El nombre era el destino: Amistades Peligrosas ya vaticinó su propio final en el momento del bautizo. Eran todo pasión y personalidad. Eran todo mensaje y química. Cómo se respiró aquella conexión fatal en los conciertos felices de los noventa, cuando la música significaba otras cosas, cuando el arte se consumía de otra forma y traía aires nuevos de libertad. Efectivamente, la complicidad de Cristina del Valle y Alberto Comeseña les quemaba. A ellos y al resto. Aquellos dos millones de discos que vendieron -¡sólo en España!- fueron un gran marcador de lo que transmitían: deseo y política. Movilización. Erotismo. Intelecto y cuerpo. Una furia joven y fresca, ganas de revertir lo establecido.

Saben ustedes que el dúo comenzó siendo pareja sentimental, lo dejaron, intentaron encauzarse para seguir siendo compañeros laborales y la cosa acabó nada más que regular: todo el mundo lo entendió, no obstante, porque esos romances intensos y locos no se pueden canjear en cordialidad y diplomacia tan fácilmente. Eran transparentes y el público lo agradecía. Eran dos fuerzas de la naturaleza y a ver quién puede con eso. De alguna manera, Comesaña lo intuía cuando cantaba: “Tía, sin tu alegría seré un pringao’. Yo no me merezco la pena. Tía, sin tu valía caeré en picao’”.

En picado no, pero algo se perdió para siempre cuando se separaron. Habían vuelto a verse alguna vez, pero cada uno tomó su camino por separado. Fueron felices. Cambiaron de rumbo. Vivieron nuevas cosas. Cristina siguió siendo la gran activista, la gran feminista, la gran mujer implicada en los derechos humanos, en las causas sociales. Empática, discursiva, implacable contra la violencia de género. Alberto siguió siendo el gran transgresor, el gran poeta erótico, el gran interesado por la parte lírica de las cosas: se volvió paseante, se aprendió de memoria todos los caminos que llevaban a Santiago.

Todo cambió cuando hace poco, en uno de los primeros conciertos que se celebraron después del encierro pandémico, se encontraron por casualidad: ahí el evento del grupo Mastodonte, donde coincidieron en una suerte de reservado -al aire libre, en Ifema y respetando todas las medidas de seguridad-. Tras superar la extrañeza inicial, llegó la magia. El reencuentro. Estuvieron hablando desde las diez de la noche hasta las tres de la mañana y cayeron en la cuenta de que hacía ya treinta años que habían echado a andar la banda. ¿Y si firmásemos la paz?

Nueva canción: Alto el fuego

Dicho y hecho: Alto el fuego. Así se llama el single con el que se estrenarán dentro de poco y con el que su nuevo álbum verá la luz el año próximo que casi entra. “Después de todo este tiempo y de todas las confrontaciones que ha habido, hemos vivido cada uno por nuestro lado y ambos teníamos un poco el dolor de haber vivido algo maravilloso y no haber sido capaces de hacerlo bien hasta el final”, cuenta una generosísima Cristina al teléfono.

“Teníamos esta asignatura pendiente: reencontrarnos bien. La pandemia nos ha hecho reflexionar sobre la gente que ha sido importante en nuestras vidas. Nos planteamos, todos, recomponer afectos y amistades, y nuestra amistad había sido tan peligrosa que teníamos que colocarla en un camino nuevo y recordar con cariño lo felices que fuimos como pareja y compañeros de trabajo”, continúa. Así será. Viene un disco recopilatorio de Amistades Peligrosas y con muchas sorpresas que aún no se pueden desvelar. Viene una gira nacional e internacional. Vienen fechas y festivales.

Ojo, para ellos es fundamental regresar a esa vieja cita con Latinoamérica, “donde pegamos muy fuerte y donde siempre nos recibieron con muchísimo amor”: “Tenemos muchas ganas de volver a Chile, a Venezuela, a Argentina, a Perú…. con más ilusión que nunca y con otra madurez”.

Cristina subraya que ellos nunca fueron “famosos” ni “vendedores de discos”, sino “artistas”: “Para mí la música no es ocio, es cultura. Siempre tuvimos la identidad y la personalidad de dos personas absolutamente diferentes pero que lucharon por ser sinceros y ellos mismos, sin concesiones a nadie. Alberto fue la sexualidad sin pelos en la lengua y yo la canción de compromiso”.

Erotismo y política 

Cierto que rompieron lanzas políticas cuando nadie lo había hecho aún: sobre el derecho a la eutanasia, sobre el aborto, sobre el racismo. Cierto que transitaron los caminos del pop y tontearon con el mestizaje. “La diversidad es imprescindible. La música ha caído en un modelo neoliberal lineal y parece que sólo se escucha ya un tipo de música. Necesitamos que vuelva la música de los ochenta y los noventa, y no por nostalgia, sino por riqueza y diversidad. Necesitamos que vuelva la música en las calles y en los locales, donde se acabó con ella. Y necesitamos que hable la gente que tiene cosas que contar, la gente que se ha curtido en la vida, no en concursos de televisión en en cursos acelerados de construir artistas. Queremos artistas rebeldes y diversos”.

Alberto Comesaña, por su parte, cuenta que está feliz de haber limpiado “los malos rollos del pasado”. “Me encantó reencontrarme con Cristina en esa noche tan bonita. Hablamos de dónde había estado cada uno, recordamos los buenos tiempos, comentamos cómo había cambiado la música, el show business de los noventa hasta ahora… al principio yo estaba receloso ante la idea de volver a hacer algo porque quería aportar cosas nuevas, no quedarnos en la celebración de un aniversario, no sólo en una recopilación”, confiesa.

“Tenía una canción… se la di a Cristina y le encantó. Cuenta un poco nuestras desavenencias, nuestros errores y nuestros aciertos. Y a partir de ahí me animé a dar los siguientes pasos”, cuenta, ilusionado.

“Creo que fuimos un grupo rompedor y adelantado a su tiempo. Hicimos cosas que no fueron comprendidas. Teníamos puntos sexuales y políticos. Cristina es una polvorilla -optimista, impulsiva-, cuando quiere algo pone todo en su cabeza a funcionar… yo soy más tranquilo, estoy más dedicado a la parte creativa, a buscar las frases. Siendo tan diferentes, siempre hemos tenido una química muy poderosa”, comenta.

Documental, libro y disco

“Los cuatro discos que sacamos siempre alcanzaron el top diez de las listas de ventas. Ahora todo ha cambiado: ya no se venden discos, todo va por escuchas de Spotify… el éxito es otra cosa. En cualquier caso, aunque disfrute en los escenarios, a mí el éxito ya no me interesa. Soy un caminante, una persona anónima que disfruta de su intimidad. Soy padre de familia, tengo cuatro hijos universitarios y adolescentes. He pasado por todas las fases. Nadie te enseña nada, todo lo experimentas tú, cada hijo es distinto…”, resopla.

“Tengo muchas ganas de pasar todo el año 2021 haciendo cosas: yo quiero un disco, un documental que podría ser para Netflix, para HBO o Amazon Prime… hay material con mucha chicha y mucho interés. Me gustaría resaltar algo para acabar: la parte visible de Amistades peligrosas somos Cristina y yo pero detrás hay autores, productores, técnicos ejecutivos y casas discográficas que fueron los que nos auparon y que están ahora sufriendo una barbaridad. A la cultura la están machacando. Somos un colectivo y nos vamos a apoyar entre todos”. Les esperamos. 

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