Tenía un profesor en la Universidad que decía que antes de cada discusión, charla o debate, todos deberíamos decir al público nuestra ideología. Así nadie se llevaría a engaños y sabría de qué pie cojeamos cada uno. Al hablar de Star Wars habría que hacer lo mismo, contar al lector de qué lado estás: de los fanáticos acérrimos o de los haters furibundos. Porque no estamos hablando de cualquier saga, sino de LA SAGA, aquella que cambió en 1977 la historia del cine y que ahora revive por obra y gracia de la todopoderosa Disney.

Por eso para hablar de Rogue One -la primera película que no es un episodio oficial, sino un spin-off que muestra historias mencionadas pero no vistas en las películas- siento la necesidad de confesarme. Soy un enamorado de La guerra de las galaxias. Desde que mi hermano me las ponía en bucle desde pequeño son algo más que cine, forman parte de mi vida. No son las mejores películas las que consiguen eso, pero sí son las que tienen algo especial. Por eso, cuando vi el Episodio VII: el despertar de la fuerza y flipé como un enano me dio por pensar si mi fan boy había llegado hasta tal punto que no me dejaba ver lo malo.

Rogue One: Una Historia de Star Wars - Nuevo tráiler

Sabía que J.J. Abrams había hecho una copia del Episodio IV y que había apelado a la nostalgia del seguidor de la saga, pero era honesta en su planteamiento. Después del fiasco de la segunda trilogía de Lucas había que recuperar al fan perdido, y la única forma de hacerlo era decirles que se volvía al origen. Esto vale en una ocasión, pero una vez planteadas las nuevas tramas y personajes habrá que ver si vuelan por su cuenta o sólo imitan un patrón.

Por eso tenía mucho interés en ver Rogue One: una historia de Star Wars. Sin el lastre de tener que continuar una historia y un tono, se podían arriesgar más. La contratación de un director como Gareth Edwards así lo indicaba. Era también mi prueba de fuego con la saga, la comprobación de si mi fanatismo hacia los Jedis me cegaba, pero la Fuerza no ha sido lo suficientemente intensa esta vez. Rogue One es la película más aburrida de la franquicia y un toque de atención para las siguientes películas independientes.

Diego Luna es uno de los protagonistas de Rogue One: una historia de Star Wars. Disney

El punto de partida resultaba de lo más estimulante, conocer a los rebeldes que robaron los planos de la Estrella de la Muerte que permitieron a Luke destruirla en Una nueva esperanza. Los tráilers avanzaban menos Jedis y más batallas. Una película bélica/galáctica enmarcada en el universo creado por Lucas. Los problemas vienen desde el primer minuto. Tras un prólogo en el que se nos presenta a la protagonista -y que contiene una de las muertes más ridículas de la saga- empieza la acción y con ella el caos. La historia salta constantemente de planeta a planeta en una vorágine de historias y personajes sin sentido.

Todo es atropellado y confuso. No sabes bien qué quieren, qué buscan ni por qué todo parece tan trascendente y oscuro. Excepto Jyn Erso -una correcta Felicity Jones- no hay ninguna presentación interesante del resto de personajes. Sólo aparecen por allí y se incorporan a la acción. Es difícil empatizar con ellos, también por la falta de carisma que sólo corrigen la pareja de rebeldes/samuráis que son todo un descubrimiento.

No todo es malo en Rogue One, Ben Mendelsohn compone un villano admirable y su tercer acto es trepidante

Hay una muestra clara de que las cosas en Rogue One no encajan. Se podría definir como la prueba del androide, la versión Star Wars de la prueba del algodón del anuncio: si el androide que incluye la película resulta pesado y no tiene gracia es un síntoma de lo que ocurre. Nos han vendido a K-2SO como la nueva estrella de la función, y excepto un par de frases cómicas no le llega a la atura del zapato a R2-D2, C-3PO o BB-8. El humor es otra de las cosas que fallan en Rogue One. Es cierto que buscan una historia más oscura, pero intentan no romper el tono que todo el mundo conoce, por lo que meten con calzador ese toque cómico que no han logrado los cuatro guionistas que firman el libreto.

Fotograma de Rogue One. Disney

Uno de los elementos que levantaba más interés es ver cómo enlazaban el filme con el Episodio IV. Ya en los tráilers vimos que Darth Vader hace acto de presencia -sus dos apariciones, especialmente la última, son de lo mejor de la función-, pero hay muchos más, alguno mejor introducido y otros que son un error garrafal. No sé a qué mente cándida se le ocurrió hacer del Gobernador Tarkin -tranquilos, sale al comienzo de la película- un personaje principal del filme. Peter Cushing, el actor que le dio vida allá por 1977, murió en 1994, así que en vez de contratar a alguien con un cierto parecido (o, directamente, no incluirle) lo han recreado con efectos especiales. Un CGI de órdago que te hace pensar que en cualquier momento va a salir Tom Hanks directo del Polar Express.

No todo es malo en Rogue One, Ben Mendelsohn compone un villano admirable y su tercer acto es trepidante. Una de las mejores batallas de la saga, rodada como si fuera una película bélica. Un desembarco de Normandía galáctico narrado con ritmo y estilo, y con un final arriesgado, pero al que uno llega tan desconectado que no es suficiente para evitar el descalabro. En un año llegará el Episodio VIII, ahora bajo las órdenes de Rian Johnson, y el fan boy que llevo dentro volverá a emocionarse. Necesito mi dosis de Chewbacca para olvidar la decepción.