Opinión

Silencio

La cola para recibir la vacuna en el Wanda Metropolitano.

La cola para recibir la vacuna en el Wanda Metropolitano.

  1. Opinión
  2. Blog del suscriptor

España es un hermoso país, donde los ciudadanos gustamos de ser bastante bullangueros. La fiesta, como elemento característico de nuestra cultura, necesita música, baile, cante o simplemente tararear melodías en voz más o menos alta. Hasta hace año y medio, aproximadamente. Ahora, lo más atronador, es el silencio.

Durante años aprendimos a valorar el silencio. Luces, estrellas, la única compañía para echar una noche por carreteras vacías, pueblos dormidos, buenas gentes descansando. Aquellas vigilias de servicio en la Guardia Civil, donde cualquier ruido raro nos alertaba de una posible novedad. Un perro, gato, quizá lechuza, búho colgado de una rama o en el hueco de la fachada de una iglesia acechando a las palomas; el sonido de la fuente, cuyo grifo goteaba; la cuerda golpeando el mástil de una bandera en el balcón del ayuntamiento, que el viento movía mientras el reloj corría lento los minutos, horas, momentos.

Las plazas son el centro de los pueblos, sean cual fueren su tamaño. Se llenan en fiestas, verbenas, celebraciones. Escenario grande o mediano, lleno de músicos interpretando melodías, rumbas y canciones con mayor éxito del momento. Ahí todo el mundo se alegra, divierte, celebra la compañía de amigos, familia, de la vida. Ese jolgorio es una mezcla de esas sensaciones en un volumen sonoro superior al habitual.

Los supermercados, tiendas de comestibles, carniceros, pescaderos, fruteros, panaderos... aquellos que nos han distribuido los alimentos sin recibir la categoría merecida de «personal de primera línea» para recibir la vacuna. Esos lugares también bullían de personas compartiendo experiencias: recetas en la pescadería y diversidad de cortes en la carnicería. Ahora, todo más discreto. Por un lado las mascarillas, que atenúan los sonidos; por otro los ojos, que tratan de expresar emociones. Hay quien falta a la cita semanal de hacer labores logísticas para el domicilio familiar:

—Hace tiempo no veo a tu vecino, el del sexto —me comentó Toni, el pescadero cercano a mi casa.

—Se mudó... al cielo —acerté a decir mirando hacia arriba. Seguimos en silencio. Ya no se sabe cómo preguntar ni qué responder para intentar evitar esos tragos, malos tragos de cojones.

Respetar los turnos siempre fue una señal de educación. En tanto se esperaba la vez, se producían conversaciones sobre muchos temas, como si fuera una coincidencia en el ascensor. Tiempo y viento, lluvia o sequía, el fútbol o competición deportiva del momento. Eso entre desconocidos. Luego estaba «la cosa», término que engloba el resto de dudas: trabajo, salud, familia que no sabes determinar con exactitud. Abre un amplio campo de posibilidades para responder con un «tirando, va tirando, como todo».

Ahora hay distancia, respeto, gente callada; cuando mucho mirando al teléfono para intentar huir del tedioso tiempo, que va mucho más lento que antes. Apenas la gente estornuda o tose, ni se queja por la tardanza o por cualquier otra razón para decir alguna gracia o ironía. Hay silencio, fuerte y duro silencio.

Poco a poco nos va llegando la cita para vacunarnos. Un mensaje al móvil indica la hora y lugar donde nos inocularán un líquido cargado con un escudo para defender nuestro cuerpo del «bicho». Si algo hemos ganado en este maldito tiempo, ha sido la puntualidad. Ya nos avisan «no venga más allá de quince minutos antes». Y vamos con tiempo, entre media hora o cuarenta minutos en algunos casos. Pero no nos enfadamos ni protestamos. Nos mantenemos a distancia prudencial del punto exacto, esperando para hacer «la cola» en silencio.

Atendemos a las indicaciones del personal sanitario —siempre tuve mucho respeto al personal que viste uniforme y más si es «blanco»—, mientras vemos a anteriores vacunados sentados en un cómodo salón de actos o espacio de espera con sillas al efecto. Distanciados, sin hablar ni leer ni sonreír. En silencio. Se oye un rumor de las indicaciones de los sanitarios a los pacientes sobre qué sensaciones pueden ocurrir tras la vacuna. El único ruido amortiguado son los pasos al entrar o salir del salón lo más discreto posible. En silencio.

La Covid-19 cambió nuestra vida. Comenzó a invadir la salud de nuestros más allegados. Se llevó por delante a un montón; nunca olvidaremos las aventuras compartidas y estaremos siempre agradecidos a sus parientes; aprendimos mucho, disfrutamos más; tuvimos algún rato menos bueno, que es donde se aprecia amistad y familia. Todo sirvió para crecer en su compañía y les guardaremos eterna ausencia con todo nuestro respeto.

Esas heridas del recuerdo hacen el alma más fuerte. Sin embargo, pese a la fortaleza, necesitamos que muchos de los dirigentes de este hermoso país dejen de una puñetera vez de sonreír cuando anuncian la «nueva normalidad» de esta temporada, la anterior o la siguiente. Algunos nunca llegarán o llegaremos. Les recomendaría prudencia, templanza, respeto y recordar qué significa el silencio producido por el «bicho».

Ustedes entenderán. De momento, silencio.