” para los espectadores más jóvenes. “Esa es la gran alegría de este acto y de este ciclo, que los de 18 van a descubrir películas que no imaginaban. La película es absolutamente contemporánea, en tiempos de autobuses. Porque es melodramática y barroca, pero hay una celebración de todo lo físico por mucho que sufran los personajes”. Todo está al borde de la parodia, entre el ridículo y el esperpento. El resultado es una cualidad nacional grotesca, recién salidos del franquismo.

Director y actriz, junto al borde de la pantalla del Doré. Moeh Atitar

No había vuelto a ver la película después de la promoción de su estreno. Mientras la sala del Doré veía veía cómo Tina -Carmen Maura- representaba la necesaria, flexible y legítima oscilación de la identidad sexual, él recordaba los detalles detrás de cada escena durante el rodaje. Mientras Tina gritaba y ponía de manifiesto lo común, que “los fracasos son lo único que tenemos”, él se mostraba más indulgente con los fallos que encontraba en la película: “El tiempo es una pátina que corrige los defectos”. “Todo es más homogéneo”.

Legado y fracaso

¿El tiempo juega en contra? Pesa lo biológico, dice. “Al rodar, no tengo la ligereza física y el humor. Ahora sufro más”. “Antes dirigías más rápido”, le recuerda Carmen. “Todo era más rápido. Tengo una presión propia que no es buena”. Y cita a Kurt Cobain para recordar el sufrimiento… manchego. “Era un milagro y mi miedo ahora es que no vuelva a ocurrir”.

Y la victoria sobre el tiempo: “Para mí este reestreno es un tipo de posteridad. Uno siempre sueña con que sobrevivan sus películas y estar presente cuando no estás. Me importa el legado y Agustín se ha encargado de conservarlas y restaurarlas. Ese legado debe mantenerse en el mejor estado posible. Por eso lo hemos depositado en la Filmoteca Nacional”.

Y el resquemor por la falta de premios: “Me parece salvaje que Carmen no esté nominada por esta película, ni Antonio. No creo que haya un intérprete que pueda hacer lo que hace Antonio en esta película. En el momento me molestaba porque era un agravio al equipo con el que trabajaba. Mi nombre no mueve academias ni premios, y estará en mi propia naturaleza de lo que he hecho. A mí esa ausencia no me ha herido, me duele más por ellos”. Que Victoria no tenga nada, ni Marisa Paredes, Lluís Homar… “Y Carmen empezó a ganar premios después”.

Con La ley del deseo no recibieron nada de nada. “No estuvimos nominados ni para los premios de las discotecas”, dice Carmen. Almodóvar no olvida: “Verás costó mucho trabajo. Ahora parece que todo el mundo me ayuda, pero entonces no era así. Montamos una obra de teatro con un crowdfunding”. Y ella: “Entonces no se llamaba así. Lo llamábamos sablazo. A los amigos”.