Entre las escenas más míticas del cine de las últimas décadas se encuentra el baile de Dirty Dancing. El clásico ochentero dejó para el recuerdo esa pirueta en la que ella se lanza en plancha hacia un fornido Patrick Swayze que la levanta como si no pesara nada. Que levante la mano quien no haya intentado recrear el momento en alguna piscina o fiesta desenfrenada. Todos en algún momento hemos querido ser parte de esa pareja emblemática.

Pero más allá de aquel momento y del taquillazo que supuso, nadie dio un duro por el filme. Las críticas no fueron nada entusiastas y se convirtió rápidamente en un éxito adolescente y en eso que muchos llaman un 'guilty pleasure', esos placeres culpables que da hasta un poco de vergüenza reconocer que te encantan y que revisionas una y otra vez.

Jennifer Grey y Patrick Swayze, iconos ochenteros.

Ahora, casi 30 años más tarde, la autora británica Hadley Freeman ofrece un nuevo punto de vista que nadie había pensado, ¿y si Dirty Dancing fuera un clásico feminista? ¿y si esta película y otros clásicos del cine de los ochenta como La princesa prometida o Cazafantasmas nos enseñaron más sobre la vida que cualquier libro de texto? Esta es la hipótesis de la autora en The time of my life (Blackie Books), un ensayo en el que la escritora de The guardian usa el humor y la mala leche para encumbrar películas que ofrecen algo que ya no se encuentra en el cine actual. El cine de aquella década nos ayudó a ser mejores personas, algo que ya no ocurre.

En una época en la que los remakes y la nostalgia invaden Hollywood, estas obras que rescata Freeman demostraron que el entretenimiento podía ir mucho más allá. “Las películas de esa década marcaron el comienzo de una nueva era”, sostiene la autora. Esas películas de presupuesto mediano ya no las quieren las productoras, perdiéndose un caldo de cultivo perfecto para inculcar valores como el feminismo o la solidaridad.

Las películas de esa década marcaron el comienzo de una nueva era

'Dirty dancing', feminista y proaborto

Uno de los ejemplos más sonados de su libro es el de Dirty Dancing, que según la autora trasciende el topicazo adolescente para alzarse como un clásico del feminismo que introdujo el tema del aborto mucho antes que otras películas más, a priori, modernas. Quizás por eso el proyecto fue desechado por los grandes estudios quedando en manos de una pequeña productora que vio en el guion de Eleanor Bergstein una oportunidad fácil de hacer dinero.

El libro recuerda cómo hasta los productores antes del estreno decían que sería más rentable quemar los negativos y cobrar el seguro que estrenarla. Ironías de la vida, Dirty Dancing arrasó, aunque quizás no por los motivos que la guionista deseaba. Muchos se referían a ella como una versión moderna de la Cenicienta, algo que reventaba a Bergstein que según recoge el libro decía que “Cenicienta no movió el pandero de su asiento para hacer nada”.

Fotograma de los protagonistas de Dirty Dancing.

Y es que Baby, la protagonista, no es una mojigata, sino que, aunque muchos lo hayan olvidado, apoya a Penny, la profesora de baile, en su decisión de abortar, e incluso es ella la que consigue el dinero para la operación. Además, Dirty Dancing es toda una declaración de intenciones sobre la sexualidad femenina. “Lo que quiere (Baby) es acostarse con Johnny y la película lo deja muy, pero que muy claro. No es de extrañar que a ninguno de los ejecutivos varones de MGM le gustara el guion ni que acabara produciéndola una mujer, porque Dirty Dancing es una película sobre la sexualidad femenina. En particular la parte física de la sexualidad femenina, y la excitación y las complicaciones que ello conlleva”, dice la autora en The time of my life.

Es una de las primeras veces en las que el cine trata al hombre como un objeto y es la mujer quien se excita. Un hito que tardará en repetirse. Será otra cumbre del feminismo cinematográfico: Thelma y Louise en 1991. Una clásico adolescente rodado desde la mirada de una mujer. Como no podía ser de otra forma los críticos, varones, la destrozaron. Rogert Ebert la tachó de predecible y sólo unas cuantas mujeres la defendieron.

Dirty Dancing es una película sobre la sexualidad femenina. En particular la parte física de la sexualidad femenina, y la excitación y las complicaciones que ello conlleva

“Cuando escribí la película, el aborto, al igual que el feminismo, era uno de esos temas que ya nadie consideraba relevante. Muchas mujeres pensaban que eran batallas ganadas y que seguir hablando del tema resultaba aburrido. En el estudio creían que el guion era estúpido y malo por muchas razones, así que apenas se dieron cuenta de ese aspecto. Nadie sugirió que pudiera resultar polémico, no les pareció más que una película tonta de adolescentes y baile”, recuerda la escritora que sí que tenía muy claras sus intenciones. Comparar esa modernidad con el conservadurismo de sagas como Crepúsculo es alarmante, y por ello el trabajo de Hadley Freeman en The time of my life tan interesante.

Su análisis de Dirty Dancing es el primero del libro, que sigue hablando del amor con La princesa prometida, de la clase social con Todo en un día o del racismo con el cine de Eddie Murphy. El cine palomitero de los ochenta ya nunca volverá a ser el mismo. Ahora, cuando lo veamos, tendrá un barniz social que ya quisiera Ken Loach para sus películas.

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