NOSTALGIAS DOCEAÑISTAS

Españoles en Colón

Manifestación en la Plaza de Colón contra los indultos el pasado domingo 13 de junio.

Manifestación en la Plaza de Colón contra los indultos el pasado domingo 13 de junio.

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Albert Camus, el referente de la última gran pléyade francesa, explicó una vez el problema del hombre moderno. Superada la época primitiva de nuestros antepasados, el filósofo se centró en eso de lo que muchos presumen, pero pocos tienen: la conciencia. Que ha sido, y es, capital para entender mejor la Edad Contemporánea. No existe ningún fin que justifique los medios, porque lo importante es preguntarse qué ética justifica el fin, palabra de Nobel. Claro, Camus no fue referente sólo por su obra, sino por su conducta: honesta, recta, íntegra. La Izquierda en España prefirió quedarse con Sartre. El rojerío y su afán por taparse los ojos, exactamente lo que hizo el fundador de Liberation.

Este domingo hemos acudido –servidor de ustedes, el primero– a la madrileña Plaza de Colón merced a la iniciativa de la plataforma Unión 78, de la mano de Rosa Díez, para hacer saber al Gobierno que hay muchos, muchísimos españoles que no nos resignamos a morir, por usar las palabras de Gil Robles cuando se desató la carnicería, que es lo que fue la Guerra Incivil, Ansón dixit. Quiere decirse que no contemplamos la política del Ejecutivo respecto a Cataluña, es decir, que no queremos que los delincuentes salgan de sus lugares naturales. Como tampoco queremos que los asesinos salgan del trullo, pero Marlaska cede a la derecha troglodita –eso es el PNV– y a los filoetarras.

Este Gobierno, ya ven, tiene un concepto moral antagónico del que puede poseer cualquier persona decente. Igual que se escandaliza por los crímenes de la mal llamada “violencia de género”, cuando son ellos, los del PSOE, los que crearon ese engendro de ley que sólo ha hecho multiplicar las muertes de mujeres asesinadas a manos de sus parejas; o piden que la factura de la luz baje, como gustan en Podemos, cuando ha sido su equipo el que la ha subido más de un 40%. Ésa es la dichosa y fantasiosa superioridad moral de la Izquierda: pueden estar en el Gobierno y en la Oposición, estar en misa y repicando, al plato y a las tajadas. Es la omnipresencia que sólo ellos saben ejercer… junto a Dios. A lo mejor un día lo sustituyen, si no lo han hecho ya con un decreto de Carmen Calvo.

Que hayan salido miles de personas a la calle en Madrid tiene mucho que ver con la que nos estamos jugando desde hace años. Es eso que explicitó Gabriel Albiac cuando, para las elecciones generales de 2015, afirmó que España se iba al garete entre la crisis económica y la crisis nacional, y que la conjugación de las dos sería la muerte letal de la Nación. Porque es eso lo que nos jugamos. La Historia, y en España más, ya nos ha demostrado que, igual que para construir los sólidos cimientos que necesita un gran país para poder vivir en paz se necesitan décadas, pueden borrarse de un plumazo nuestros más elementales componentes como individuos sociales, como ocurrió en la China maoísta y, ahora, con el rodillo tribal que inunda todo el sur de América y parte del Caribe.

El hecho de que Sánchez, con su tono pedante y guion cursi, que emana de la ideología progre, que ha derivado en la auténtica pandemia de nuestra era, haya anunciado, si acaso de manera tácita, los indultos a los famosos “líderes” del procés cuadra en lo que es el Partido Socialista, al menos en un sentido histórico. Ya escribí aquí (Vox en Leganés y el futuro, 8-IV-2019) que, en caso de que la izquierda racional no optara por Rivera en aquellas elecciones generales, la legitimación de las posturas del PSOE constituiría una desgracia nacional. Porque, ya entonces, estaba claro dónde se situaban los socialistas: en el bando incorrecto, el que quiere destruir lo que tenemos, con los indultos por bandera. De repente, 1936. Tienen tanto apego por aquella República que nos han retrotraído a ella, sin haber sacado antes las conclusiones de las decisiones que se tomaron allí.

Partiendo de la base de que el cáncer de nuestra democracia ha sido, es y seguirá siendo el nacionalismo, que con un Golpe de Estado, como el que se perpetró en la Cataluña de 2017, el Gobierno de España plantee el indulto como medida para apaciguar el “conflicto”, es de una memez propia de churumbeles. Que se recurra a la búsqueda de “diálogo” y “concordia” no deja de ser un canto onírico –pero qué es la Izquierda si no eso, desde el Manifiesto hasta el chándal del veneco–. Y que se crea, como sucede en el corifeo mediático, que Junqueras y cía renuncian a sus objetivos, cuando ahora se ha incautado información a Esquerra Republicana con los planes que tenía para romper España –que es el objetivo, el gran objetivo–, es un acto de suicidio que nos señala muy bien en qué manos estamos. Marte se queda corto.

Pero, además, está la parte histórica. Ya sabíamos que Sánchez era un tipo iletrado, agravado por el ágrafo Iván Redondo –de escribir no va a vivir, ha quedado claro, aunque en 2050 a saber–, pero confiaba en que alguien le ilustrara un poco. Está claro que han respondido a Alfonso Guerra, cuando presentó su libro en 2019 en una sala del Congreso y preguntó si había alguien ahí, en el partido, que despertara y plantara cara a los sediciosos: se ve que no. A lo mejor es a propósito, lo que intensificaría el nivel de malicia que tienen, pero tapar lo que ocurrió tras la declaración de la república catalana –en minúsculas, sí; hay que hablar con propiedad– en 1934 por parte de Companys, es hacer trampas, sobre todo a esas generaciones jóvenes nacidas del odio, la ignorancia y la suma inconsistencia intelectual.

Las trampas se complementan con este nuevo brindis al sol de Pedro Sánchez. Eso es indultar a una banda de criminales que ya han dicho por activa y por pasiva que volverán a delinquir y que emanan de una clase política que ya demostró que es absolutamente insaciable, porque el nacionalismo es así: egoísta por naturaleza, excluyente por convicción y conculcador por devoción. Aparte de victimista y cobarde, y ahí el otrora nacionalismo catalán, hogaño separatismo, se lleva la palma, con Dencàs por las alcantarillas y Puigdemont en Waterloo.

La situación que tenemos, decía, es similar a la del 36 porque entonces el Gobierno del Frente Popular acudió a la figura de la amnistía para salvar a Companys y sus serviciales, ahora lo hace el nuestro con los indultos. Pero la cuestión de fondo es la misma: indultar al independentismo, como muy bien ha dicho Fernando Savater, y encaminarnos hacia esa consulta pactada que sobrevuela Moncloa desde hace tiempo. Sin recordar antes que esa “negociación” ya la intentó Soraya Sáenz de Santamaría, que trasladó el despacho a Cataluña. Mucho éxito no tuvo si observamos el desenlace: referéndum a lo infantil (se puede votar cuantas veces quiera), quiebra del orden constitucional, prisión preventiva para los líderes (casualidad que estuviera Junqueras, el que se arrepiente ahora) y aplicación del artículo 155 de la Constitución.

Más o menos lo que pasó en 1934, cuando el General Batet acabó con el sueño de esa independencia –de diez horas, exactamente– proclamada desde el balcón por Companys, que acabó en la cárcel junto a sus leales, aunque el consejero de Gobernación acabó yéndose a Francia por las cloacas. Un Josep Dencàs que sentía admiración por Benito Mussolini: otra vez la Historia, eterna enemiga de la Izquierda.

Tanto entonces como ahora nos jugamos la Nación, España como único sujeto de soberanía, que corresponde a todos y cada uno de los españoles. La España de libres e iguales, el país democrático en el que nos convertimos hace más de cuarenta años. En eso hay que ser radical y, como sostuvo brillantemente Andrés Trapiello en su discurso, no se nos podrá acusar de fachas, más que nada porque así pensaba el propio presidente del Gobierno hace escasos meses. Qué ha cambiado es la clave para entenderlo todo mejor. El Poder. Esa es la piedra angular del proyecto personal de Sánchez. Y para eso sacrificará cualquier peón, extenderá cualquier mentira y recurrirá a todo tipo de excusas.

Luego está la quiebra del Estado de Derecho. Con el espectáculo, el enésimo, que daríamos en la Unión Europea, y eso que la imagen de España ha quedado bastante tocada con la crisis desatada en Ceuta con Marruecos. La falta de respeto a nuestra judicatura y la sensación de impunidad por parte de la ciudadanía. Porque eso de que el que la hace la paga está muy bien, salvo para catalanes de primera, porque los de segunda no importan y este abyecto Gobierno da fe.

Y no hablaremos de la retórica que hemos aceptado de los catalanes, porque si ahora se habla de Tejero y Armada, eso significa que lo que pasó en 2017 fue un Golpe de Estado, que lo fue, pero mirando en la hemeroteca comprobaremos que parte de la Izquierda dijo que no era tal cosa. Los datos, ya si eso para otro día: a Armada lo indultaron previo arrepentimiento y acatamiento de la Constitución y Tejero no fue perdonado por el Gobierno y estuvo en la cárcel una temporadita. Pero es igual, hay que agitar la coctelera y si cuela, mejor.

En el camino inverso tenemos a la Derecha. Que sigue sin enterarse de que sus jueguecitos son irrelevantes cuando está en juego nuestro futuro como nación. Resultó patético el intento de Casado por no aproximarse más a la Plaza de Colón, no vaya a ser; como Ciudadanos, porque a Arrimadas se le pegaron las sábanas. Abascal se erigió, otra vez, como la cara visible de la alternativa al Gobierno más caro de la democracia. Los complejos, el miedo y la soberbia.

No se enteran y eso aventaja a la Izquierda –aparte de ese tablero inclinado, como bien ha denunciado Cayetana Álvarez de Toledo, que la Derecha acepta íntegramente–, pero la Izquierda tiene una tara congénita, y es que, además de perder su identidad, no tiene fuerza moral para decirnos lo que está bien de lo que está mal. Porque, y volvemos a Camus, el fin no justifica los medios: no todo vale. Y sólo una ética perversa, calculadora y sin ningún atisbo de pulcritud puede justificar la independencia de Cataluña por pasar un par de veranos más en un palacete.

Por eso había que estar en Colón; también la Derecha, aunque a Pedro J. no le guste.