La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en una imagen de archivo. Efe

Cifuentes y la Universidad, atropellados por la transparencia

El escándalo del máster de Cristina Cifuentes es dramático, y lo es de una manera muy española. En un país en el que muchos diputados en el Congreso nunca han trabajado, que el futuro de la presidenta de una Comunidad Autónoma como la de Madrid dependa de un máster accesorio de Derecho Autonómico que no tenía muchos más usos que el de actuar de pasarela para un doctorado y una plaza de profesor, es sorprendente. 

¿O no lo es tanto?

Una de las claves del escándalo está en las fechas. El famoso máster comienza sus clases en septiembre de 2011. Parece que no ha pasado tanto, pero eran otros tiempos. Estamos hablando del mismo año en el que vivimos el 15-M, tres años antes de la fundación de Podemos y cuando la cuarta fuerza política nacional era UPyD.

Estamos hablando de unos eventos acaecidos muchos años antes del acuerdo de investidura con Ciudadanos en 2015, cuyo tercer punto habla de que no se puede "falsificar" o "engañar" si nos referimos a las calificaciones académicas. Unos hechos que se remontan a muchos meses antes de que se publicasen los SMS de Rajoy a Bárcenas.

Eran, en suma, otros tiempos. Unos tiempos en los que, lamentablemente, parece que "lo normal" era esto. Alguien con más habilidad que yo para la fabulación puede imaginarse las hipotéticas conversaciones con responsables universitarios que pudieron llevar a Cifuentes a matricularse. "Pero si tú eres amiga de la casa y sabes más que nadie de esto, es de justicia"; "si es sólo un trámite y, además, con todo lo que tú nos has ayudado"; "aquí tienes un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo".

El problema del máster de Cifuentes no es Cifuentes. Ella está atrapada por una telaraña tejida por ella misma y, por lo visto, por muchos otros. Una telaraña de lo que, ahora mismo, parecen mentiras bastante burdas y que le pueden costar el puesto debido a un acuerdo firmado con un partido que ha puesto la limpieza como condición sine qua non para recibir su apoyo parlamentario.

El verdadero problema es de la Universidad. El drama es imaginar cuántos títulos han tenido admiradores, esclavos y siervos. Descubrir hasta qué punto un centro público ha podido ir repartiendo como caramelos títulos muy cotizados y por los que muchos estudiantes serios han tenido que sudar tinta. 

Si antes "lo normal" era eso, ahora "lo normal" sería hacer limpieza.