Opinión

Los olvidados

.

. EFE

Esta sociedad de la prisa y el olvido, sumergida en la conquista del tiempo perdido por la covid-19, ha aprovechado el verano para resarcirse de lo no vivido, intentando restablecer las redes familiares y de amistad dañadas,

Esta sociedad de la prisa y el olvido, donde la confianza se halla herida de muerte por el miedo, que ha calado profundamente en los humanos, volatilizando las bases en que la confianza descansa, y donde los políticos, conocedores de este hecho, hacen mella con medidas autoritarias, que la población acepta mansamente.

Esta sociedad de la prisa y el olvido donde el deterioro de los servicios públicos se hace palpable, con la excusa aún de la pandemia, cuesta infinito la vuelta a la normalidad de los mismos.

En esta sociedad de la prisa y el olvido, quedan abandonados a su suerte, aquellos que, por humanidad, se han dado a sí mismos la misión del cuidado de los demás, sean estos su pareja, sus familiares más cercanos o lejanos, sus amigos o algún desconocido.

Estas acciones aisladas permiten a las personas, que reciben el beneficio de sus prójimos, el seguir llevando, en sus casas, aunque disminuidas por la enfermedad, y con las limitaciones que estas enfermedades les imponen, una vida ordinaria dentro de los sinsabores y los afectos que la vida en convivencia impone.
Sin duda en este tipo de compromiso personal extremo, las redes familiares y de amistad juegan un papel insustituible, sin las cuales no sería posible llevar a cabo estas acciones fraternales, que evitan costes ingentes a la sanidad y los servicios sociales públicos, y que hoy sigue sin valorarse adecuadamente.
El cuidado de los enfermos, en situaciones crónicas, es uno de los talones de Aquiles del sistema sociosanitario español, como bien ha señalado, desde hace décadas, clamando como la voz que predica en el desierto, Demetrio Casado, pues deja a las personas desvalidas, y esta necesidad de servicios sociosanitarios adecuados, nunca ha estado bien resuelta en España.

La falta de articulación de estas dos ramas del Estado del Bienestar, la Sanidad y los Servicios Sociales, en aquellos temas que conjuntamente les compete, debería haber dado paso, desde hace años, al establecimiento de una serie de infraestructuras específicas, capaces de atender a las personas que sufren enfermedades crónicas que, salvo excepciones honrosas, siguen olvidadas por nuestros políticos, carentes de sensibilidad para un tema vital como este para el bienestar de los humanos. 
Ante esta falta de soluciones queda sola ante el peligro la familia, que debe agarrar el toro por los cuernos y darse como misión, alguno de sus miembros, el cuidado de estas personas, que reciben o no algún tipo de ayuda por la Ley de Dependencia.
La Ley de Dependencia, otro tema mal resuelto, en la concepción inicial era una función que debía cubrir la Seguridad Social y no dejarse, como hizo Zapatero, sin pactar previamente, la imposición de la misma a las Comunidades Autónomas, que carecen de recursos suficientes para dar respuesta a la actual demanda, lo que supone que muchas personas, después de estar en lista de espera años, fallezcan antes de ser atendidas.

La realidad exige, a los familiares que se ocupan de estas personas, actitudes y comportamientos heroicos, pues la dependencia de muchas de estos enfermos demanda una atención de veinticuatro horas, y esto no se soluciona con algún tipo de ayuda parcial que, en el caso de ser agraciado por la lotería de la Dependencia, proporciona el actual sistema público.

Es preocupante la falta de reconocimiento, a nivel oficial, que se hace de estos ciudadanos ejemplares, que queman su libertad en aras de la atención de los demás, que además generan un conocimiento y una sensibilización especial hacia el sufrimiento humano, ayudando a su mitigación y crean medidas de apoyo mutuo que permite alargar, en condiciones óptimas de habitabilidad, la vida de sus semejantes.
Son este tipo de personas los mejores asesores de que pueden dotarse las Administraciones Públicas que tienen la responsabilidad de dar respuesta a estas situaciones y otro gallo nos cantara, si para estas funciones, se contara con personas que parten de la experiencia humana, de su compromiso altruista, de su sentido común y profundo conocimiento, de cara al diseño de objetivos de los servicios y medios sociosanitarios que dieran, de una vez por todas, solución a los enfermos crónicos.

Las enfermedades crónicas, que aparecen en un momento determinado en las personas, constituyen una circunstancia consustancial, a las sociedades cuyas poblaciones presentan ya edades avanzadas y pueden convertir este hecho, y otros semejantes en otros ámbitos, en una oportunidad y un espacio, para el ejercicio de la democracia directa, en sociedades, donde la democracia representativa está tan deteriorada, y que, en tiempos de altos riesgos e incertidumbres, presentan importantes derivas hacia el despotismo.