No es un año de efemérides redondas, categóricas, para el poeta, escritor, filólogo y profesor Pedro Salinas (1891-1951), miembro crucial de la Generación del 27, pero lo cierto es que en noviembre se cumplirá el 130 aniversario de su nacimiento en Madrid y, en diciembre, habrán pasado 70 años de su muerte en su exilio de Boston. Se hablará.

Por lo pronto, coinciden en Madrid dos acontecimientos imperdibles: el estreno en el Teatro Español (sala Margarita Xirgu, hasta el 23 de mayo) de Amor, amor, catástrofe, pieza escrita por Julieta Soria por encargo de Ainhoa Amestoy, directora del montaje. La obra recoge admirablemente la relación, a partir de 1932, entre Salinas, su esposa Margarita Bonmatí y su amante, la estudiante de Kansas Katherine Whitmore, luego hispanista y profesora de Lengua y Literatura en el Smith College de Massachussetts.

Margarita Bonmatí, esposa de Salinas.

Al mismo tiempo, en la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina (hasta el 20 de junio) tiene lugar la exposición Pedro Salinas recuperado: una pasión sublime (1951-2021), comisariada por Enrique Ortiz Aguirre, que muestra el legado de la biblioteca personal del escritor. Ambos eventos han sido posibles con el concurso de muy azarosas circunstancias.

'Amor, amor, catástrofe'

Amor, amor, catástrofe toma su título del primer verso de uno de los poemas de ese torrencial poemario-río que es La voz a ti debida (1933), título, a su vez, tomado por Salinas de un verso de la Égloga III de Garcilaso de la Vega.

Obra cumbre de la poesía amorosa del siglo XX, sometida a la influencia de Juan Ramón Jiménez, amigo y mentor inicial de Salinas, La voz a ti debida fue el primer libro de una trilogía completada por Razón de Amor (1936) y Largo Lamento (1939), libros que podemos leer reunidos en una edición de Cátedra y que estructuran, en razón de su contenido, la pieza dramática escrita por Julieta Soria y publicada, con prólogos de la autora y de Ainhoa Amestoy, en Ediciones Antígona.

La trilogía da cuenta del arrebatador inicio de una pasión amorosa, del curso de su decaimiento y de su triste final. Cuando se publicó La voz a ti debida, Salinas llevaba 18 años casado con Margarita Bonmatí, con quien había tenido dos hijos, Solita y Jaime Salinas. ¿Era Margarita la amada de los encendidos y exaltantes versos del libro? ¿Se dirigían estos a una amada imaginaria e ideal?

En 1979, más de veinticinco años después de la muerte de Pedro (1951) y de Margarita (1953), la Houghton Library de la Universidad de Harvard recibió un paquete con la indicación de que no podía ser abierto hasta 20 años después.

Llegada la fecha, se descubrió su contenido: 354 cartas de amor de Pedro Salinas dirigidas a Katherine Whitmore entre 1932 y 1947. Era la revelación de un secreto conocido por muy pocos: la relación amorosa entre Salinas y Whitmore iniciada en 1932, cuando la entonces estudiante fue alumna del poeta en Madrid, que se prolongó físicamente en el curso 1934-35, cuando ella regresó a la capital española, y que, salvo algún breve encuentro más, se reanudó sólo epistolarmente hasta su definitiva extinción. Katherine -seis años más joven que el escritor-, fallecida en 1982, era la amada de La voz a ti debida y de la completa trilogía poética de Salinas.

Katherine Whitmore.

151 de esas cartas -menos de la mitad del total- fueron publicadas en 2002 en Cartas a Katherine Whitmore (Tusquets), con permiso de los hijos de Salinas. Según testimonia una carta del editor y escritor Jaime Salinas, fechada en 1966 y recogida en su libro póstumo de correspondencia Cuando editar era una fiesta (Tusquets), fue su hermana Solita, “con una torpeza impresionante”, quien le puso al tanto de la relación entre su padre y Katherine, con la que llegó a establecer contacto epistolar. Jaime nunca quiso leer las cartas de su padre a Katherine.

En 1984, en edición preparada por Solita Salinas, Alianza Tres publicó Cartas de amor a Margarita (1912-1915), cartas del poeta a su esposa desde que se conocieron en un veraneo en Santa Pola hasta, más o menos, su boda en Argel, donde Margarita vivía.

Un poema escénico

Los versos y la correspondencia de Salinas y otras informaciones están en la base documental y literal de Amor, amor, catástrofe, el bellísimo, dramático, emocionante y, además, muy interesante texto escrito por Julieta Soria, elevado a la categoría de auténtico poema escénico por la precisa, minimalista, imaginativa y emocionante dirección de Ainhoa Amestoy, que maneja tiempos y espacios diversos, acciones y estados de conciencia, hechos y referencias biográficas con unos pocos recursos escénicos que, sin embargo, convierten la obra en un intenso y absorbente artefacto narrativo alejado, además, de la representación naturalista.

Interesante, decía, porque la obra no sólo refleja una relación amorosa histórica, o da cuenta de la conexión entre vida y obra, o desvela los caminos que la experiencia sentimental toma para hacerse poesía, sino que, más allá de los protagonistas concretos indaga en un universal que a todos atañe: los rumbos del amor en el contexto de una relación triangular sometida tanto a los requerimientos éticos y a la buena voluntad de no dañar como a las exigencias y oportunidades únicas de una pasión sublime y fatal.

Amor, amor, catástrofe, en el Teatro Español.

Amor, amor, catástrofe, con sutiles pinceladas de pieza de cámara musical y de danza, está magnífica y muy físicamente interpretada por Juan Cañas (Salinas, relevado algunos días por Daniel Ortiz), Lidia Navarro (Katherine) y Lidia Otón (Margarita), que expresan con matices y a la perfección la exaltación, las dificultades y el proceso de derrumbe de sus respectivos personajes.

Katherine, que pronto se casó y rápidamente enviudó, cortó la relación con Salinas, ya acechada por la insatisfacción de la distancia y de su falta de plenitud real -aunque seguía embargando al poeta y a su obra en curso-, cuando supo que Margarita se había enterado del asunto. Es el momento dramáticamente álgido de la historia, inseparable del intento de suicidio de Margarita, disfrazado de caída accidental, en las aguas del río Tajo en Aranjuez, de donde fue rescatada in extremis. La obra, no dejen de verla, revela los hitos finales de la historia.

La biblioteca personal

Y uno de esos hitos está en el origen de la exposición que puede verse en la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina: la guerra civil y el exilio.

Poeta consagrado dentro de la Generación del 27, catedrático en la universidad de Sevilla, ateneísta, miembro activo de la Institución Libre de Enseñanza, primer secretario general de la Universidad Internacional de Verano de Santander (luego, rebautizada Menéndez Pelayo), dramaturgo, narrador, traductor, ensayista, estudioso de la poesía de Jorge Manrique, Rubén Darío y San Juan de la Cruz, burgués y republicano ilustrado, Pedro Salinas optó por tomar el camino del exilio nada más estallar la sublevación militar de 1936.

Un acorazado norteamericano le llevó junto a su mujer, no sin dificultades, de Bilbao a San Juan de Luz, y de ahí se desplazó a Le Havre, desde donde partiría hacia Estados Unidos. Ya tenía una plaza para enseñar en el Wellesley College (universidad privada femenina situada en el estado de Massachussetts), actividad académica que más tarde extendería a la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y a la Universidad de Puerto Rico. Cuando salió de España, Salinas pensaba que el levantamiento sería sofocado pronto y que regresaría a su país. No fue así. Murió en Boston.

Amor, amor, catástrofe, en el Teatro Español

Al abandonar precipitadamente su domicilio madrileño de la calle Príncipe de Vergara, 76, la casa fue asignada al alojamiento de refugiados de la guerra civil. En el catálogo de la exposición se nos informa de que, en 1938, un miliciano, temeroso de que la ingente cantidad de libros y documentos que había en la casa sufriera daños, informó a las autoridades. En resumen, se ordenó su traslado a la Biblioteca Nacional y, después, en 1940, para su inventario y custodia, al Instituto de Enseñanza Media Cervantes.

Allí permanecieron hasta su cesión a la Biblioteca Regional en 2014 -los hijos del poeta, se nos dice, no manifestaron previamente interés-, y es ahora cuando se nos muestra por primera vez, con el debido apoyo informativo y crítico, una escogida selección de la biblioteca personal de Pedro Salinas, un festín para lectores del poeta y para lectores y amantes de los libros -portadas, ilustraciones, diseños, tipografías…- en general.

“Tu padre era un genio”

A tiempo todavía para hacer doblete y ver en el mismo singular complejo de Delicias, en la sala El Águila -hasta el 30 de mayo, en su caso-, la estupenda exposición dedicada al fotógrafo Nicolás Muller, vale mucho la pena visitar la exposición Pedro Salinas recuperado: una pasión sublime (1951-2021) en el magnífico -y yo diría que no muy conocido- edificio neomudéjar de la Biblioteca Regional Joaquín Leguina.

Me ha sorprendido el libro-catálogo de la exposición, 75 páginas encuadernadas en tapa dura, con profusión de imágenes en color y en blanco y negro: se entrega -o se entregaba- gratuitamente, lo que no es nada corriente. El volumen contiene textos del profesor Ortiz Aguirre y de Carlos Fernández González, su ayudante en el comisariado, que, en tono erudito y académico, glosan e informan sobre la obra de Pedro Salinas y los contenidos de la exposición.

Salinas recuperado.

Los libros y las revistas de la biblioteca personal del poeta hasta 1936 que se muestran, con apoyo de fotografías y paneles documentales, van desde sus libros de lectura formativa y de gusto personal a los libros de poesía que él mismo escribió, pasando por las obras -varias, dedicadas- de sus compañeros de la Generación del 27 y, entre otros, ejemplares de su trabajo como traductor, crítico y ensayista.

En el poema Amor, amor, catástrofe pueden leerse estos versos: “¡Que caiga todo! Ya/ lo siento apenas. Vamos,/ a fuerza de besar,/ inventando las ruinas/ del mundo, de la mano/ tú y yo/ por entre el gran fracaso/ de la flor y del orden”.

En una carta que Katherine Whitmore escribió en 1976 a Jaime Salinas, citada por Enric Bou, a cargo de la edición del libro, en Cuando editar era una fiesta, le decía: “Tu padre era un genio, querido. Los genios no son fáciles para la familia. Estuvo a punto de destruir mi sistema nervioso, pero fue maravilloso”.

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