Alberto Olmos, (Segovia, 1975) como todos los que golpean fuerte la tecla con la idea más incómoda, resulta sorprendentemente plácido al teléfono: luego dice que se ve más franco y más interesante por escrito, así que habrá que poner en cuarentena estas respuestas orales tan simpáticas. Bueno: no para todos. Porque el autor y articulista de El Confidencial, aunque de boquilla diga que le teme al titular grotesco o punzante, lucha por emanciparse del teatrillo, del espectáculo circense del mundo de la literatura y sus infinitas complacencias y amiguismos. Sus agenditas cómplices. Sus fiestecillas núbiles de niños drogadictos y bohemios. Sus jijí, jajá. Sus cositas

Aquí está el aguafiestas de guardia: contra los egos patrios de los wannabes, contra los guapitos de la foto, contra los progres hipócritas aupados por el establishment. Contra los lugares comunes. Contra la literatura mala, todo sea dicho, aunque ahora la literatura sea lo que menos importe dentro del propio sector y se premien más las peculiaridades de los escritores -sus identidades, sus rasgos físicos, sus identidades-, según apunta él. 

Olmos escribe -con brillantez y cierta sorna- desde la permanente sospecha. Buscando la grieta. También hay algo tierno en su ascetismo, en su cascarrabismo, en su manera de leer y leer y leer mientras los demás hablan y hablan sobre lo que fingen haber leído. Es una soledad entrañable, casi antisistema. Es una trinchera honorable, al cabo.

A bordo del naufragio (Anagrama), Trenes hacia Tokio, El Estatus (Lengua de Trapo), Alabanza (Random House)... ahora reúne sus reflexiones más mordientes y divertidas -antes artículos- en Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad (Círculo de Tiza), y por eso hablamos de esto y de lo otro. Por su Mala Fama. 

¿Cuánta mala hostia hace falta para escribir bien? “Es usted una persona demasiado franca y cándida para escribir bien”, decía Szymborska en Correo literario.

Bueno, para columnista, la mala leche, la agresividad, la mala hostia… son recomendables o fundamentales. Es salir a decir algo en muy poco espacio mientras hay muchas opiniones circulando. En los noventa leía a Boyero y a Umbral y me gustaban por esa misma razón. O, cuando salió en tu periódico el artículo sobre los cipotudos, me divirtió mucho. Mucha gente pensó que lo tuiteaba como crítica, y no era así: más bien pienso que se equivocan cuando llaman “virilidad” o “machismo” escribiendo a lo que es una actitud imprescindible en prensa: salir al ring.

El columnismo de buen rollo es absurdo. “No estoy a favor ni en contra, todo el mundo es respetable”… eso es ilegible, joder. Claro que todo el mundo es respetable, pero dime algo. La columna te obliga a tomar una posición más o menos extrema para que la gente reaccione, porque si les das espacios para sentirse cómodos no se la van a leer. Luego, a la hora de la verdad, no sé si esa actitud conlleva escribir bien, creo que Boyero no escribía muy bien pero me gustaba leerle.

¿Tú sí te arriesgas? Es verdad que por escrito pareces malhumorado. Por teléfono cambia la cosa.

¿Sí? No sé… La escritura es entre un suero de la verdad y una pócima del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Por escrito soy muy sincero. Bueno, y más interesante (ríe). En cualquier caso, la columna no te la dan para que hagas relaciones sociales. Esta gente que tiene una columna fija y te dice “fui a comer con mi amigo Pepito y vi una buena obra de teatro”… ¿te pagan por decir esas gilipolleces? Aquí trabajamos para comer y yo me siento muy obligado a aportar algo.

El método de selección de un tema, para mí, es encontrar una cuestión sobre la que se esté hablando y no se esté diciendo algo que tú piensas. Otra cosa es que buscar escribir siempre a la contra es la mediocridad absoluta. Pero decir “el racismo es muy malo, y el machismo”… ya, ya lo sabemos. Eso es una gilipollez. Yo estoy a favor de cuidar el planeta pero encuentro el hueco en decir que la figura de Greta Thunberg me parece un timo. Y a simple vista, claro, parecerá que estoy en contra del medioambiente. No es así.

¿Dónde encuentras la élite intelectual en la literatura española?

¿La élite?

Sí, pero intelectual.

(Ríe). Mira, me fascina que haya una serie de autores ancianos casi que llevan toda una vida de trabajo intelectual y en Twitter son continuamente ninguneados y vapuleados como si fueran idiotas. Savater, Trapiello, Marías. Millás, incluso. Se les trata como a idiotas por “señoros” y todo esto. Savater está a años luz de la gente que le critica. Lo que hay que hacer es sentarse y escucharlos y aprender, pero no, les miran como a gilipollas. ¿Tú sabes lo que ha leído esta gente, lo que ha pensado, lo que ha escrito? Si tienes un poco de cerebro, te callas y escuchas. Parece que ahora sólo se premia el ser joven y guapo, hasta para ser presidente del Gobierno, o para ser ministra, y ya no te digo para dedicarse a la literatura.

Qué triste eso, ¿no?

Sí, es triste. Yo preferiría un Borrell de candidato, ¿sabes? Se le nota que tiene en la cabeza todo el Estado, toda la UE y el Código Civil… pero aquí cualquiera entra y ya es ministro o presidente, es acojonante. Si a mí me hubieran propuesto ser secretario del libro o cualquier cosa de esas, me habría acojonado, pero aquí todo el mundo tira para adelante. Yo siempre pienso que habrá gente más valiosa. Esto va de desfachatez. Nada que ver con la meritocracia.

Sin embargo, siempre ha sido un país gerontofílico y parece que los jóvenes tienen que envejecer para ser legitimados en el debate público.

Yo lo prefiero.

Te preguntaba por la élite intelectual, ¿qué hay de los grandes estafadores del mundo literario?

No te diría estafadores, pero sí es cierto que este entorno de “poetas”, con comillas, es bastante gracioso. Marwan, Elvira Sastre… ya sabes.

Dicen que son la “voz de mi generación”. Estoy aterrada, claro. Vaya techo. 

Normal. Seguro que hay cuatro o cinco muchachos que han leído a Garcilaso y que tienen cosas interesantes que decir, pero son menos visibles. Estos escriben frases de carpeta de instituto, siempre con el mismo recurso de la comparación o la imagen sencilla de barra libre de besos y de amor toda la noche.

Estos -Marwan, Sastre- no tienen sustancia ninguna, no han leído nada. No tienen ni puta idea de poesía ni de nada. Y no estoy enfadadísimo con el tema, ¿eh? Que les den el Cervantes a todos, que hagan lo que quieran, que publiquen, pero eso no tiene nada que ver con la literatura. Otra cosa es que tantos miles de personas les compren. Ahí ya no hay más que hablar.

Parece que tiene que ver con la “democratización” del talento, ¿no? Nos han dicho “tú también puedes escribir, pintar, ser un artista”, “tu trabajo vale tanto como el de otro”, etc. ¿Qué hay de este buenismo absurdo en la educación cultural? ¿Estamos criando una caterva de egos imprudentes? ¿Necesitamos gente cruel que nos baje a tierra y nos diga que no servimos para esto o para lo otro?

Es curioso, sí. Porque estos mencionados nombres no son siquiera pop, son balbuceantes, no son ninguna generación, no vienen detrás de nadie… sería como decir “después de la novela de Marías viene el catálogo de Ikea”. No. Es otro mundo. Es llamativo que se reconozcan tan fácilmente como escritores.

Yo llevo bastante tiempo en el oficio y me cuesta definirme así. Si alguien grita entre cientos de personas “¡escritor!”, yo no me vuelvo. Ni me reconozco cuando alguien dice “mi amigo escritor”. ¿Quién, yo? ¿Te refieres a mí? Serás escritor cuando sientas que has aportado algo. ¿Que están Virginia Woolf, Kafka y tú? No creo, hombre. Hay que tener un poco de respeto. Supongo que lo que estoy diciendo es muy antiguo comparado con el posmodernismo actual donde todo vale.

Me leo libros “viejos”, como los de Torrente Ballester, que no ha tenido el gran éxito de Delibes o Cela, y dices “pero qué nivel”. Están a años luz de mi generación, de la mía, ya no de los jovencitos estos que pululan. Todo se ha abaratado. En El País ya cualquier pringado te firma una columna. Parecen redacciones escolares. Anagrama publica a cualquiera… en fin.

¿Qué diagnóstico haces del sector literario? ¿Por qué parece siempre más interesante desde fuera?

Bueno, es que es agotador. Lo de los festivales literarios… estos que te llevan a México o a Argentina… madre mía, son como el viaje que nunca hice a Roma en segundo de BUP o a donde hostias se fuera. ¡La gente va allí a follar! La literatura no les interesa. Las charlas les dan lo mismo, nadie las ha preparado, no saben ni qué dicen, sólo piensan en la fiesta. Es algo adolescente. Muchos viven de becas, de premios que les paga algún Estado… es decepcionante. La literatura va de vida social: ya puedes escribir de puta madre que si no envías el libro a no sé quién o no estás donde tienes que estar no le importas a nadie.

O ya puedes escribir mal que si eres un tipo simpatiquísimo y la gente te quiere, te lo reseñan en todos lados. A mí me ha acabado hartando este mundo de jerarquías, de éxitos y demás. Lo decepcionante, claro, es la falta de literatura que hay en la literatura. “Ay, vamos todos juntos de un bar a otro bar, jajaja, vaya borrachera se pilló éste, vaya drogadicto el otro”. Pero, ¿a quién cojones le importa esto? Me acuerdo de que cuando era más joven iba a alguna fiesta del mundo editorial y joder, se creían que eran ¡los únicos de España que hacían fiestas! Claro.

En el sector cultural, ¿se premia ser de izquierdas?

Pues no lo tengo tan claro, cada vez tengo más dudas con esto. Creo que te he leído a ti que si la gente dice que no es de izquierdas ni de derechas, es de derechas. Pero, ¿es realmente de izquierdas la gente que da esa impresión? Lo que es seguro es que la gente suele creerse de izquierdas cuando es joven. Pero por ejemplo, luego vemos a una figura como De Prada, que parece que ha tenido como un periodo de marginación porque la gente más joven que yo ni le considera, ¿no? Porque le ven como ultracatólico y esto.

Bien, pero luego le hacen un homenaje y estaba ahí todo el mundo, hasta Nacho Escolar. No sé. ¿Qué es la marginación? ¿No salir en Babelia? Es cierto que uno tiene la sensación de que todo el mundo es de izquierdas y de que se pueden expresar ideas de izquierda con más soltura. Nunca he escuchado a nadie del mundo cultural hablar a favor de Aznar o de Rajoy.

Yo diría que los que están protegidos son los “progres”. El mundo cultural protege a los “progres”, pero si eres de izquierdas como Gopegui o Guillermo Toledo, te quedas fuera. Esa izquierda alucinada a la que yo no llamaría radical, pero sí es una izquierda que va en serio y ah, eso no hace tanta gracia. Creo que Gopegui tenía más presencia hace 15 años porque ahora ha sido sustituida por autoras del mismo corte pero más amables, más fáciles de entrevistar…

Cuando dices “progres literarios”, ¿en quién estás pensando?

Hice una reseña en mi blog sobre eso… sobre el rollo Kirmen Uribe. Ese rollo que va de decir lo que hay que decir, de ser amable y majo, de saber perder… La idea básica del escritor de éxito es ser el yerno ideal de la literatura universal. Una persona agradable, también físicamente, educadísima, y con las ideas clarísimas… con eso vas tirando. Y becas, becas, becas.

No hay aspiración de ser leído en el sentido de que 50.000 personas se lean una novela tuya. No: ahora quieres ser escritor y vivir de ello. Llevarse bien con el poder es contradictorio con ser de izquierdas, a mi parecer, por lo menos. Si te dan esas becas es porque conoces a gente importante, porque hay quien te firma las recomendaciones, etc… o directamente, que los del jurado son amigos tuyos.

Acerca de esto último, y en el sentido contrario, ¿por qué el sistema premia a Cristina Morales, que lo rechaza? ¿Es que tiene buen gusto, el sistema?

Será que acierta a veces, ¿no?, aunque esté corrompido. La conozco desde hace tiempo y la he leído. Está bien. Tiene fuerza. Es la autora más destacada de su generación. Y es irrelevante que sea mujer, lo relevante es que es capaz de escribir una novela de 400 páginas después de otra, Terroristas modernos, y es capaz de escribir 5 o 6 libros en diez años. Para eso hay que tener capacidad.

Luego hay otros y otras que son “ay, he escrito una novelita de 120 páginas, que es una basura, por cierto, donde cuento mis cositas con mi mamá… y me estoy quejando porque no me han dado el premio Nobel”. No, mira. Hay que sufrir, hay que ser ambicioso y proponer cosas curiosas, y Cristina lo hace, aunque yo no sea muy fan de Lectura fácil. Ella narra desde actas judiciales, desde whatsapps, desde asambleas… ¡esas son las cosas que hacen los escritores!

Otra cosa es que Morales me parezca muy verborreica, se ve que se puede escribir 15 páginas en una tarde, y en ese sentido a mí me gusta notar más cuidado, no en la escritura, sino en la tensión del texto. Qué gracia que el jurado del Premio Nacional dijese que su “genealogía literaria es inhallable”. Vaya banda de ignorantes. En la generación de los ochenta, que muchos vienen de la Fundación Antonio Gala, por cierto, son muy teatreros, han leído mucho teatro, han visto a Angelica Liddel y a Rodrigo García, que increpan o interpelan al público con un monólogo visceral o poético. De ahí viene su genealogía. 

Por otra parte, pensando en el tema del apoteosis feminista, tenemos a Belén Gopegui o a Marta Sanz, o a no sé cuántas más autoras estupendas que jamás han recibido el Premio Nacional. Me gustaría haber visto la cara de Marta Sanz cuando vio en el periódico que había ganado Morales. Al final el año que viene se lo dan a otro y te vas quedando sin Premio Nacional después de toda una vida dedicada a la literatura, ¿no? Pero nada, “ha ganado Morales, que se jodan los señoros machistas”. No, no, también están ahí las autoras que llevan 20 o 30 años escribiendo, ¿qué tal les sentó a ellas?

Con Cristina hablé en una fiesta literaria de Alfaguara, antes de que ganara el Herralde, y pensé “ya verás como en la siguiente fiesta no está tan sola”. Lo pensé porque estábamos ahí charlando los dos porque ella no tenía amigos, quiero decir, la gente que está conmigo no es porque me escoja, sino porque no tiene a nadie más. Poca gente de Random House la debía conocer entonces.

Hubiera sido divertido que rechazara el premio, pero claro, hay que comer. Analizando su obra, el 100% de sus libros han sido con beca, con becas públicas, con dinero anticipado, tal. ¿Cómo casa eso con querer acabar con todo? ¿También quieres acabar con lo que te da de comer? Es difícil. Con Cristina simpatizo, lo malo de ella son quienes la defienden. Son lo peorcito. Esos que van de izquierda pura… bah. Pero bueno, si alguien tiene que ganar el Premio Nacional, me alegra que sea Cristina.

Oye, ¿cómo se hace para escribir un libro? Quiero decir: más allá de las mencionadas becas, ¿de dónde se saca el tiempo, cómo se compagina con el trabajo que nos ocupa el día entero, durante casi toda la semana? No deja de sorprenderme la hiperproducción. ¿Cómo lo hacen? ¿Son ricos? ¿Es más fácil escribir siendo rico?

Depende de la edad, lo normal hasta los veintipocos es ser fuerte, tener genio, entrar en la madrugada, escribir en el metro… cuando tienes un trabajo fijo es difícil, muy difícil. Es la gran pregunta que se hacía Álvaro Colomer: ¿de qué viven los escritores? Bueno, hay muchísima gente que a los 30 años viven de sus padres, o en un piso que tiene su abuelo en Madrid, o lo que sea. Es una mezcla de vocación y de colchón. En la literatura de los ochenta ves que nadie escribe sobre trabajar, no hay novelas donde aparezcan trabajos, oficinas… el libro que saco en septiembre, sobre el nacimiento de mi hija, lo he escrito de madrugada. Si tienes hijos lo más normal es escribir un libro fragmentado, escribirlo a trozos, pero para armarlo bien necesitas muchas horas.

Muchos de estos escritores no son ricos, pero viven de restos de la riqueza y se sienten bohemios, incluso lo cuentan como orgulloso, ¿no? “Vivo en una buhardilla, no tengo para comer”… es mentira, claro. Juegan a la bohemia y eso les da para escribir libros.

¿Cuántos amigos se pierden por escribir lo que uno piensa? Recuerdo un artículo que hiciste contra el libro de Luna de Miguel sobre las escritoras acalladas, donde casi le pedías disculpas por una vieja amistad.

En el caso del feminismo, he tenido grandes decepciones con autoras que yo traté, he tenido muchos disgustos. Hemos sido colegas, hemos tomado cañas, hemos hablado mucho, y ahora publico un artículo que consideran machista y esas mismas autoras se manifiestan de un modo en el que… parece que no saben quién soy, ¿no? Como si fuese un miserable. ¿Por qué no puedes entrar en el debate y reconocer que esa persona te cae o te ha caído bien y que es un ser humano, porque lo sabes? Es poco honorable.

De todos modos, en el mundo editorial no hay amigos. Si mañana gano un premio, tendré millones de “amigos”, si estoy en mi casa escribiendo no tengo ninguno. ¿Cuándo me escriben los autores? Cuando sacan un puto libro nuevo. He vivido semanas patéticas y graciosas al mismo tiempo. Cinco personas que no saben de mí desde hace años -y mira que me han pasado cosas, desde mis hijos a la muerte de mi hermano-, y me sueltan “hola, ¿qué tal, cómo estás?” y enseguida “he publicado un libro…”. Ya.

Es gente interesada. Si te va bien tienes muchos amigos, si mañana dejas de estar en esto, no le interesas a nadie. Si tengo una columna que se lee, como es el caso, me mandan todos los libros; si mañana no escribo, nadie llama. Todo es medrar. Todo es hacer la pelota. Me tiene sin cuidado. ¿Amigos? ¿Así se le llama a la gente con la que te emborrachas de vez en cuando o con la que sales de fiesta? Es todo de una adolescencia terrible.

¿Cuál es el libro más transgresor con el que has dado en los últimos tiempos?

En la literatura española la transgresión es imposible, porque no gusta. Aquí no se publicaría a Houellebecq. Saca un libro súper machista y tal, pero se le aplaude… a los modernos de izquierdas les gusta… lo comparten… pero si se escribiese aquí les sería escandaloso. ¿Cuál fue el último transgresor? ¿Quevedo? ¿Quién incomoda? ¿Quién dice burradas, si la gente vive de las becas? Me puedo tirar el rollo de decirte que Juan Manuel de Prada, tal, puede ser transgresor… pero no iré por ahí, porque en realidad el adocenamiento es brutal.

No se me ocurre ninguno. Los de izquierdas dicen que son combativos y blablá, pero aquí nadie se mete con nadie, nadie da nombres y apellidos. ¿Qué libro vas a escribir transgresor si no te metes ni con otro autor, ni con el concejal de un pueblo? Todo el mundo quiere quedar bien y ser majísimo.

La autoficción, que es interesante en términos puros, se ha convertido en autopromoción. Mi verano, mi abuela. Pura autocomplacencia. La transgresión sería hacer un libro complejo, con varios narradores, de atrás hacia adelante, no sé, joder, cambiar un poco. La gente sólo habla de sí misma. Un libro que me parece transgresor, y que es antiguo, es Bajo el signo de Marte, de Anagrama, de los 70. Fritz Zorn. Y es una autobiografía. De los mejores comienzos y de los mejores finales de la literatura. Te lo recomiendo.

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