Opinión

Otra médico que hace las maletas

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A raíz de varias publicaciones en las que se alza la voz ante la imparable fuga de médicos y la actual crisis sanitaria madrileña, creí conveniente transmitir la visión de una médico que vuela a otro país en busca de mayor dignidad y libertad profesional, con el objetivo único de reforzar el debate en búsqueda de soluciones pragmáticas y duraderas.

Todos nosotros elegimos ser médicos por diferentes razones, pero hasta los más vocacionales daban por hecho que el ser médico era un seguro hacia la realización personal, profesional y económica que merecía un camino de extenuante formación. Nuestra mentalidad meritocrática y esas ilusiones con la que llegamos al MIR, únicas oposiciones en España en las que prima la objetividad por encima de todo, chocan desde el minuto en el que iniciamos nuestra andadura como residentes. Médicos residentes que soportan el peso de la falta de medios de un sistema que a menudo les utiliza para sacar más responsabilidad de la que les correspondería, dejando en un segundo plano el cumplimiento con los planes formativos.

Durante esos 4 o 5 años uno se va dando cuenta de lo que se ha convertido el sistema del que formas parte. Bienvenido a la endogamia, bienvenido a un Sistema Nacional de Salud en el que si vienes con demasiadas ganas de renovación se penalizará.

Y es cuando por fin somos médicos especialistas, cuando recibimos la estocada final, caput, ahora sabremos de qué va todo esto. Y es que, a ojo, son de diez a quince los años que pasan los médicos realizando trabajos eventuales. En cinco años recibí tres contratos en el que me contrataban a “todas las guardias que pudiera” pero solo en verano, dejándome en la estacada y buscándome en la privada contratos que pudiera compatibilizar con el “De repente te llamo y debes aceptar”. En estos años vagabundeé por diferentes Comunidades Autónomas, y únicamente firmé un contrato de un año de duración, aquellos contratos denominados COVID en la Comunidad de Madrid. Un año después dichos contratos se esfumaron, dejando de nuevo 6.000 sanitarios en la eventualidad. A pesar de ello fui afortunada pues mis compañeros de Atención Primaria en Cantabria, comunidad donde empecé mi periplo, eran llamados una mañana para contratarlos para ese y único día, para luego quedar pegados a un teléfono esperando la deseada llamada de la secretaria de turno.

La eventualidad llega a ser comprendida y globalmente incluso aceptada por la comunidad médica. Lo que no, es el desprecio continuado del sistema hacia nuestra profesión. Hecho tan básico como leer un contrato, negociarlo y tener un tiempo prudencial para pensarlo es absolutamente impensable, si no lo aceptas otro lo aceptará por ti, y no solo eso, si lo rechazas serás penalizado y no volverán a ofrecerte trabajo en años. Bajo estas amenazas vamos aceptando contratos inasumibles que van desde un solo día o semanas y soportando la mayoría del trabajo asistencial. Una vez entras en la rueda es difícil salir del camino a la servidumbre: harás guardias de 24 horas que desintegraran tu bienestar físico y mental, competirás por publicar artículos con los afines del jefe, no has de destacar en tu atención asistencial, que no puntúa en bolsa, sino en tu habilidad por crearte una red de protectores que faciliten tu lejana oposición. He aquí la gran socialización del sector, médicos reducidos a un número que tragan condiciones laborales infames con la idea de no enfadar al ser superior que le dará la plaza. Oposiciones que llegan muy tarde para los aspirantes y muy manipuladas por el favoritismo y la endogamia, destruyendo a su paso vocación por vocación. Es ampliamente conocido la cantidad de oposiciones que se encuentran paralizadas a consecuencia de haber sido denunciadas.

A ello se suma un ambiente totalmente desincentivado no solo económicamente sino también profesionalmente. Ambiente en el que muchos médicos privilegiados con su plaza, su tesoro, se vengan de sistema igualitario cayendo en la desidia o privilegiando su actividad privada. La falta de incentivos económicos destruye por completo nuestra base meritocrática, cada día sale menos rentable ser médico y si lo eres, ver más pacientes que tu compañero.

Los médicos empezamos a perder la batalla cuando decidimos formar parte de un sistema funcionarial, el cual abrazó nuestras ansias de trabajar y nuestro compromiso con la idea de que la formación exigía horarios inasumibles para otros profesionales. Aceptamos las oposiciones como sistema para garantizar nuestra seguridad, sin valorar lo que significa el igualitarismo para nosotros. Finalmente, dejamos que nuestras instituciones se fueran politizando hasta el punto de dejarnos vendidos sin armas para defender nuestra profesión. No es momento de eslóganes como “la mejor sanidad del mundo”, es momento de debatir profesionalmente hacia dónde debe caminar nuestro SNS para seguir siendo público, universal y de calidad.

(Paula Burgueño es médico especialista en Medicina Intensiva)