Blog del suscriptor

Un poeta entre bozales y vacunas

E. E.

E. E.

  1. Blog del suscriptor
  2. Opinión

Un experimento es un procedimiento técnico. Cuando afecta a la ciencia, se llama científico. Pero esta actividad experimental no se debe confundir con la ciencia. Se confunde cuando los virólogos o los biólogos moleculares, por ejemplo, hablan en su nombre. Salvo si han estudiado filosofía, no saben qué es ciencia. No lo saben. Pues la pregunta por la ciencia – ¿qué es la ciencia?– no es científica, es filosófica. Además, la ciencia no existe. Existen las ciencias. Y las ciencias carecen de objeto. Tienen campo.

Contaba Gustavo Bueno un encuentro con Severo Ochoa. El premio Nobel sostenía que todo es química. El filósofo le extendió un libro y le pregunto: “¿Esta novela es toda química?”. Sin duda que no. Esto lo digo yo. A no ser que, ahora, las novelas también las fabrique la industria farmacéutica y se vendan en las farmacias.

El experimento científico es una técnica que debe cumplir ciertos requisitos, ciertas reglas o contextos de justificación. En el contexto del coronavirus, llama la atención la ausencia de autopsias. Se prescinde descaradamente de ellas. Se alega la falta de seguridad. En cambio, desde el 2013 el doctor Paulo Hilario N. Saldiva, de la universidad de São Paulo, Brasil, miembro de la OMS, las lleva a cabo con un robot. Envuelve el cadáver en un plástico y la máquina, mediante unas largas agujas, extrae las biosas necesarias sin peligro alguno de contaminación. La operación es rápida y eficaz, pero el silencio informativo, más. Esto ha propiciado el abuso estadístico. Cuentan como Covid fallecidos que no son de Covid. El médico se limita a cumplir el protocolo institucional, aunque perciba el error. Para qué complicarse la vida. Nadie le obliga a realizar autopsias que demuestren que no son Covid. Además, ninguna investigación va a comprobar “in situ” la naturaleza de las enfermedades. Todo se fía a la autoridad de quien habla. Y quien habla, por lo general, no aclara deficiencias. Se trasmuta en una especie de cotorra mecánica que, a base de peticiones de principio, eclipsan la realidad de una situación injusta alimentada por los más importantes medios de comunicación.

Para las autoridades responsables, no vivimos en una sociedad de adultos capaces de autoprotegernos. Son ellas nuestras paternales cuidadoras. Nuestra libertad es infantil. Somos niños traviesos que no se les puede dejar solos. ¿Qué hacer? No existe debate público. No hay lugar donde se pueda esclarecer la diferencia entre ciencia, pseudociencia y superstición. España carece de foro abierto para debatir la diferencia entre filosofía crítica e ideología. Al ciudadano hay que doblegarlo. Y quienes no se doblegan son condenados al ostracismo negacionista. Son egoístas, ansiosos de notoriedad, siembran la alarma. Este es el sambenito que han colgado a los Médicos por la Verdad. ¿Qué posibilidad han tenido estos valientes doctores de defenderse en los grandes medios? Ninguna. La “justiciera” DESC (Derechos económicos, sociales y culturales) de la ONU, los ignora.

Los partidos políticos democráticos, si lo son, deberían tomar cartas en este asunto, escuchar tan atronador silencio. Sin duda, se meterían en un avispero que puede ser devastador. Pero más devastadora es la tiranía informativa cocinada por las grandes agencias y admitida por miedo a represalias. Hay que levantar la voz contra los desmanes de las mordazas, los bozales y las vacunas fallidas, que las hay, y sus terribles efectos secundarios. Aquí ya no levanta la voz nadie, salvo el poeta. Lo habéis dejado solo como una zarigüeya atada en el patio trasero para curiosos zoólogos. Escucha, ¡oh, fatigado lector!, escucha los estertores de su ímprobo lamento.

Entre bozales y vacunas

Para sentirnos libres, verdaderos,
pidamos permiso a la oficina,
al timbre, a la firma, al visto bueno,
al bostezo seguro y la rutina.
Pidamos que la mar y el verano
se nos dicten por vía de decreto,
con tutela oficial no será vano
dejar el corazón un poco suelto.
Dependa la verdad de una vacuna,
en nombre de la ciencia y la farmacia,
del dócil protocolo y la fortuna
nacida del bozal y la desgracia.
Funcionarios del eco y de la nada
asexuados nos dejen como esporas
hambrientas, saprofitas, descarnadas,
sañudas, globales, devastadoras.
Evitemos las ideas transcendentes,
las verdades sean rasas como el heno,
¡muérase, Spinoza, puliendo lentes!,
¡púdrase, en Vetusta, Gustavo Bueno!
Acaso una farándula seremos,
vulgares marionetas en las manos
de sanos que matan a los enfermos
o de enfermos que matan a los sanos.