La Trinchera

De toros y toreros: un lugar para el aficionado en la boca del león.

Los tres matadores en el patio de cuadrillas

Los tres matadores en el patio de cuadrillas

La reaparición ¿y despedida? de Pepe Luis en Illescas a través de las crónicas

Las crónicas describen en Illescas una tarde especial. La reaparición ¿y despedida? de Pepe Luis Vázquez congregó en la localidad todas las ilusiones del toreo de antes, un no hay billetes como apuesta por la levedad. "Cuando el 8 de septiembre de 2012, Pepe Luis Vázquez se retiró en Utrera a los 55 años en la intimidad, con su toreo tímido, callado y natural, nada hacía presagiar que un lustro después, un lustro como un siglo, volveríamos a encontrarnos en la nerviosa espera de la ilusión. Sólo que en esta ocasión los cuatro románticos [...] nos multiplicamos como por arte de la nostalgia y su inequívoca llamada de bohemia", inicia Zabala de la Serna su crónica. "No ha cuajado faena, sólo ha dejado detalles de ese toreo «de cristal fino, fino,/ la elegancia ignorándose de la naturaleza»", describe Amorós en ABC, citando a Gerardo Diego, la actuación del último eslabón de la dinastía sevillana.

"La reaparición de Pepe Luis", escribe Antonio Lorca en El País, "bien merece un viaje a Illescas [...] Ha perdido el oficio -no torea desde 2012-, pero mantiene el garbo, las maneras y la estampa". Patricia Navarro, cronista de La Razón, refleja algunos detalles. "Volver a ver a Pepe Luis formaba parte de los sueños cumplidos [...] Retazos, un cambio de mano, una trinchera al primero, con ese punto incómodo de calamocheo. Ese clasicismo, la naturalidad que nunca muere. Pepe Luis, el misterio". 


En El Mundo, Zabala lo desgrana. "Tanteó las embestidas que se venían sin humillar, y halló la confianza y el curso en un par de derechazos suaves. El goteo de apuntes se contó como pequeños gozos. Un cambio de mano por delante y una pareja de naturales de final de serie. Como la trincherilla". "En fin, que no pudo ser, porque no ‘lo que no pué ser, no pué ser’", remata Lorca. 

Morante de la Puebla aprovechó el acontecimiento para recoger el relevo de ese concepto, que lleva ya macerando algunas temporadas. La naturalidad con el sabor de su personalidad. Cuajó al segundo a la verónica y rindió a Zabala, que recordó a aquella crónica de 2009 cuando el sevillano volcó Las Ventas toreando a la verónica. "El dios callado de la verónica volvió a despertarse con voz de trueno en Morante. Los oles retumbaban contra la cúpula del moderno coso cubierto como estallidos. En cada embroque mecido y despacioso rugían volcanes. La media verónica se elevó, cuando se hundía, como un monumento al toreo". Lorca, más comedido. "Lo toreó como solo él sabe hacerlo. Lo recibió de capote con un farol en tablas y una tanda de verónicas excelentes". "El segundo toro es bueno y la faena, absolutamente extraordinaria", explica Amorós en presente, como si tuiteara. "Lo recibe con un farol, de pie; encadena verónicas y una media prodigiosa. En el quite, mece el capotillo".

"Derribó el toro al caballo", continua el crítico de El Mundo, "y José Antonio Morante compuso una sinfonía de verónicas en el quite. Una pieza de diez a compás [...] Temblaron las vigas de la cubierta acristalada como si se fueran a caer. Las vigas y los cristales". "Primero fue Morante. Rey Morante. Dueño Morante. Genio Morante. Dios Morante", ataja Patricia Navarro. "Le salía el toreo a borbotones y nos hizo presa, nos destrozó, qué bárbaro este Morante. ¿Dónde andaba metido?", se pregunta. 

Con la muleta Amorós ve difícil "torear más lento". "La lentitud gobernó la embestida humillada del notable toro de José Vázquez", se detiene Zabala en el toro. "Repitió el animal en la muleta y el público se volvió loco de alegría", apunta Lorca. "Todo tan perfecto, tan rotundo, tan mágico, qué ilusión Morante volver a verte", se puede leer en La Razón

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En el quinto fue "imposible para el torero de la Puebla", aparece en El Mundo. Patricia lo ve del mismo modo. "El descenso a los infiernos hizo en el quinto [...] manso y malo". Tira de tópico Andrés Amorós. "inhibición del matador, mitin con la espada y bronca. Los diestros de arte siempre han sido así". Para Zabala no hubo bronca. "La bronca que se presentía ni tomó cuerpo. Illescas no se convirtió para Morante en lo que Almagro fue para Cagancho". 
Cerraba el cartel Manzanares, que cuajó al último de José Vázquez, indultándolo. Todos coinciden, más o menos directos, en que fue premio excesivo. Amorós señala como culpable al matador. "Se empeña en que indulten al toro (que se raja a tablas) y, al final, lo consigue".

Esa circunstancia le lleva a Lorca a esbozar una especie de ensayo sobre las plazas de tercera. "Veamos: el presidente demuestra que ni sabe ni tiene autoridad, y el público se comporta como estuviera presenciando una verbena popular. [...] El presidente le indicó a Manzanares que matara a ese último, e, incluso, le envió un aviso, pero el torero, en un gesto de inaceptable rebeldía, soltó el estoque y se sentó en el estribo a esperar que sonaran los otros dos; así pues el presidente, asustado, mostró el pañuelo naranja". Describiendo la corrida como "un festejo adulterado que se parece a la tauromaquia como un huevo a una castaña".  

Eso sí, Manzanares, al parecer, lo bordó. "La clase de José María Manzanares se juntó con la clase del sexto de José Vázquez. O viceversa", vuelve Zabala. "El toreo por su camino bordó a placer por uno y otro pitón", a veces basta una frase. "Se desató la pasión que exigía el indulto [...] cuando Fusilero había empezado la búsqueda de tablas después de tanta entrega. El indulto se discutirá. Que era de vacas, no", lo tiene claro este crítico. "El usía tragó", insiste Navarro en frente. Para ella, Manzanares puso el "cierre de oro a la tarde" con "un faenón".

Con su primer toro, el alicantino "no logra redondear la faena y se empeña en matar en la suerte de recibir", según ABC. Lorca cree que Manzanares "se llevó el mejor lote: dos toros fabricados de pura almíbar". Para Zabala de la Serna "la inteligencia con que José María Manzanares dosificó el escaso celo del distraído tercero fue clave y piedra angular del arco de la faena". "Irregular había sido la faena al buen tercero", explica frugalmente Patricia esa lidia. 

Todos finalizan evocando los momentos brillantes vividos en Illescas. Zabala vio en todo aquello "un homenaje al último Vázquez que volvía. ¿Para irse por siempre jamás? El tiempo lo dirá". Amorós redefine a Illescas. "A partir de ahora, Illescas va a ser, también, ese pueblo donde se despidió, una tarde, Pepe Luis Vázquez", comparando la efeméride con los cinco "admirables grecos" que guarda la ciudad. Patricia vuelve la vista atrás cuando Pepe Luis acabó con el cuarto. "Nos quedaban los ecos del pasado y una tarde inolvidable". Sin embargo, Antonio Lorca prefiere detenerse en su diatriba sobre la esencia de la tauromaquia. Tiene una habilidad especial para verlo todo negro. "En fin, que esta fiesta en plaza de tercera no necesita toro, ni fiereza, ni casta, ni sangre; basta con un carretón de entrenamiento y un señor vestido de luces con aires de bailarín". Ea.