Decía Coco Chanel que cuando una mujer cambia de peinado significa que va a cambiar de hombre: que se apliquen el parche los lectores y cuiden más a las esposas que vienen pizpiretas de la peluquería, que mañana nunca se sabe. Más allá de la chanza, lo que en realidad quería expresar la diva de la moda es que un corte de pelo no es sólo una decisión estética, sino que ese cambio deja un rastro psicológico, ideológico, sentimental. Un corte de pelo radical es un símbolo, una declaración de intenciones para amantes y enemigos: ya no soy el que era, ya no soy la que era. Ya no me encontraréis. Ya no me cazaréis. Estoy superando el pasado.

Un clásico para marcar un antes y un después, para descorchar una nueva vida y para deshacerse de los malos augurios y las viejas iras que amasamos en el cuerpo: muchas chicas lo hacen para recomponer la autoestima y el poderío después de una tenebrosa ruptura. Es el caso de Pablo Iglesias, que si con su sonado corte de pelo nos está diciendo algo es que acaba de vivir un divorcio, una clausura emocional: a Pablo quien le ha dejado es España, su novia ya lejana a la que ahora debe sorprender -como efectivamente ha hecho- con los numeritos típicos del recién soltero. Mira qué guapo estoy, mira lo que te pierdes. Me va mejor sin ti.

Pablo Iglesias se corta la coleta. Dani Gago.

En Iglesias, como en Sansón, la coleta era una reivindicación de la fuerza, del poder, de la energía política: recuerden que el ídolo bíblico fue enviado por Yahvé para liberar a Israel de los filisteos, igual que Pablo se sentía una suerte de mesías lanzado al Parlamento por ¿Carrillo, quizás Gramsci? para salvar España de las hordas de la derecha. 

En ambos, el aplomo secreto residía en el pelo: ahí se fraguaba capilarmente una furia física que bastaría para rescatar a los rehenes ideológicos -a los obreros que votaban al PP-, según dictaba la leyenda. A Sansón le raparon para volverlo prácticamente eunuco, y eso que el chaval se había enfrentado hasta a un león por la gracia de dios: el pelaíto de Iglesias corre a su cargo -porque la leona de Ayuso esta vez sí que venció-, así que igual nos está queriendo decir que no está para epifanías, que en este tiempo nuevo pensará sólo en protegerse a sí mismo -el pueblo, qué ingrato es-.

Anton van Dyck. Sansón y Dalila. Dullwich Picture Gallery, Londres.

Uno mete tijera para que caiga el mito, para que descabalgue la fábula. Uno está cansado de ser guapo, de ser icónico, de ser hercúleo. Piensen cuántas veces habrá tenido ganas Iglesias de raparse y de que le dejen en paz, de desposeerse de sí mismo, de olvidarse de su cáscara: pero no podía hacerlo, no, ni por mucho que apretasen los sudores del agosto, ni por muy poco favorecido que se viese algunas mañanas en el espejo, porque el reflejo le devolvía la imagen del rey de la selva, del félido padre que tenía que inspirar a los avasallados. Era muy consciente Iglesias de que el hecho de que un tipo con coleta llegase al Gobierno era un asunto estéticamente histórico: era una manera de desmembrar el outfit soporífero del político clásico, y, a la vez, de recordarle a la gente que un rupturista -en todos los sentidos- estaba acariciando el poder. 

Adiós a 'el Coletas'

Si Pablo Iglesias se cortaba el pelo, nos cortaba el rollo: frenaba la potencia de su propio relato. Para empezar, hubiera dado una imagen de niño bueno, canónico y amansado por el sistema que no le hubiese interesado a su electorado -como cuando nos disfrazamos de gente seria para buscar trabajo-, y, por otro lado, hubiese perdido su gran mote -todos sabemos que un mote es un destino, y que sin un sobrenombre en un pueblo o en un barrio, resultas irrelevante-. ¿Quién es Pablo Iglesias si no es “el Coletas”? ¿Quién habitaba al hombre detrás del alias? A partir de hoy lo comprobaremos. Amenaza el exvicepresidente con una nueva era, como ya hizo Melendi al tajarse las rastas: se acabó la rumba callejera, ahora golpearemos desde el pop. Vamos a petarlo desde el mainstream, que, en el caso de Iglesias, parece que será la televisión. 

Britney Spears rapándose en 2007.

Ineludible: los cambios son a la vez dolorosos y esperanzadores. Buena prueba de ello fueron aquellas fotografías emblemáticas de 2007 donde una Britney Spears fuera de sus casillas sonreía con tintes lunáticos con una maquinilla de afeitar en la mano, rapándose por completo la cabeza. Era una expiación, un resurgir. Un “hasta aquí hemos llegado”. Era un feísmo autoinfligido, una manera de romper con el acoso de la prensa y de los fans, un modo de deteriorarse y de burlar, así, todo lo que se esperaba de ella en el peor momento de su vida: que siguiese siempre siendo la mejor. Era un "me daño yo para que no volváis a dañarme vosotros". 

V de Vendetta

De esa anécdota gloriosa de la cultura popular viene la coña recurrente de “si Britney pudo superar 2007, tú también podrás superar esto”, siendo “esto” una pandemia, un despido, un abandono o cualquier tipo de desgracia que en el momento nos parezca invencible. Pablo lo sabe: sí-se-puede.

En el lenguaje taurino, “cortarse la coleta” significa retirarse definitivamente. En otras ocasiones históricas, tristemente, el corte de pelo ha sido equivalente a tortura, como les sucedió a las mujeres republicanas durante la represión franquista: esa era la manera de los azules de humillarlas, vejarlas y marcarlas, de arrebatarles la feminidad conquistada en forma de derechos durante la Segunda República.

Natalie Portman en V de Vendetta.

Natalie Portman se dejó rapar en V de Vendetta también tortuosamente, aunque en la película ese gesto ejemplificaba la liberación de sus miedos, el pedregoso camino a recorrer para convertirse en la antiheroína, en el temible azote del sistema. En Star Wars, cuando los padawans -los aprendices de Jedi- se cortaban la trenza, significaba que habían completado su formación, que ahora eran dignos, que ahora eran caballeros. Es la sofisticación del héroe, el paso a la vida adulta, el adiós a la locura adolescente. 

Mulán se rapó para hacerse pasar por hombre y pelear contra los hunos, así que no les extrañe que este guiño de Iglesias acabe siendo una falsa búsqueda de anonimato, una estrategia camaleónica para seguir combatiendo al mal mientras se vuelve invisible para el enemigo. Pase lo que pase, habrá que despedir la copla con ese verso maravilloso de la chirigota de los Yesterday escrita por Juan Carlos Aragón: “Melenudo, y sin embargo, / aunque no sirva de nada, / yo prefiero el pelo largo / a las cabezas rapadas”.

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