El amor es uno de los sentimientos más intensos que puede experimentar un ser humano, por lo que no es extraño que sea el más investigado por los científicos para establecer pautas de tratamiento para personas con las habilidades sociales deterioradas.

Podrían utilizarse muchos métodos para el estudio del amor, pero sin duda uno de los más eficaces es el análisis del comportamiento de los topillos de la pradera, ya que se trata de una de las pocas especies de mamíferos que mantienen relaciones monógamas. Pero monógamas de verdad, sin poner cuernos ni nada.

Y eso precisamente es lo que ha hecho recientemente un equipo de neurocientíficos de la Universidad de Emory, cuyos resultados han sido publicados en Nature.

El amor y la recompensa

Para llevar a cabo el estudio estos científicos usaron una sonda, que se introducía en el cerebro de los animales con el fin de comprobar cuál era su actividad mientras que se acurrucaban con sus parejas en los momentos previos al sexo.

Al hacerlo, comprobaron que, como cabía esperar, estos preliminares promovían la liberación de sustancias como la oxitocina y la dopamina y activaban principalmente dos zonas: el núcleo accumbens, vinculado con los sistemas de recompensa, y la corteza prefrontal, asociada a los procesos de toma de decisiones.

Esto explica que el amor sea una especie de droga, que activa los sistemas de recompensa, generando una adictiva sensación de placer, pero también aporta datos muy interesantes sobre los puntos del cerebro en los que se debe centrar la atención para la busca de tratamientos eficaces en el tratamiento de trastornos con las habilidades sociales deterioradas, como el autismo.

Activando el amor en el cerebro

Con el fin de comprobar si podía generarse automáticamente el amor en el cerebro, llevaron a cabo un segundo experimento basado en la optogenética, una técnica consistente en la inserción en el genoma de genes codificantes de proteínas que responden a los estímulos luminosos.

Así, al utilizar este procedimiento sobre la red neuronal asociada al amor, comprobaron que, si se activaba artificialmente con un haz de luz, se generaba en los topillos un gran interés por unirse a otros ejemplares cercanos.

No es la primera vez que se usan este tipo de experimentos en topillos; pues otro estudio publicado en Nature en 2004 ponía de manifiesto cómo la inhibición de una hormona, llamada vasopresina, anulaba el interés de los animales en sus parejas, de las que poco antes estaban totalmente "enamorados".

Ambos experimentos pisotean el concepto de romanticismo,  pero tienen una gran utilidad en psicología y neurología, dos ramas de la ciencia que tienen mucho más que hacer por el amor y los enamorados que las flechas de Cupido, por muy románticas que sean. 

Noticias relacionadas