La Trinchera

De toros y toreros: un lugar para el aficionado en la boca del león.

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Un toro mata al novillero peruano Renatto Motta

Hace una semana, el salón de actos de la Facultad de Filosofía de Córdoba acogió la charla La tauromaquia como expresión de libertad. Fue imposible ejercerla al menos a la hora prevista. Un grupo de antitaurinos retrasó el acto durante algo más de treinta minutos. Los habituales insultos, “asesinos”, “torturadores”, eran bombas de humo que envolvieron durante el asalto al público paciente y a los ponentes, un matador de toros, un ganadero, un profesor de derecho constitucional y un publicista, que esperaron a que se disolviera la algarabía para comenzar. Educación en un abordaje. Con una pancarta, y jaleados por sus propios gritos, los boicoteadores ocuparon el estrado en una acción tan guionizada que se vieron obligados a rechazar el ofrecimiento de participar en la conferencia porque aquello no entraba dentro de lo planeado. Los argumentos de nevera no lo soportarían.

Llevar de nuevo la tauromaquia a la universidad es un logro aséptico, hay que agradecer a los jóvenes organizadores su tesón, y ofrece cierto empaque teórico, una leve brisa de refresco y concreta el espectáculo durante algunos minutos convirtiéndolo en objetivo tanto para los entusiastas aficionados como para los que acuden a gritar.

La realidad es diferente, otro mundo. El toreo se reivindica solo, de manera mucho más directa, sin circunloquios ni protestas en la plaza. Algunas veces con el triunfo. Otras con la guadaña: esta madrugada en un pueblo perdido de Perú un toro mató al novillero Renatto Motta en el germen de su carrera. Tenía 18 años. Con la muerte arden las conferencias, no existen.

Allí no había nadie que lo insultara. Tampoco médicos en el inexistente callejón. Hay plazas de tientas en España con más importancia. La vida se le esfumó buscando un hospital donde ser operado. El más cercano estaba a dos horas, recorriendo desiertos, carreteras sin vida como trampa. Seccionadas la safena y la femoral los minutos fueron gotas, la cuenta atrás perdida en el reloj de arena del Triángulo de Scarpa, el vértice de anatomía que no encuentra el antitaurino. Ocurrió en Malco, un pueblo entre desfiladeros, en la región de Arequipa, a 4800 metros de altitud, con 515 habitantes. Los pueblos de Perú son como el desguace de la gloria y aún quedan allí hombres que la persiguen. Motta la encontró cuando cerró los ojos.

El mes de mayo ha sido duro, como un recordatorio entre tantos actos y maquillaje. Antes con El Pana, tetrapléjico y con un corazón frenado que no responde a la medicación, y en medio con la sangre de Alberto Lamelas en Ales, la de César Valencia en Vic y la de Gonzalo Caballero y Luis David Adame en San Isidro, Ginés Marín en Nimes, el percance de Ureña o la novillada del lunes en Madrid completa, la tauromaquia toma distancia de los datos macroeconómicos, de Goya, Picasso o Lorca y sale de la encorsetada universidad para volver a las enfermerías y los tanatorios, al torniquete, a la embestida y al torero, a la espada y a las cuchillas de punta negra: a la estética, la tragedia y la épica que es lo único tangible que nos queda.