La Trinchera

De toros y toreros: un lugar para el aficionado en la boca del león.

Un centenar de personas se manifiestan a favor del Toro de la Vega.

Un centenar de personas se manifiestan a favor del Toro de la Vega. EFE

El Toro de la Vega: una prohibición a medias

La Junta de Castilla y León se ha preocupado de explicar durante estos días por qué ha decidido prohibir la muerte pública del toro en la vega de Tordesillas. Según han contado sirve para adaptar el torneo a estos tiempos, pero prohibir el desenlace final es una forma cruel de salvar la tradición. El toro podrá conocer todas las fases menos el final liberador, que se demorará, entiendo, hasta que no haya cierto número de personas a su alrededor, iniciando la agonía a la portuguesa. ¿Cómo un toro bravo puede morir de forma privada? ¿Será a través de francotiradores? ¿Quizá con un dron? El matarife carga ya su pistola eléctrica. Puro siglo XXI.

Los animalistas de salón no han decepcionado y celebraron esta decisión como una victoria irrefutable. Esa reacción alegre y aliviada merece los adjetivos que han manoseado durante estos años para referirse a la escena: es también bárbara, medieval y salvaje. Ellos deberían ser los primeros en mostrar su rechazo a la solitaria exclusión de la muerte pública para afianzar en el tiempo algo en lo que no creen. El fin del animal se producirá, pero no lo verán. Se alegran en una bochornosa orgía de la ignorancia por ceguera. La mayoría de edad sigue siendo un concepto tan relativo. Eso es sencillamente lo que han conseguido. Además de que al toro, desde su percepción, se le pueda seguir maltratando sin llegar a provocar el fallecimiento. Todo un éxito sus protestas. Animalistas pero no tanto.

La decisión de la Junta también es torpe. El objetivo de cercenar la tradición como método de conservación no se sostiene, porque sin muerte ya no habrá torneo. Aquello será otra cosa. Habrá hombres sujetando lanzas mientras pasa el toro en dirección al matadero. Un encierro kitsch. La muerte, como a casi todo, le daba sentido. El objetivo, por tanto, no es proteger la tradición, si no diluirla. La prohibición total acotaría el fenómeno desde el siglo XVI hasta la actualidad. La eliminación de la muerte consigue difuminar todo el fenómeno generando un cuadro efectivamente acorde al momento monótono, simple, cursi, aséptico y sin personalidad que nos ha tocado vivir.