Un cartel roído cuelga de la pared. 'Se hacen paellas por encargo', decía en sus mejores momentos. Ahora le faltan unas cuantas letras dejando un mensaje confuso. Jaulas de botellines de coca-cola apiladas, embutidos colgando del techo y bandejas de ensaladilla rusa dentro de la urna de cristal de la barra. No hay duda, estamos dentro de un bar. Pero no uno de modernos, donde se toman gin tonics con cardamomo y pimienta rosa, sino uno castizo, de los de toda la vida, de los que la dueña te saluda cuando entras y ya sabe lo que vas a pedir.

Este bar es especial. Primero porque es de mentira, aunque no lo parezca. Es el escenario principal de la nueva película de Álex de la Iglesia, que ha decidido no romperse la cabeza y dejar ese nombre para el filme: El bar. Y si esta historia ha salido de la mente del vasco y de la pluma de Jorge Guerricaechevarría no puede tratar de unos cuñados hablando con un palillo en la boca.

Lo nuevo del realizador mete a unos personajes variopintos en una tasca y saca lo peor y lo mejor de ellos. Una versión cañí de Diez negritos. Una ludópata, un camarero, un hipster, un mendigo… todos se encontrarán encerrados como consecuencia de un tiroteo en el exterior. “El bar ejemplifica un tipo de vida, un entorno muy cotidiano y me encanta que ese entorno en el que parece que nunca pasa nada pasen muchas cosas”, cuenta Álex de la Iglesia tras una jornada de rodaje maratoniana.

Me encanta rodar, es mi vida. Sufro entre película y película muchísimo. Para mí la vida no es estrenar una película, es rodarla

Le gusta tener todo bajo control y exige el máximo a su equipo, pero a pesar de la tensión del rodaje De la Iglesia muestra en cada apunte y corrección un gran cariño por sus actores. Se muere de risa con cada frase de Terele Pávez, les llama 'cariños' y hace bromas por un micrófono que hace que su voz suene como un dios todopoderoso en la nave en la que se ha construido este bar de mentira. Más que el reparto de una película parecen una compañía teatral. “Me gusta mucho esa idea. Me siento a gusto repitiendo con la gente con la que trabajo cómodamente, pero también descubrir a nuevos actores. Una película es como una ecuación, si tienes constantes que sabes que funcionan lo aprovechas para buscar otras incógnitas”, confiesa a EL ESPAÑOL.

De la Iglesia intenta contar poco del argumento, una historia que llevaba mucho tiempo en su mente, pero para la que faltaba encontrar un detonante. “Recientemente ocurrió algo en este país que nos ayudo a pensar en la historia. No os puedo decir qué, porque desvelaría parte del guion, pero entendimos que el thriller que queríamos hacer se podía terminar. Es una película de suspense como podría ser Diez negritos, los personajes tienen que descubrir cómo salir del bar y cómo sobrevivir a la situación”, explica.

En los últimos años no ha parado de trabajar en nuevos proyectos, pero no entiende su día a día de otra forma. “Me encanta rodar, es mi vida. Sufro entre película y película muchísimo. Me gustaría rodar más. Yo no soy de esos directores que esperan años para hacer un proyecto, me gusta hacer películas más pequeñas, más controlables. Para mí la vida no es estrenar una película, es rodarla”, zanja.

Mario Casas, del electrolatino al hipsterismo

Por ese bar, que es una reproducción del mítico Palentino de la madrileña Calle Pez, pasearán Carmen Machi, Terele Pávez, Joaquín Climent y dos de los jóvenes actores que Álex de la Iglesia ha reivindicado en sus anteriores filmes: Blanca Suárez y Mario Casas, de los que destaca que son “monstruos de la interpretación”. “Trabajar con Mario es una delicia, me alimentan sus ganas de hacer locuras y cosas ajenas a su imagen”, añade.

Trabajar con Mario Casas es una delicia, me alimentan sus ganas de hacer locuras y cosas ajenas a su imagen

Para Suárez es un lujo contar con el apoyo del director, del que destaca que “no te pone techo”. “Se agradece que alguien vea más allá, porque el público no suele hacerlo y es importante que alguien se lo enseñe”, opina.

En esta ocasión Mario Casas pasa de la peluca rubia con rizos de su Adanne en Mi gran noche, a la barba postiza, las gafas de pasta y los tirantes del hipster “cobarde” que interpreta. Álex de la Iglesia descubrió la vis cómica del actor. La crítica y muchos premios, como Los Feroz, se lo han reconocido. Sin embargo todavía espera su primera nominación a los Goya. Quizás el año que viene, en el que por fin votará como miembro de la Academia de Cine, llegue.

“Es parte del espectáculo. Creo que los Académicos lo que hacen es potenciar películas que no han funcionado en taquilla y consiguen que vuelvan después de las nominaciones. Creo que se rigen por ese tipo de cosas, porque hay películas que no han tenido candidaturas que eran obvias, por lo que han sido, por su magnitud, y por la gente que han llevado al cine. Cuando las películas son grandes y el público responde habría que agradecerlo”, comenta Casas que este curso vio como el pelotazo de Palmeras en la nieve se tenía que conformar con unas cuantas menciones técnicas en los Goya.

Todavía quedan unas semanas de rodaje de El bar, que prevé su estreno para octubre, justo después de el Festival de Cine de San Sebastián donde Álex de la Iglesia presentó sus anteriores películas como rampa de lanzamiento para su desembarco en la complicada taquilla española.

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