La revista Cinemanía ha publicado, en su número de junio, un interesante especial sobre Luis García Berlanga con veinte textos breves de distintos especialistas. También ha pedido a una docena de periodistas y críticos de cine de su órbita sus votos para establecer un ranking entre las dieciocho películas del director valenciano. El verdugo (1963) y Plácido (1961) ocupan los dos primeros puestos. Siempre viene siendo así. Puede variar el orden, pues a muchos —entre papá y mamá— les resulta difícil elegir. El consenso respecto a la primogenitura de estas dos películas parece no tener excepciones. Ambas apuntaron maneras de clásicos desde el principio. Plácido y El verdugo tuvieron el refrendo de partida de ser seleccionadas para competir en los festivales de Cannes y Venecia, respectivamente. Ninguna obtuvo un premio del jurado oficial. Plácido fue nominada por la Academia de Hollywood como Mejor Película en Lengua No Inglesa, pero no logró el Oscar. Era la segunda vez después de La venganza (1958), de Juan Antonio Bardem que una película española era honrada con tal distinción. Bardem y Berlanga seguían, como empezaron, dando pasos juntos. El verdugo recibió en Venecia el premio de la crítica internacional (FIPRESCI).

Dos fracasos personales

La historia del pobre transportista que, mientras contribuye a una dudosa y esperpéntica campaña de caridad, ve amargada su Nochebuena al no recibir facilidades para pagar la última letra de su motocarro y la historia del pobre empleado de pompas fúnebres que, al verse atrapado por el matrimonio, la familia y la necesidad de un piso, no encuentra más salida que postularse como verdugo y ejecutar a un reo, no eran sólo, como siempre en Berlanga, las historias de dos fracasos personales. Doblemente, además, en cuanto que el relativo alivio de sus desenlaces, no dejaba de indicar su sometimiento y su permanencia en la trampa.

Fotograma de la película 'El verdugo'. Berlanga Film Museum

Presentaba también el fondo de una sociedad estratificada que, en su caos comunicativo, impide la libertad y la salida propia de los individuos, una sociedad, la producida por el régimen franquista, que Berlanga y su guionista Rafael Azcona miraban, con humor y con negrura, escudriñando sus vicios y defectos, superando el costumbrismo con un tratamiento crítico realista, pesimista y, en algún momento, despiadado.

Tanto en la pequeña ciudad provinciana (Plácido) como en la gran capital, Madrid (El verdugo), comparecían, en sendos guiones virtuosos, un variopinto coro de personajes tragicómicos que, representados muy físicamente rostros, cuerpos por magníficos intérpretes de reparto, consolidaron dos marcas de la casa: la coralidad y los actores secundarios. La tercera fue en Plácido, sobre todo la filmación en planos de muy larga duración y con la cámara en movimiento los ya famosos planos-secuencia de todo ese flujo de personajes hablantes e interactuantes. El desorden quedaba así ordenado por una habilidosa puesta en escena de muy difícil planteamiento y ejecución.

Popularidad y vigencia

Cabe preguntarse quizá por mero entretenimiento si, como indica inequívocamente el veredicto de críticos, historiadores y académicos, Plácido y El verdugo, además de las mejores películas de Berlanga, también son las más populares. La conmemoración del centenario del nacimiento del director que hoy mismo celebramos ha puesto de manifiesto, según oímos decir continuamente, tres cosas: la popularidad de su filmografía y de su figura, la vigencia de sus películas y el reconocimiento artístico de su cine.

Escena del filme 'Plácido'. Berlanga Film Museum

Sorprenderá a algunos, a los más jóvenes, saber que las películas de Berlanga no siempre tuvieron de su parte a la crítica española, fuera ésta de derechas o de izquierdas, más conservadora o más abierta en la consideración de los aspectos formales. Plácido y El verdugo no fueron una excepción en su momento. Algunos críticos actuales, en su legítimo derecho a llevar la contraria y a cuestionar el canon, están revisando al alza películas como Calabuch (1956) o ¡Vivan los novios! (1969), muy vituperadas en su día, y también, según leo, Nacional III (1982) o Moros y cristianos (1987), directamente escarnecidas.

La vigencia de una película no puede, desde luego, profetizarse en las fechas de su estreno. Sabido es que cambian los gustos y cambian el país, el mundo y la vida. Pero ahora también hay un consenso que sentencia que, pese a los cambios experimentados en España y por los españoles, Berlanga tuvo el buen ojo de fijar, hasta en sus películas menores, los aspectos presuntamente inmanentes y permanentes de nuestro modo, también presunto, de ser y de comportarnos. De ahí, el adjetivo "berlanguiano" en el diccionario de la RAE.

Fotograma de la 'La escopeta nacional'.

He intervenido en estas semanas en actos conmemorativos del centenario y he podido comprobar que las proyecciones de La escopeta nacional (1978) y Todos a la cárcel (1993) despiertan una eufórica hilaridad entre el abundante y muy variado público congregado. Tal vez fue en esas dos películas donde Berlanga se mostró más directa, abierta y casuísticamente político, repartiendo estopa hacia la derecha (en la primera) y hacia la izquierda (en la segunda).

Las trapisondas y corruptelas que mostró en la cacería franquista de La escopeta nacional y las trapisondas y corruptelas que mostró en la fiesta progresista de Todos a la cárcel se perciben hoy la gente lo dice, más de cuarenta y casi treinta años después, respectivamente, como síntomas reconocibles de no pocas patologías políticas del presente. Su vigencia, pues, resulta de una obviedad y de una evidencia que divierten y estremecen a la vez, como, si bien se mira, suele suceder con prácticamente todas las películas de Berlanga.

Los mayores éxitos

La popularidad de las películas no se mide, y ahora menos que nunca, por el número de espectadores que pasaron por taquilla en las semanas de su estreno. La cantidad, la frecuencia y la aleatoriedad de sus pases televisivos y desde hace años su presencia y consumo en las plataformas, su distribución o no en video y DVD hace unas décadas, su exhibición en retrospectivas, centros y actos culturales y, en fin, otras contingencias más o menos intangibles modifican y determinan la extensión del conocimiento de las películas, extensión y conocimiento que, por diversos factores, también puede tener una pauta guadianesca.

Escena de 'La vaquilla'. Berlanga Film Museum

Desde que se tienen datos de taquilla razonablemente fiables, las cinco películas de Berlanga que más espectadores congregaron en las salas de cine fueron las siguientes: La escopeta nacional (más de 2 millones), La vaquilla (1985, cerca de 2 millones), Patrimonio nacional (1980, más de 1 millón cien mil), ¡Vivan los novios! (más de 700 mil) y Moros y cristianos (más de 600 mil). Todas multiplican hasta el infinito dicho coloquialmente el número de espectadores que pudieron tener en su día Plácido y El verdugo.

Pero, atención, La escopeta nacional, según datos oficiales del ICAA, sólo ocupa el puesto 94 entre las películas con más espectadores de la historia del cine español. ¿Qué esperaban?

¡Bienvenido, Míster Marshall!

En mayo de 2016, la revista Caimán publicó la mejor y más completa encuesta jamás hecha para establecer las 100 mejores películas de la historia del cine español. 350 especialistas españoles y extranjeros de todos los ámbitos dieron una lista de diez películas. Luis García Berlanga fue el director más puntuado, por delante de Víctor Erice, Luis Buñuel, Pedro Almodóvar y Fernando Fernán Gómez. Todos los votantes incluyeron en sus listas alguna de sus películas —once en total fueron mencionadas, lo que no sucedió con ningún otro cineasta.

La mejor película, sin embargo, resultó ser Viridiana (Luis Buñuel, 1961), seguida de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973). A cambio, digamos, El verdugo y Plácido ocuparon, respectivamente, los puestos tercero y cuarto, confirmando por enésima vez su primacía dentro de la filmografía berlanguiana.

Pero hete aquí que ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953) se alzó hasta un más que relevante puesto decimoquinto, teniendo en cuenta que los votantes llegaron a mencionar 455 películas en total.

Imagen de '¡Bienvenido, Míster Marshall!'

A falta de datos científicos que puedan fijar la popularidad de un filme, mi hipótesis intuitiva con secreta aspiración de ser tesis es que ¡Bienvenido, Míster Marshall! es la película más popular de Berlanga, la que más y mejor ha calado en una gran mayoría de espectadores españoles de toda condición y de todas las épocas.

A diferencia de otras varias, no haría falta que mencionara ni siquiera tenuemente aquí su argumento, los afanes y la ilusión de los habitantes de un pueblo castellano que se disfraza de andaluz para complacer mejor a sus supuestos visitantes americanos, quienes habrían de traerles cuantos regalos y peticiones han consignado en unas listas. Pero los americanos pasan de largo como pasó de largo el Plan Marshall. Otra vez, la historia de un fracaso, colectivo en esta ocasión.

¿Quién no conoce esta película? ¿Quién no recuerda la secuencia del balcón municipal —"…como alcalde vuestro que soy…" o el ensayo general del recibimiento, con pancartas y banda de música, cantando —"…americanos, os recibimos con alegría…" las Coplillas de las divisas? ¿Quién ha olvidado la sordera y la voz ronca de Pepe Isbert o el descarado desparpajo del agente artístico Manolo Morán? Los diálogos y las situaciones ¡el chorrito! del guion de Bardem, Berlanga y Miguel Mihura están adheridos a la memoria de los españoles como también lo están la maestra, el cura, el viejo hidalgo… muchos de sus personajes secundarios.

Un sainete costumbrista

El sainete costumbrista con amables y blancos apuntes críticos que es ¡Bienvenido, Míster Marshall! toques neorrealistas aparte siempre ha divertido y complacido a los espectadores españoles y nunca les ha molestado o desconcertado como puede suceder ante ciertos trazos gruesos, reproches cítricos o visiones negras que, en otras películas de Berlanga incluso en las muy apreciadas, rompen la unanimidad absoluta.

¡Bienvenido, Míster Marshall! es la película que nunca falla en un pase televisivo y la que, por algo será, ha dado lugar a más libros de y sobre Berlanga, la única que ha sido conmemorada con actos en el cincuenta aniversario de su realización, aquélla cuyo título ha sido parafraseado en libros, sí, y también en infinidad de titulares periodísticos.

Pongamos la mente en blanco para viajar al 4 de abril de 1953, el día de su estreno, ya que la popularidad y el consenso crítico de los que disfruta desde hace muchos años esta película no empezó con buen pie.

En una España aislada, paupérrima y sin un duro en los bolsillos, entregada de hoz y coz al cine norteamericano y a las películas de CIFESA y a sus respectivas estrellas, un desconocido director joven de 31 años estrenaba su primera película. Su primer estreno, sí, porque nadie había querido estrenar hasta ese momento se estrenó en agosto su primera película, Esa pareja feliz, rodada dos años antes y codirigida con Juan Antonio Bardem.

Juan Hernández Les, Berlanga y Manuel Hidalgo, en 1980, durante el rodaje de Patrimonio Nacional en el Palacio de Linares (hoy Casa América, en la plaza de Cibeles). Cedida por Manuel Hidalgo

No sólo Berlanga era un cineasta anónimo, sino que el público por entonces no conocía los nombres de los mejores directores, que, frente al tirón de las estrellas, no llevaban un solo espectador al cine. Las críticas repartieron cal y arena y el público apenas entró en el cine Callao.

¿Qué podía esperar ese público de una película protagonizada por dos actores hasta ahora básicamente secundarios, José Isbert y Manolo Morán, sin traza alguna de galanes, con cara de paletos de pueblo, con pinta de viejos para la época, feo y bajito uno, feo y gordo el otro? ¿Qué podía esperar de la chica de la película, la sevillana Lolita Sevilla, tonadillera de 17 años, sin ninguna experiencia en la pantalla, sin ningún disco grabado acaso uno reciente, no estoy seguro y sólo conocida entre los asistentes a la sala de fiestas 'Villa Rosa', una que había entonces en la periferia madrileña?

El público no entró, no, en las dos primeras semanas, y la suerte de ¡Bienvenido, Míster Marshall! sólo empezó a cambiar (algo) cuando los periódicos recogieron no había televisión aún a bombo y platillo los premios (menores), el "triunfo para España y para el cine español" que la película cosechó a su paso por el Festival de Cine de Cannes, donde, de todas maneras, Berlanga se proyectó mucho más hacia "el extranjero" (Francia, Italia, Inglaterra…) que hacia su propio país.

Y desde aquel fracaso hasta la apoteosis de hoy. En eso, la figura de Luis García Berlanga ha ido en dirección opuesta a la de los personajes de sus películas.

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