Nicolas Winding Refn arrasó en 2011 con Drive, un clarísimo ejemplo de película muy buena que tiene consecuencias no tan buenas. No tan buenas para él, pues fue tal el (merecido) hype de aquel thriller, que lo tenía muy difícil para contentar a todos con la siguiente película. Obviamente, es lo que pasó. Arisca con ganas, Sólo Dios perdona  (2013) no fue precisamente un obra de consenso. El éxito tampoco fue ideal para los que alucinaron con ella: Drive tiene mucha culpa del exceso de referencias y del cansino ramalazo disco del cine de género de los últimos años. Pero es una película soberbia. Su director, uno de los mejores directores en activo: personal, con intención, sofisticado en plan bien. 
El director danés ha recibido en el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya de Sitges el Premio Màquina del Temps, galardón honorífico por su incontestable trayectoria y aportación al cine género. Incontestable porque, cuando Drive le reveló al mundo, ya tenía mucha guerra a sus espaldas: otras siete películas que van de lo bueno a lo extraordinario. El director, que también ha presentado en Sitges Nicolas Winding Refn: The Act of Seeing, un libro de Alan Jones que compila carteles vintage de películas seleccionadas por él, nos contó en Sitges su forma de entender el cine. Amable pero encantado de haberse conocido, nos habló cómo pudo (estaba constipado y medio afónico) de sus películas, ensimismadas y poderosas.
 
Su filmografía está partida en dos. En sus primeras películas, entre ellas la trilogía abierta con Pusher: Un paseo por el abismo (1996), apostó por el realismo más roto y descarnado. Pero en el resto, con Drive a la cabeza, huyó clarísimamente de eso.
Exacto. Cuando empecé a hacer películas quería capturar la autenticidad, pero cuanto más lo intentaba, más me daba cuenta de que eso nunca iba a suceder, de que era imposible. Entonces decidí ir en la dirección contraria, que básicamente era intensificar la realidad y hacer filmes con un toque más fetichista. Creo que todo eso empezó con Bronson (2008).
 
Sus películas son a la vez referenciales y extremadamente personales. No es fácil conseguir eso. ¿No detecta en el cine contemporáneo cierta tendencia a la imitación sin sustancia?
Como director no tengo ningún derecho a opinar sobre las películas de mis colegas, pero es normal que un autor se inspire en otros. Los mejores pintores de la historia se inspiraron en el trabajo de otros, en generaciones anteriores. Todo el mundo roba, y quien diga lo contrario miente. Pero es mucho más interesante cuando robas con la intención de hacer algo personal.
 
Parecen dos cosas opuestas…
Para nada, simplemente se trata de no perderte de vista como autor. Piensa que la creatividad es un acto emocional. Además, es el mejor plan porque, cuanto más personal sea tu película, más placentero será hacerla. Crear, en mi caso hacer una película, es como dar a luz. Es lo más cerca que un hombre puede estar de dar vida. Por eso siempre le digo a todo el mundo: haz la película sobre ti, no sobre otro. Roba lo que quieras, pero hazla sobre ti.

Cuando trabajo soy una persona ensimismada, extremadamente narcisista, obsesionada conmigo mismo 

¿No está el riesgo de que la película se resienta del exceso de ego de su autor?
Es que no se me ocurre otra forma de hacer cine. Cuando trabajo soy una persona ensimismada, extremadamente narcisista, obsesionada conmigo mismo… Sólo puedo ver las cosas desde mi punto de vista, lo que no quiere decir que no sea colaborador con mi equipo. Me entusiasma la idea de un grupo de personas sacando adelante juntas un proyecto, pero al final todo tiene que ser sobre mí.
 
Sus filmes son tan ambiciosos conceptual y temáticamente como poderosos en lo visual. ¿Suele partir de una idea o de una imagen?
Siempre parto de un fetiche, de lo que me pone, de lo que me gustaría ver. Hago revistas de pin-ups, la versión cine de aquellas publicaciones que idealizaban las formas femeninas. Me interesa la realidad intensificada.
 
¿Es usted un purista del cine o está en contacto con otras propuestas audiovisuales?
No, veo absolutamente de todo. La evolución de la imagen en movimiento como forma de expresión ha roto todas las expectativas. El cine es la joya de la corona, lo que todos queremos tocar, pero sería absurdo no interesarse por todo lo demás. Me encantan las cosas que veo en YouTube. Amo mi iPhone, veo muchas cosas en él y puedo encontrar la misma creatividad en él que en el cine. Me gusta, por ejemplo, esa idea del movimiento. O ver lo que hace la gente joven. Me fascinan las cosas que hace mi hija de 12 años con su iPhone, cómo hace fotos, cómo las combina y cómo se expresa a través de eso.

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