La artista japonesa Fumiko Negishi respira tranquila: la Audiencia de Madrid condenó ayer a Antonio de Felipe en una sentencia histórica a reconocer su coautoría en nada más y nada menos que 221 cuadros. Han sido cinco años de pleitos. Han sido cinco años tratando de demostrar que el ‘Warhol español’ -como le apodaban algunos medios- se sirvió de su “relevante contribución” para hacer lucir sus creaciones más emblemáticas, como las series de Marilyn o de Audrey. Cinco años en busca de su reconocimiento moral, de su dignidad profesional, de la constatación pública y oficial de su rol “relevantísimo” -en palabras de la justicia- en los procesos artísticos de De Felipe.

El pintor despidió de forma improcedente a Fumiko el 31 de marzo de 2016 alegando problemas económicos, y desde que ella le demandase en octubre de ese mismo año, la guerra cultural e intelectual no ha cesado. Unos años mucho más locos que los que vivieron laboralmente la artista japonesa y De Felipe, porque entonces él apenas aparecía por el estudio, siempre estaba viajando y luciendo su obra -la de los dos, claro- por el ancho mundo y la dejaba a su libre albedrío sabiendo que, al llegar, el trabajo siempre estaría bien hecho. Su relación fue distante por este motivo: por las largas ausencias del popular pintor y por la diligencia de ella, que cada vez fue implicándose más, casi sin darse cuenta, profesional y emocionalmente en las piezas que sólo firmaba él.

De Felipe no necesitaba vigilarla: la destreza y la seriedad de Fumiko eran absolutas -ojo, aunque luego en el juicio declarase que lo que ella hacía era "empaquetar cuadros" o "cubrir zonas con cinta"-. Ella comenzó colaborando con él de a poquito, allá en 2006: “Era una colaboración más suave de lo que fue después. Yo era muy joven y necesitaba buscarme una actividad económica para el día a día, también para después sacar adelante mi propio trabajo como artista. Hacía grabados calcográficos, estampaciones… al principio trabajar con Antonio fue fácil porque su estilo era más sencillo, pero lo fue complicando poco a poco y cada vez me exigía más. No sólo tenía que rellenar planos, sino dar volúmenes y encargarme de todos los detalles”, sostiene Fumiko en conversación con este periódico.

Arrancó a ir todos los días al estudio. Dedicaba la mitad de su tiempo al taller de De Felipe. Las condiciones laborales que él le ofrecía a ella no la convencían: sentía que sus horas y su entrega tenían que ser mejor remuneradas. Fue autónoma durante mucho tiempo aunque, a efectos prácticos, no lo era. Luego cobró 2000 euros al mes por cinco horas diarias. “Las negociaciones se fueron complicando durante año y medio, él prefería no declarar ciertas cosas… prefería pagarme 1300 euros al mes y el resto, no declararlo. Me di cuenta de que me estaba sacrificando yo. No me parecía bien aquello”, relata.

¿Fue por eso por lo que empezó a agriarse la relación entre ellos: porque a él no le gustó que exigiese sus derechos laborales? “Yo lo he interpretado así. Me extrañó que me hubiese contratado y al poco tiempo me despidiese sin razón aparente, a pesar de que siempre me decía que quería trabajar conmigo para siempre, que estaba muy contento, que podía confiar mucho en mí”, esboza.

La trampa del entusiasmo

¿Y cuándo empezó a pensar Fumiko que también debía reconocerse su autoría en los cuadros de De Felipe? “El mundo del arte es dificilísimo. Es muy vocacional, muy pasional, hay mucha precariedad y es muy difícil ser artista, así que suele ser muy colaborativo… uno hace cosas por ayudar y también por entusiasmo”, cuenta. “Si un artista hace este tipo de cosas tú intentas entenderlo porque es muy difícil sobrevivir ahí, apoyar a los colegas artistas… hay un sentimiento de apoyo muy fuerte”.

“Mientras trabajaba con De Felipe no me sentí engañada, pero luego entendí que sí lo había estado. Ahora sé que me engañó. Acudí, para mi defensa, a Cruz Sánchez de Lara y a María José Rodríguez Rojas, que me han defendido y ayudado mucho y me han explicado lo que es de Derecho y lo que no, lo que está bien y lo que no. Cuando entendí que mi trabajo también tenía una parte de autor y no sólo de ejecución de obra, decidí demandar a Antonio”, explica la artista.

Fumiko. Begoña Rivas

Ahora se le vienen a la cabeza muchas cosas de las que no fue consciente en ese momento: como cuando ella, con inocencia e ilusión, le contaba a algunos amigos artistas o galeristas que estaba colaborando con Antonio de Felipe y uno de ellos le mandaba un saludo para él. “Yo le decía ‘Antonio, Fulanito me ha mandado un saludo para ti, le he dicho que estoy trabajando contigo’, y se enfadaba: me decía que por favor no dijese por ahí que trabajaba para él. No le gustaba nada que hiciese eso”. ¿Te prefería calladita? “Sí”, responde.

¿Artista o estafador?

Inevitablemente, y aunque su estilo como artista es otro, acabó cogiéndole cariño a las obras que pintaba para él. “Eran muchas horas y yo intentaba hacerlo lo mejor posible… porque soy artista, era mi arte y mi vocación. Hay cuadros en los que trabajando todos los días he tardado un mes en terminarlos… claro, con tanto tiempo y tanta dedicación, sentía cariño por la obra”. A su juicio, Antonio de Felipe ¿es un artista o un estafador? Fumiko resopla al teléfono. “No lo sé. En primer lugar, si alguien es artista o no… eso lo tiene que decidir cada uno. Y también la sociedad. O pensar si basta con que circule económicamente tu arte para ser artista. No lo sé. Y lo de estafador… eso tendrá que pensarlo también él mismo. Yo no puedo decir ni una cosa ni la otra”.

De Felipe llegó a decir, en declaraciones a este periódico, que si tenía que pintar delante del juez le daría “mil vueltas a Fumiko”, porque ella sólo era “una obrera”. ¿Qué opinión le merecieron a la aludida esas palabras? “Hoy tendemos a pensar que trabajar con las manos es algo despreciable. Yo no lo siento así. La intelectualidad siempre ha estado más valorada que trabajar con las manos… parece que se ha visto como algo inferior, pero un artista es una persona que puede ir de arriba a abajo, ¿sabes? Tiene que tener ideas brillantes y también ponerlas en práctica con el trabajo manual. Tiene que ensuciarse. Por eso creo que a mí Antonio de Felipe no me valora. Pero no me ofende que me llame ‘obrera’, porque lo soy, pero también soy artista y sé intelectualizar las cosas”.

¿Piensa ella que él es menos artista precisamente por despreciar esa ejecución de la idea, por no llevarla a cabo por él mismo casi nunca? “Sí, porque si abandonas la parte obrera estás abandonando el arte”, sugiere. No sabe, Fumiko, qué ha sido de Antonio sin ella. No ha vuelto a tener ninguna relación con él. “Pero si siente que no me necesita y que mi trabajo era meramente obrero y que me necesitaba sólo para hacer cantidad, adelante, que lo siga haciendo”, lanza. ¿Te echará de menos, Fumiko, crees? “No lo sé. Quizás me odiará”. Y ríe un poco, con dulzura.

Machismo en el arte

Le pregunto a Fumiko si cree que este relato también se ha desarrollado así por el machismo intrínseco en la sociedad que, cómo no, ensucia al mundo artístico. No es la primera artista silenciada: no será la última. La Historia del Arte está llena de casos como éste: de mujeres a la sombra de un hombre, de hembras talentosísimas sosteniendo los egos machos, de pintoras que nunca pudieron firmar. “Yo he nacido mujer y me ha pasado esto”, reconoce.

“En el mundo de las Bellas Artes hay más hombres que mujeres, aunque ahora empieza a haber un poco más de movimiento. Antiguamente la mujer artista tenía que ser hija de pintor famoso o hermana, o algo así, porque si no nunca tenía la oportunidad. Es un mundo muy machista también el de los compradores de arte, que prefieren la obra de los artistas hombres”, subraya. “Si firman una mujer, ya no les gusta tanto”.

Antonio de Felipe.

¿En una sociedad auténticamente feminista habría sido Antonio de Felipe el colaborador de Fumiko, y no al revés? Ríe con la ocurrencia. “No lo sé y no vamos a saberlo. Sólo puedo imaginar, pero igual yo tendría un lugar más elevado económicamente con mi arte solo, no trabajando para nadie más. Este es un mundo de hombres y parece que sus obras son de mejor calidad por ser hombres, es la tradición”.

Quizás, subterráneamente, Antonio de Felipe se ha aprovechado también de eso. “Sí, yo siento que en parte se ha aprovechado de mí y que me ha despreciado, ha despreciado mi trabajo, que era ejecutar”. ¿Es un explotador laboral? “Esa es una palabra muy fuerte, pero en parte sí, claro, aunque él se defendía siempre diciendo que trataba bien a la gente. Pero en el sentido empresarial era otra cosa. para mí era insuficiente lo que me daba después de diez años trabajando con él. ‘Soy buen jefe, te dejo sola y libre y te pago’, decía. Siempre me decía que tenía yo mucha suerte porque él no me vigilaba y me decía que tenía una máquina de café y el estudio para mí sola, ‘¿qué más quieres?’”, recuerda.

¿Cree Fumiko que, tras esta sentencia, Antonio perderá para siempre el respeto en el mundo del arte? “Es muy duro, no querría estar en su lugar, es una sentencia muy dura para él y no sé qué hará… ha debido ser el peor día de su vida. La sentencia ha sido contundente. Un artista no puede olvidar nunca el valor de la ejecución. Ahora él tiene que pagar el precio”.

Noticias relacionadas

Contenido exclusivo para suscriptores
Descubre nuestra mejor oferta
Suscríbete a la explicación Cancela cuando quieras

O gestiona tu suscripción con Google

¿Qué incluye tu suscripción?

  • +Acceso limitado a todo el contenido
  • +Navega sin publicidad intrusiva
  • +La Primera del Domingo
  • +Newsletters informativas
  • +Revistas Spain media
  • +Zona Ñ
  • +La Edición
  • +Eventos
Más información