En el efervescente centenario del nacimiento de Luis García Berlanga, hay motivos sobrados para recordar a dos intérpretes de trayectorias y personalidades muy distintas, inseparables para siempre de la filmografía del director valenciano: el inesperado actor protagonista Luis Escobar (1908-1991) y el eterno actor secundario Luis Ciges (1921-2002).

Escobar falleció el 16 de febrero de 1991, mientras dormía, en su suntuosa mansión madrileña del Parque Conde de Orgaz, ostentosamente decorada por Duarte Pinto Coelho y en la que hicieron tertulia desde Edgar Neville y Salvador Dalí hasta Tennessee Williams y Arthur Miller. Se cumplen en 2021, pues, treinta años de su muerte.

Ciges murió el 11 de diciembre de 2002 en la Clínica San Camilo de Madrid, a resultas de un infarto de miocardio y tras ser trasladado desde la residencia de ancianos en la que vivía y en la que no deseaba recibir visitas. Se celebra este año el centenario de su nacimiento y Filmoteca Española está ofreciendo un ciclo de sus películas.

Es muy probable que muchos lectores y cinéfilos desconozcan muy relevantes datos de sus interesantes y azarosas vidas, en gran medida representativas de las llamadas dos Españas y de su enfrentamiento en la guerra civil. Y también de la convivencia que, muy especialmente en el campo cultural y del cine, en concreto, lograron alcanzar personas de ambos bandos, aun permaneciendo fieles a sus orígenes.

Luis Escobar.

Berlanga, hijo de político republicano represaliado y de madre muy católica y conservadora, los reunió en La escopeta nacional (1978) y los volvió a juntar en su doble continuación, Patrimonio nacional (1980) y Nacional III (1982).

Escobar, imprevisto actor, se decidió, no sin pensárselo dos veces, a interpretar al arruinado, rijoso y monárquico antifranquista marqués de Leguineche. Fue un descubrimiento. Ciges ya había hecho decenas de películas como secundario, tres de ellas con Berlanga -a partir del pobre de Plácido (1961)-, pero destacó decisivamente en la trilogía -y antes de hacer otras cuatro- en su papel de Segundo, el no menos rijoso mayordomo de los Leguineche, especialmente cómplice del obseso sexual Luis José (José Luis López Vázquez), hijo del marqués. Por este motivo, y por considerarlo un tarado, Escobar siempre riñe, mangonea y menosprecia a Ciges en la trilogía.

Republicano y monárquico

En agosto de 1936, el padre de Luis Ciges fue asesinado en Ávila, tras ser detenido y puesto (en teoría) en libertad, por elementos no identificados del bando golpista. Nada se supo de sus restos hasta avanzada la Transición.

Ciges tenía 15 años y era hijo del periodista, novelista, ensayista, traductor y político valenciano Manuel Ciges Aparicio (1873-1936), importante intelectual regeneracionista próximo a la Generación del 98 y amigo de varios de sus miembros, a quienes el luego actor llegó a conocer de niño en su propia casa. Estaba casado con Consuelo Martínez Ruiz, hermana de José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, tío carnal, por tanto, de Luis Ciges.

Amigo y colaborador de Manuel Azaña y miembro de Izquierda Republicana, Manuel Ciges fue durante la II República gobernador civil de Baleares -donde trató estrecha y familiarmente al comandante militar Francisco Franco-, Santander, Lugo y, finalmente, Ávila. Tras su asesinato, su mujer y una hija fueron conminadas a entrar en un convento y el joven Luis Ciges, después de pasar obligadamente por un insalubre y riguroso internado religioso, encontró la salida “expiadora” de ingresar en un cuerpo policial que, entre otras tareas, se dedicaba a cerrar burdeles.

Nacional III, 1982, Berlanga.

En diciembre de 1938, a los 30 años de edad, el abogado (nunca ejerció) y periodista (El Debate, cronista social de Abc) Luis Escobar y Kirkpatrick, después de formar parte de la Junta Nacional de Teatros y Conciertos del bando sublevado, fue encargado por el ministro Pedro Sainz Rodríguez, y con el apoyo de Dionisio Ridruejo, de fundar y dirigir el Teatro de Falange (Compañía de Teatro Nacional de FET y de las JONS), inspirado en las consignas de la Jefatura de Propaganda para promover un nuevo teatro acorde con “la Nueva España”.

Luis Escobar, futuro séptimo marqués de las Marismas del Guadalquivir (título de su madre), era hijo de Alfredo Escobar, marqués de Valdeiglesias, periodista, diputado y senador conservador en el periodo de la Restauración, y hermano del también marqués de Valdeiglesias y abogado, José Ignacio Escobar y Kirkpatrik, miembro primero del consejo privado de Don Juan y acérrimo procurador franquista después.

De familia, por tanto, aristocrática, monárquica y muy conservadora, Escobar tuvo interés por la cultura desde muy joven, conoció el ambiente de la Residencia de Estudiantes y el París de los años 20.

En la División Azul

Luis Ciges estudió Peritaje Mercantil en Mallorca y, en el intento de mejorar su posición y la de su muy perjudicada familia, se enroló como voluntario en la División Azul en 1941 para combatir a los soviéticos. Estuvo en el frente ruso durante algo más de un año y conoció al también divisionario Luis García Berlanga, por entonces de rupturistas ideas falangistas, aunque principalmente enrolado para salvar la vida de su padre, José García-Berlanga y Pardo, diputado y senador republicano, condenado a muerte por el franquismo (indultado y mantenido en prisión durante casi diez años). Ciges y Berlanga dieron conjuntamente testimonio de su heladora experiencia rusa en el documental Extranjeros de sí mismos (2002), dirigido por José Luis López-Linares y Javier Rioyo.

Luis Ciges en Plácido.

Al volver de la Unión Soviética, Ciges se hizo pasar por espía alemán en Orense, estudió dos años de Medicina, trabajó en un sanatorio para tuberculosos y, entre otros menesteres, intervino en la realización de autopsias.

Grandísimo lector y poseedor de una enorme biblioteca de origen familiar, la vida de Luis Ciges tomaría, por fin, otro rumbo al ingresar en 1953 en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), donde se diplomó en dirección, dirigió sus correspondientes prácticas, fue compañero de futuros directores…y recibió clases de Berlanga.

Ciges escribió guiones que nunca se rodaron, hizo una película amateur sobre un hombre que sin mayores explicaciones lleva todo el rato una silla sobre su cabeza, pero, mientras de forma casual empezó a interpretar pequeños papeles en el cine, trabajó como guionista para los Estudios Moro y también para TVE, sobre todo en Barcelona, donde desempeñó varias tareas, entre otras como realizador.

La vida alegre y el teatro

Entretanto, y mientras disfrutaba alegremente, como siempre hizo, de una hedonista e intensa vida social en los santuarios y salones diurnos y nocturnos madrileños que el franquismo reservó para sus dirigentes y para la bohemia adepta o incrustada, Luis Escobar quedó atrapado por el teatro y realizó una importantísima y decisiva tarea renovadora durante cerca de tres décadas como director, adaptador, empresario y autor.

Cuando Escobar murió estaba terminando de filmar la película Fuera de juego (1991), dirigida por Fernando Fernán Gómez, quien tuvo que recurrir a un doble para rodar (de espaldas, sobre todo) algunas escenas que faltaban, suprimió otras y encargó a un joven imitador que doblara la totalidad de los parlamentos del actor fallecido en la película. Fernán Gómez, por cierto, había reunido antes que nadie a Escobar y Ciges en distintos capítulos de su serie El pícaro (1974), uno de los muchos trabajos televisivos de ambos.

El día en que murió de repente, Escobar iba a presentar -junto a Conchita Montes- el premio al mejor actor protagonista en la gala de los Goya. Le sustituyó sobre la marcha el también director y autor teatral Adolfo Marsillach, quien dijo emocionado que todo lo que él sabía de teatro se lo debía a Luis Escobar, “el más importante director teatral de la posguerra”. En términos parecidos, llenos de afecto, se expresó Carlos Saura, triunfador de la noche con ¡Ay, Carmela!, tragicomedia sobre la guerra civil.

La Academia, que tuvo que improvisar, homenajeó al actor poniendo una delirante escena de Nacional III en la que una mujer enmascarada y con los pechos al aire abrillanta los zapatos del marqués, Luis Escobar, en el carromato de un servicio de “Limpiabotas Top-Less”, ideado y regentado por su “valet de chambre”, Luis Ciges, mientras los dos conversan tan ricamente.

Director del Teatro María Guerrero entre 1940 y 1952 y propietario y director del Teatro Eslava entre 1956 y 1963 -dos etapas diferenciadas, pero con algún elemento en común-, Luis Escobar dirigió, también fuera de estos coliseos, grandes obras clásicas (de Tirso de Molina, Rojas, Zorrilla…) y contemporáneas tanto extranjeras como españolas. De derechas de toda la vida, como él mismo reconocía, su talante liberal le llevó a descubrir y dar trabajo a infinidad de artistas (Miguel Narros, Francisco Rabal…) sin reparar, al igual que en las obras que montaba, en su perfil ideológico, todo ello mientras modernizaba el teatro español de la época y sentaba las bases del actual.

La honradez de la cerradura.

Autor o coautor de una decena de obras teatrales, dirigió lo mismo piezas de Mihura (varias) o Calvo Sotelo que de Buero Vallejo, Martín Recuerda y hasta cuatro de Harold Pinter. Versátil y juguetón, Escobar pergeñó con gran éxito dos clásicos del teatro musical español de revista, Te espero en el Eslava (1957) y Ven y ven al Eslava (1958), el debut en las tablas de una joven llamada Concha Velasco.

Y también tuvo tiempo de dirigir dos películas: La honradez de la cerradura (1950), un interesantísimo y pionero policíaco, y La canción de La Malibrán (1952), sobre la diva española de la ópera del XIX María Malibrán. Quizás sean muy pocos los que sepan que Luis Escobar coescribió el guión de Luna de miel (1959), una película rodada en España por el maestro británico Michael Powell. Las memorias inacabadas de Luis Escobar, En cuerpo y alma (Temas de Hoy) se publicaron póstumamente en 1999. 

Con todos los directores

Asumido Berlanga, los espectadores más jóvenes (re)descubrieron a Luis Ciges en el sidecar de Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1988) y como el insólito y marciano protagonista de El milagro de P. Tinto (Javier Fesser, 1998). Dos años antes había ganado el único Goya de su carrera por su postapocalíptico papel en Así en la tierra como en el cielo, de nuevo con Cuerda. Al mejor actor secundario, por supuesto.

Fotograma de Amanece que no es poco.

Pero para entonces Luis Ciges ya se iba acercando a los dos centenares de películas rodadas desde aquel papelito en Historias de Madrid (1957), de Ramón Comas. Del terror a la comedia, del cine más comercial al más de autor, Ciges se prestó a todos e hizo de todo. Años tuvo en que rodó ocho o nueve películas. Bajo su apariencia de cateto, rostro rudo y cabeza calavérica de sobresalientes orejas, Ciges era un tipo tan raro, desde luego, como leído y reflexivo.

Hay que ir resumiendo, y de mala manera, por desgracia, pero un vistazo a su filmografía indica que fue llamado para imprimir carácter en sus películas por los más importantes directores españoles de varias generaciones durante casi cinco décadas y que no pocos -lo que da idea de su solvencia y seriedad- repitieron la llamada. A no olvidar que, en sus tiempos en Cataluña, intervino en las películas más vanguardistas y rompedoras de los directores de la Escuela de Barcelona.

Fotograma de El milagro de P. Tinto.

Madrileños ambos, el aristocrático burgués Luis Escobar -elegante, dicharachero, adinerado, divertido y con alegre pluma- y el anarquista de aspecto proletario Luis Ciges -keatoniano, medio mudo, menesteroso, cáustico y mujeriego- cruzaron sus vidas y su trabajo en tres películas culminantes de ese burgués ácrata que fue Luis García Berlanga. Y también en Moros y cristianos (1987). El cine hace posible unos cruces que la vida española necesita.

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