Todas las noches, antes de irse a dormir -casi siempre en camas separadas-, John Fitzgerald Kennedy y su mujer Jackie ponían un disco en su vieja gramola. Siempre el mismo, la banda sonora del musical Camelot. El castillo del Rey Arturo y su leyenda obsesionaba al presidente de EEUU, y muchos de sus versos resonaban siempre en su cabeza. Una de ellas pasó como un legado a su esposa en el momento de su asesinato y se convirtió en el emblema que convirtió a JFK en un icono para todo el mundo.

“Que no se les olvide, que por un breve momento resplandeciente hubo un Camelot”. Esa frase fue la pauta que siguió Jackie Kennedy para construir un relato alrededor de su fallecido esposo que lo aupara a los altares de la historia de EEUU. Camelot era la Casa Blanca, y Kennedy su Rey Arturo. Sólo faltaba construir la leyenda alrededor de uno de los mandatarios más breves del país, y fue su mujer, rota por el dolor y por el recuerdo de su muerte la que lo consiguió.

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Lo hizo con decisiones controvertidas, pero sobre todo con la entrevista que dio a la revista Life y en la que ella misma contaba esta anécdota sobre el musical que sirvió de hilo conductor a su historia. “Sus ideales sobrevivirán. Habrá otros grandes presidentes, pero no habrá otro Camelot”, le contó a Theodore White en una entrevista que ella controló al milímetro. El periodista aceptó todas sus indicaciones. Tenía en sus manos el artículo que crearía un héroe. Lo que pocos sabían es que la heroína era la mujer que había puesto todas las piezas en su sitio para lograrlo. Una mujer a la que hasta entonces todo el mundo llamaba tonta o vanidosa, y sólo se la juzgaba por los trajes que vestía. Ella misma sabe que todos la dicen "tontita" a sus espaldas.

Todo ello está en Jackie, la nueva película del chileno Pablo Larraín que radiografía el mito en busca de una respuesta a cómo JFK y su mujer se convirtieron en un personaje capaz de generar decenas y decenas de biografías y películas. Larraín, experto en encontrar otro lado a los hechos históricos como hizo en Neruda, muestra a una Jackie Kennedy que decide escribir la historia. Lo dice en una de sus primeras intervenciones. “Cuando se escribe algo, se vuelve cierto”, dice una inconmensurable Natalie Portman en los primeros minutos del filme que cuenta con tres nominaciones al Oscar, entre ellas la de Mejor actriz.

El tópico que detrás de un gran hombre se esconde una gran mujer se consolida con esta aproximación a una figura con una importancia definitiva en lo que ocurrió después. La propia Jackie reconoce en el filme que la mayor parte de los días no dormía con su marido -todos los rumores decían que JFK fue constantemente infiel-, pero a pesar de todo eso dedica sus días a santificarle.

Natalie Portman se pone en la piel de Jackie Kennedy.

Todavía con la sangre en su rostro y su ropa ella decide que no se cambiará ni se quitará todas las manchas, “déjales ver lo que han hecho”, dice con la voz rota, y así fue. Jackie apareció con el mítico traje rosa y los restos de su marido en su piel. Era el comienzo de todo. El mundo debía ver lo que había pasado y ella tenía que exponerse. También hizo lo mismo con sus hijos en una de las decisiones más controvertidas de esta semana posterior a la muerte del presidente. Dejar que les fotografiaran junto al féretro de su padre. “Esas imágenes deben representar la verdad, dos niños sin padre y con el corazón roto”, le escuchamos decir en la película que en todo momento la presenta como una persona destrozada y llena de fantasmas, pero consciente de la importancia para su país de tener un referente a pesar de haber sufrido un magnicidio.

Los detalles de esta entrevista son contados por Larraín con minuciosidad, arriesgándose a mostrar una Jackie Kennedy que maneja todos los hilos y que es capaz de contar una verdad para luego prohibir que se publicara. Cigarro tras cigarro -otra de las cosas que no dejó que se escribieran- cuenta su propio cuento de Camelot y a la vez destruye su propio mito y contesta a sus detractores: “Yo nunca quise la fama, sólo me volví una Kennedy”, espeta a un cura en otro de los momentos cumbres del filme en el que se cuestiona si no será verdad eso de la maldición en torno a la familia -Jackie enterró a dos niños y a un marido-.

Jackie Kennedy tuvo que pasar su duelo siendo viuda, madre, primera dama y todo en pública subasta. Lo hizo con la cabeza alta, y demostrando una inteligencia que siempre le habían negado. “Perder a un presidente es como perder a un padre, y usted fue una madre para todos nosotros”, dice Theodore White con el relato que dio la vuelta al mundo escrito en su libreta y con el que convirtió a JFK en un mito. Ahora Pablo Larraín ha hecho justicia con la mujer que lo logró.