Cuando nos solidarizamos con quienes sufren, nos hacemos partícipes de un dolor ajeno. Llamamos a esto empatía. Lo suponemos un rasgo emocional típicamente humano que nos diferencia de otros animales. Al fin y al cabo, en la naturaleza no hay compasión, sino que reina la fría lógica de la biología: el instinto de conservación, el "sálvese quien pueda". ¿No?

Sorpresa: estamos equivocados. No sólo otras especies comparten con nosotros este contagio social del dolor, sino que tal vez estemos biológicamente programados para compartir el sufrimiento. Investigadores del Departamento de Neurociencia del Comportamiento de la Universidad de Salud y Ciencia de Oregón (EEUU) han descubierto que existe un factor químico capaz de transmitir el dolor de unos ratones a otros, simplemente a través del olfato. Este contagio se produce mediante alguna sustancia que el estudio no ha determinado, pero que los ratones liberan a su entorno y otros son capaces de captar.

El experimento consistió en tratar a los ratones con una inyección de una sustancia inflamatoria, o habituarlos al consumo de morfina o alcohol para después retirarles estas drogas y someterlos a abstinencia. Anteriormente se ha demostrado que estas condiciones inducen una hipersensibilidad al dolor, que los investigadores pueden medir estudiando la respuesta de los animales a ciertos estímulos levemente dolorosos de tipo mecánico, químico o térmico. Los científicos descubrieron que los animales así tratados contagiaban esta hipersensibilidad al dolor a otros ratones que convivían con ellos, a pesar de no haber estado sometidos a los mismos estímulos.

Pero el resultado más sorprendente apareció cuando los investigadores mantuvieron a ambos grupos de roedores separados en todo momento. Cuando transferían una parte del material del nido de los animales tratados a las jaulas de los ratones control, éstos desarrollaban también hipersensibilidad al dolor. Dado que el material de anidamiento queda impregnado con diversas sustancias producidas por los ratones, los científicos concluyen que alguna de ellas es responsable del contagio: "Demostramos que el fenómeno de transferencia social puede ocurrir a través de un mecanismo olfativo, porque 24 horas de exposición a material del nido de ratones hiperalgésicos fue suficiente para inducir hiperalgesia en ratones no tratados", escriben los autores del estudio, publicado en la revista Science Advances.

Las ratas son buenas personas

No es la primera vez que se demuestra la capacidad de los animales de percibir el sufrimiento de otros. Desde los años 60, varios experimentos vienen sugiriendo que las ratas no sólo se contagian las emociones, sino que ayudan a quienes sufren.

La neurobióloga de la Universidad de Chicago (EEUU) Peggy Mason, que estudia estas conductas en las ratas, demostró en 2011 que estos roedores liberan a sus congéneres atrapados, venciendo así su tendencia natural a quedarse paralizados por el miedo. De hecho, incluso si se les ofrece chocolate, continúan abriendo la jaula de sus compañeras cautivas para compartir con ellas el alimento. Según Mason, se trata de "una versión de la empatía en roedores", un comportamiento que podría tener raíces biológicas.

Algo similar mostró en 2015 otro estudio elaborado por investigadores de la Universidad japonesa de Kwansei Gakuin. En este caso, los investigadores sometían a las ratas al estrés de una pequeña piscina donde debían nadar para no ahogarse. Cuando otro animal en suelo seco veía a su compañera esforzándose por mantenerse a flote, accionaba el mecanismo para liberarla, con mayor frecuencia si previamente había sufrido la misma experiencia. Incluso cuando existía la opción de acceder a otro recinto con chocolate, la mayoría de las ratas elegían primero socorrer a la nadadora antes de disfrutar de la comida entre ambas.

En estos casos, parece claro que el comportamiento está motivado por la visión del sufrimiento. Lo más singular del nuevo estudio es que ambos grupos de ratones estaban en jaulas separadas y en habitaciones distintas. Los ratones que se contagiaban al recibir el material del nido de sus compañeros no presentaban signos típicos en la transmisión visual, como ansiedad o elevación de la corticosterona, una hormona ligada al estrés.

Según resume a EL ESPAÑOL el director del estudio, Andrey Ryabinin, sus resultados prueban que "los estímulos olfativos del nido son suficientes para el contagio". El neurocientífico concede que otros sentidos podrían participar en la transferencia del dolor y aumentarla. "Pero en nuestro caso no son la ruta principal de comunicación; la transferencia puede ocurrir sin ellos".

Compasión biológica

Para Mason, que no ha participado en el nuevo estudio, el trabajo es "interesante", pero "no totalmente convicente". La neurobióloga explica a EL ESPAÑOL que la participación del olfato es la explicación más directa, pero que debería demostrarse empleando ratones incapaces de oler, algo que puede lograrse extrayendo el epitelio olfativo y un órgano auxiliar llamado vomeronasal. "Los ratones también comen heces, y podría ser que el responsable fuera el microbioma y no el olfato", explica Mason. La investigadora critica además que los ratones de Ryabinin se criaran en soledad, ya que en esta situación "se comportan de forma muy diferente que los mantenidos en grupo”; “son esencialmente ratones locos", concluye.

De hecho, el factor de la compañía es clave, ya que el contagio del sufrimiento podría haber aparecido como una ventaja evolutiva que beneficia al grupo. En general, el dolor es un mecanismo útil que nos advierte de que algo en nuestro organismo no marcha bien y requiere nuestra atención. Pero también en el caso del contagio social "hay situaciones en las que es importante para un animal sentir lo que otro está sintiendo", precisa Ryabinin. "Sentir el dolor de otros puede ayudar a un animal a evitar un peligro o inducirle una respuesta de ayuda".

En el fondo, tal vez lo que entendemos como solidaridad o compasión, y que atribuimos a las virtudes elevadas de los humanos, no sea sino parte de una programación biológica que hemos heredado de nuestros ancestros evolutivos y que compartimos con otras especies: "Sí, es posible que este mecanismo exista en los humanos", dice Ryabinin. "Por ejemplo, se ha mostrado que los cónyuges de pacientes con dolor crónico tienen mayor sensibilidad al dolor, y es posible que el mecanismo olfativo que hemos descubierto sea el responsable de ello".

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