El vasco, bruto y directo. El andaluz, gracioso y vago. El catalán, agarrado. El madrileño, chulo. El gallego, indeciso… Los tópicos han alimentado durante generaciones la imagen que tenemos unos de otros. Luego ya se sabe que ninguna realidad se puede resumir en una imagen que describa a todo un pueblo. Pero ayudan a la farsa. Por eso triunfó Ocho apellidos vascos, en gran medida. Y de tópicos está repleta, de nuevo, Ocho apellidos catalanes, que hoy llega a los cines. “Lo que hacemos es jugar con los prejuicios. Va más del punto de vista que tiene un vasco o un catalán del otro”, explica a EL ESPAÑOL el coguionista de ambas entregas Borja Cobeaga. Es decir: una cosa es el uso y otra la convicción: “Lo de la pela es mentira. En la película se explota como la errónea percepción del andaluz”. Junto con Cobeaga, repasamos los ocho “topicazos” sobre los catalanes de la película. 

1. La pela es la pela

En más de un momento del filme, el andaluz Rafa y sus compadres sevillanos dejan caer algún comentario con mala uva sobre la proverbial fama de los catalanes con el dinero. “Estos son de la cofradía del puño”, dicen. “Lo que se ve en la película es la percepción, igual que la de la violencia lo era en Ocho apellidos vascos -matiza el guionista-. Es el tópico más directo, más de chiste de bar. Tiene que estar, pero siempre en boca de un personaje que está equivocado”.

2. Sólo comen calçots 

No hay retrato regional que no se detenga en lo gastronómico. Aquí, Koldo lo pasa francamente mal peleándose con las cebolletas fritas que se comen con los dedos, tan típicas en Cataluña. Podía haber sido butifarra o caracoles. Cuenta Cobeaga que pensaron en meter una escena “sobre cómo un vasco afronta ir a comer a Can Roca”. Al final se quedó fuera “porque queríamos llegar al pueblo cuanto antes”. Claro que a Koldo, el pescaíto rebozado andaluz le parece también una herejía.

3. Barcelona es hipster

Hay muchas Cataluñas. La del inmigrante, la del payés, la del arquitecto, la del militar… Pero sin duda podrían diferenciarse dos categorías típicas: la folclórica y la moderna. Pau (Berto Romero) es un hipster de manual: barba poblada pero cortada recta, como el tupé, gafapasta, artista, lenguaje plagado de anglicismos (feeling, bro, flow…), camisas de diseño, pantalones pesqueros con tirantes... Una especie que abunda sobre todo en Barcelona, más que en otras grandes ciudades europeas. “Le dábamos relevancia porque veíamos un contraste muy claro entre la Cataluña rural y la que aspira a ser más cosmopolita y moderna que el resto de la península”, explica el guionista. Por cierto, el hipster Pau en un principio iba a ser un trasunto de Pep Guardiola. “partíamos al principio de Guardiola para el personaje del catalán cosmopolita: va de humilde pero notas bastante soberbia”, reconoce Cobeaga. “El guardiolismo se considera materia de estudio en Cataluña”.

5. Las Ferrusolas del Liceu

“Uno ve a la Sardá en la película y se puede imaginar a Marta Ferrusola echando la bronca a los diputados en el Parlament”, cuenta Cobeaga. Sí: la clase bien, la de toda la vida, existe en cualquier rincón de España, pero la barcelonesa tiene un sello propio. Se mueve en círculos cerrados, donde los recién llegados lo tienen difícil. No es cuestión de dinero, sino de apellidos y pedigrí. “El otro día fui a ver una cosa al Liceu y vi unas cuantas señoras de éstas…”, recuerda el guionista.

6. Todo el día con la sardana

La boda de Pau y Amaia tiene lugar en un paraje ficticio: un pueblo que simula pertenecer a una Cataluña ya independiente. Para recibir al visitante, sardanas. Para celebrar el enlace, castellers… Es, cuenta Cobeaga, “el tópico folclórico. Como han creado un pueblo de ensueño están todos los tópicos regionales. Pero es irreal porque están actuando para la abuela. No vas por la calle y ves a la gente bailando la sardana”.

7. El catalán se entiende sin problemas

Que levante la mano quien no haya dicho alguna vez una frase como la que Rafa suelta en la película nada más pisar la estación de tren en Barcelona: "Si se entiende todo”. Cuando le pregunta a alguien en un catalán from lost to the river por una parada de taxis, y escucha ojiplático la respuesta, queda claro que hay que estudiar para entenderlo bien. 

8. Todos independentistas

Tal y como está la actualidad política, los sentimientos se convierten en otro tópico generador de comicidad. Empezando por la ficción que propone el guión: todo el pueblo es independentista. Y a los cuatro que no lo son, los meten en un bar a comer jamón ibérico. “Sin ver la película, va a haber muchos prejuicios -reconoce el guionista-. Cuando la vean, se darán cuenta de que es muy blanda. Vengo de hacer Vaya semanita y Ocho apellidos vascos era la versión light de ese programa”. Aunque aclara que “la política es solo un marco en que en el que transcurre el filme”, es consciente de que “puede haber decepción con que no hagamos más sangre con Cataluña. Pero Ocho apellidos vascos fue una película que iban a ver ancianos y jóvenes, y una de las cosas que teníamos que hacer era intentar repetir ese abanico tan amplio. Una película más agresiva no tendría sentido”.

Podría añadirse, para cerrar, una reflexión sobre el chovinismo, ese invento francés que los catalanes parecen haber perfeccionado. Todos creemos que lo nuestro es lo mejor. Que le pregunten a un cántabro, a un canario o a un extremeño. Pero algunos se llevan la palma, cuenta el autor del guión. Entre los catalanes abunda “esa visión de que allí es donde mejor se come y se vive, donde mejor clima hace y donde tienen una vocación cosmopolita”. Una fábrica de “Catalanes por el mundo”.

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