PuigdeTurbo by Mauri Prieto

¡Rompe Carles! El día en que Puigdemont hizo como Turbo

Recientemente se me ha acusado de formar parte de un “periodismo de bufanda” por mi inequívoco apoyo al marco constitucional, con las posibilidades de transformación que incorpora, así como por mi igualmente inequívoca denuncia de una independencia anunciada de forma unilateral e ilegal por parte del Govern catalán.

Este apoyo y esta denuncia son absolutamente transversales. No me importan la ideología o el historial de los partidos que defienden un acto ilegal. De hecho, a los independentistas parece que tampoco. Acepto el debate sobre las causas que la han provocado y los mecanismos utilizados para impedirlo y castigarlo, pero no contemplo otra opción más que el retorno a la situación anterior.

Digo más. Mi postura no es ideológica, o al menos no lo es en tanto que no opera sobre los ejes ideológicos habituales. El eje en el que me posiciono es aquel en el que he vivido siempre: “dentro de las leyes españolas y europeas a las que me someto como ciudadano” frente a “fuera de esas mismas leyes”.

Mi situación me recuerda a la de uno de los protagonistas de la novela It, de Stephen King. Quien la leyese sin duda recordará cómo el racionalismo sin ambages de Stan Uris hacía que su reacción ante la criatura Pennywise/Bob Gray tuviese menos que ver con el miedo que con una ofensa cuasiontológica por el mero hecho de su existencia.

Pero tengo una comparación mucho mejor para explicar mi postura sobre este tema. La (magnífica) película de animación ¡Rompe Ralph! de Disney, que está a la espera de una segunda parte. Si no la habéis visto, abandonad la lectura de las líneas que siguen.

Hacer como Turbo

¡Rompe Ralph! es la historia de varios personajes relacionados con el mundo de las recreativas. Uno de los más importantes, si bien no lo sabemos hasta el final, es Turbo. Se trata del protagonista de un antiguo videojuego de 8-bits titulado Turbo Time. Como tal, le iba bien, igual que a Carles Puigdemont le fue bien en sus desempeños políticos. Tanto, que llegó a presidir la Generalitat, lo que para un político convergente con afán independentista es un honor considerable. Por más que la elección de alguien de su perfil ‘teleñéquico’ fuese una cesión de Artur Más a la CUP.

Sin embargo, cuando una nueva máquina llamada RoadBlasters llegó a los recreativos, Turbo se sintió obligado a ir más allá de su propio éxito. Abandonó su recreativa y terminó provocando el apagado tanto de Turbo Time como de Roadblasters. La de Turbo se convirtió en una historia con moraleja para todos los personajes del salón de videojuegos.

Pero Turbo fue más allá. Aunque nadie llegó a saber inicialmente que había tenido éxito ‘going Turbo’ o ‘haciendo como Turbo’, finalmente fue así. Logró entrar en otra recreativa de carreras, Sugar Rush, reprogramó el código fuente y se transformó en el Rey Candy. El nuevo monarca suplantó la legitimidad de Vanellope von Schweetz, si bien no logró borrarla definitivamente del juego y se limitó a convertirla en una paria condenada a vagar sola por los brillantes escenarios del mismo. Asimismo, se dotó a sí mismo de las mejores especificaciones, lavó el cerebro de todos los habitantes de Sugar Rush y les hizo dar por bueno su golpe de Estado virtual.

Cuando miro a Puigdemont y al independentismo, en general, veo a Turbo. Hackeó el sistema y puso sus intereses egoístas por encima de las normas, de la voluntad de quienes no estaban de acuerdo con él y de quienes terminarían sufriendo por sus acciones, tanto dentro como fuera de la máquina.

Quede claro que no tengo ningún interés en que la independencia de Cataluña suceda o en que no suceda. Puestos a elegir, preferiría que no por cuestiones eminentemente prácticas. Pero si el independentismo llegase a un punto en el que, de forma legal, terminase sacando adelante ese escenario, no tendría ninguna objeción. ¿Pero así?

En ¡Rompe Ralph! queda claro que hacer como Turbo tiene consecuencias. De hecho, Turbo/Rey Candy está a punto de no sólo de destruir la recreativa sino de expandirse, como un virus, por el resto de las recreativas. Y lo hace apoyado por Ralph, un tonto útil que no entiende bien cuál es su lugar en el mundo y que, literalmente, sólo quiere ponerse una medallita.

Del mismo modo que sucede al final de la película, cuando Turbo amenaza por extenderse por todas las recreativas, Puigdemont ha empezado a desplegar sus redes fuera de España. Cada vez que habla de internacionalizar el problema catalán, el resto de países europeos, con sus propias tensiones nacionalistas, están escuchando “traer a mis puertas el problema catalán”. Si este Turbo ha podido romper todas las reglas y casi destruye su recreativa, provocando altercados y trastocando la economía local, ¿qué impide que se convierta en ejemplo para otros Turbos en Francia, Alemania o Italia?

La principal diferencia con el juego es que Puigdemont y el independentismo sí tenían vías legales para conseguir sus objetivos. No necesitaban hacer como Turbo. Tarde o temprano, y necesariamente con otro gobierno en el poder, habrían conseguido la celebración de un referéndum legal con garantías.

¿Qué necesitamos los periodistas?

Como periodista y como demócrata creo en la libertad de expresión y de información. No cerraría los medios que consideran que el golpe de Estado que hemos vivido ha sido un “proceso democrático”, pero tengo claro que no ha sido así. Aceptar una República Catalana surgida de unas elecciones sin más garantías que el gobierno de la masa, contra la voluntad y los intereses de los catalanes no independentistas, es inaceptable para mí como la existencia de It lo era para Stan Uris.

La gran ventaja de vivir en un estado de derecho es que las leyes pueden cambiarse y se adaptan a las necesidades sociales. En España tuvimos matrimonio gay antes que en muchas otras democracias. Tarda más, pero cuando sucede es imparable. Cuando me hablan de que Quebec o Escocia son la referencia, tiendo a estar de acuerdo. Territorios independentistas que consiguieron referéndums legales. No ha sido el caso de Puigdemont.

Volviendo a si practico o no un periodismo de bufanda, creo que, simplemente, actúo en defensa de mis propios intereses y los de mi oficio. La experiencia demuestra que el periodismo sólo puede sobrevivir en marcos democráticos, y que los regímenes surgidos de golpes de Estado, por muchas sonrisas que haya de por medio, son asesinos del pluralismo. Una amiga, funcionaria catalana, me decía el otro día que se sentía inmersa en la Invasión de los Ultracuerpos. Cualquier señal de que no comulga con el independentismo se transforma en dedos acusadores y en el grito característico.

Mi único equipo es el de los periodistas que defienden ya no una ley, sino nuestra democracia, los independentistas pueden expresarse sin problemas, los medios independentistas pueden informar -y han crecido como nunca en los últimos meses y años- y quienes no están de acuerdo conmigo pueden decírmelo de todas las maneras posibles sin que nadie se lo impida. Y así es como debe ser.

Coincido bastante en que el independentismo es un fenómeno que ha surgido como cortina de humo para tapar la corrupción y las vergüenzas de los partidos en el poder, tanto a nivel estatal como autonómico. Pero los periodistas necesitamos un gobierno legítimo en el marco de la Unión Europea para seguir denunciando, como hemos hecho hasta ahora, los dislates de quienes nos gobiernan.

Así que acepto mi partidismo. Llevo una bufanda, sí, pero porque hace mucho frío. Al menos, mi bufanda es la del equipo de la Democracia. La española tiene limitaciones y, últimamente, un entrenador atroz, pero también tiene una gran capacidad de adaptación a las nuevas situaciones. Los equipos rivales no me convencen.

La última vez que Georgie Denbrough prestó atención a un señor aparentemente pacífico con una gran sonrisa, las cosas no terminaron bien para él. Y aunque el Rey Candy repartía chuches y no dejaba de reírse, todos sabemos cómo llegó al poder. Fue... Turbo-tástico.