NOSTALGIAS DOCEAÑISTAS

El triunfo de Ayuso y las luces de Casado

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado.

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado.

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A juzgar por los resultados del pasado 4 de mayo –el principio del fin de esta nueva (sub)normalidad–, todos los habitantes de Madrid somos unos tabernícolas que sólo queremos fiestas y toros. El balance que Tezanos hizo días antes de que se celebraran los comicios no puede resultar llamativo si se analiza con rigor lo que hoy es la Izquierda en España, que no española, que dijo una vez, y bien dicho, Fernando Paz: un estercolero intelectual, una indigencia moral y una desgracia nacional.

Ya antes de votar nos dijeron que Madrid era una ciudad insegura para las mujeres, aún más peligrosa para los homosexuales y un paraíso fiscal que premia a los ricos y castiga a los pobres. Como dirían los socialistas de los ochenta con la OTAN, empezaron, de entrada, mal. Rematadamente mal. Primero, porque las elecciones no sólo tenían lugar en Chamberí y Carabanchel, por poner dos ejemplos de distritos capitalinos de diferente color. Y segundo, y tercero, y así hasta el infinito y más allá, que decía aquel personaje de Pixar, porque es imposible ganar unas elecciones insultando a los propios votantes y recurriendo a burdas falacias que sólo hicieron engrandecer, aún más, la figura de Isabel Díaz Ayuso. Que, como tituló el periódico oficial del régimen social-comunista, arrasó. Y de qué manera.

La Izquierda no ha entendido el resultado de las urnas. No es de extrañar en una recua monolítica que, en la boca del extinto Pablo Iglesias –víctima primaria del ayusazo–, perdió el tiempo sosteniendo que el 70% de los madrileños eran de izquierdas. Aunque surrealista, ésa siempre fue la estrategia de nuestros siniestros. Y por eso el CIS se pronunció de la manera en que lo hizo. Ya han pasado muchos años de aquella pillada a micrófono abierto entre Iñaki Gabilondo, curiosamente hermano del candidato socialista durante esta campaña, y José Luis Rodríguez Zapatero en la que éste le decía al otrora periodista, hoy un abuelo que juega a ser moderno, que les interesaba la tensión. El jaleo, que diría un podemita.

Alterar el ambiente y reventar las calles. Claro que Zetapé se refería a las elecciones generales de 2008 y no a este aciago 2021 donde la aglomeración de espacios públicos por parte del populacho está mal visto… salvo si eres del Atleti. En cuanto a Gabilondo, Iñaki, recuerdo aquella escena de El padre de la criatura y el aforismo de Pepe Sacristán a su suegro, representado por el gran Paco Martínez Soria: “Una edad para cada cosa y cada cosa a su edad”.

Más que tensión, estos nuevos zurdos sólo han hecho el ridículo. Porque si no teníamos suficiente con todas las declaraciones que ya recogí más arriba, vinieron los ¡intelectuales! a decir que Madrid había sido tierra fascista desde hace más de dos décadas, los mismos que se llenaron los bolsillos al recoger premios, galardones y demás ornamento. Entre los firmantes del “manifiesto”, una que pudo ser ministra.

Aunque, bueno, la cosa está tan mal que cualquiera puede serlo. Hemos pasado de Arias-Salgado y Loyola de Palacio a Carmen Calvo e Irene Montero. Y nos hablan de 2050, cuando, de seguir así, no llegamos ni a la Agenda 2030 que se sacó el bukanero de la manga para hacer como que mandaba, porque trabajar, ya lo dijo, era más bien propio de cretinos. Bukanero, ayer; hoy, galapagueño.

Pero no es de extrañar que los zocatos no entiendan el resultado de las urnas. Es propio de su naturaleza. Han pasado muchos años desde que Esperanza Aguirre conquistara Madrid, toda la región, y barriera en distritos como Usera y Villaverde. El Metro lo fue todo –más de ochenta estaciones abrió durante su mandato–, además de la red de hospitales, públicos, que construyó. Fue el inicio de lo que tenemos hoy: podemos elegir médico, ir al colegio que queramos, los comercios pueden abrir los domingos y tenemos los impuestos más bajos del país.

La Izquierda no lo entendió entonces y sigue sin entenderlo ahora –no pudo ser más apropiado el lema “comunismo o libertad”, era precisamente eso–, aunque la cuestión de fondo es que jamás reconocerán la legitimidad de la Derecha porque, sostienen, ellos son mejores. Es lo que decía recientemente María Luisa Merlo en EL ESPAÑOL: “Ser de izquierdas es ser inteligente”. Cuando la Historia, la Economía y hasta la Estadística –la Ciencia, analítica y empírica– se empeñan en demostrar precisamente lo contrario. Pero no pasa nada: son de izquierdas, es decir, tienen bula.

Eso se votaba el 4 de mayo: ratificar la política iniciada en su día por Aguirre –que hizo que Madrid pasara de ser la quinta mejor región española a la primera– o darle paseo, algo muy rojo en España. A la vista está que se ha optado por lo primero, recordando el clásico dicho de que no se ha de tocar lo que funciona. Ayuso ha goleado porque ha seguido en esa línea aguirrista, con Lasquetty; porque ha dado lo que ahora llaman batalla cultural, con Miguel Ángel Rodríguez al lado; porque ha tratado al elector como adulto, que es lo que demanda; porque ha lidiado esta crisis sanitaria anticipándose a todos; porque ha dejado trabajar, y es que hay que convivir con las fatalidades; porque ha dejado libertad en medio de un estado de alarma que roza el atropello constitucional y la arbitrariedad, que no discrecionalidad, del Gobierno central.

Y porque ha construido el hospital de Ifema, ahora el Zendal –criticado porque no se les ocurrió a ellos, como tan certeramente señaló Antonio González, el Jefe de Medicina Interna del Vall D’Hebron–, que ha sido boicoteado por los sindicatos de las mariscadas cuyos jefes políticos dijeron que cerrarían si ganaban las elecciones. Antes facilitó a la población mascarillas FFP2, que eran demasiado buenas y hasta insolidarias.

El problema que tiene Ayuso, que ha reunido un apoyo popular impresionante –votos prestados los tienen todos, unos más que otros, claro– es su propio partido. Puede resultar chocante, porque fue el propio Casado quien apostó por ella, pero le han ido apareciendo misteriosamente piedras por el camino, algunas de ellas bastante incómodas, como la que le acaban de poner ahora respecto a la presidencia del partido en Madrid. El hecho de que Almeida esté ahí, haciendo el trabajo sucio a Teodoro y cía, no es positivo porque el PP, en estos momentos, necesita mandar un mensaje de unidad, que dicen los cursis, amén de autoridad.

No se me ocurre mayor autoridad que la persona que ha ganado unas elecciones de forma rotunda, sumando más votos y escaños que todas las izquierdas juntas. Va a resultar cierto eso que me dijo una amiga poco después de votar, que Casado tenía menos luces que una discoteca a pilas. Hablo de luces, porque son más importantes de lo que se piensa. Desde luego, la tontería de la presidencia neutral, con Camins al frente, es una ocurrencia, aparte de un chiste malo. Pero el miedo marianista se apodera del líder del PP, que ganó el Congreso a Soraya por ser, entre otras cosas, más de Aguirre que de Rajoy. Blanco y en botella…

Mientras tanto, en el PSOE se han dedicado a hablar de la prospectiva de un tal Iván (magnífico Bustos, aconsejado por Alfonso Guerra, valedor de grandes motes) y a expedientar al único presidente socialista que tuvo Madrid. Es un mérito proporcional al nivel que tienen los que mandan en Ferraz y en Moncloa, que son los mismos, y ésa es la clave de la gran derrota de Ángel Gabilondo, que pasó de ser una figura respetada a ser un pelele solemne, por lo de soso, serio y formal.

Son tan inútiles y malvados que no aceptan que Leguina sea un señor y reciba, junto al valiente e íntegro Nicolás Redondo, a Ayuso en la fundación de ambos. Miguel Ángel Carmona ya ha dicho que, sin son expulsados los dos, el PSOE perdería un millón de votos. Pero perderían algo más importante los socialistas: la poca decencia que les queda. Eso es lo sustancial, y recordar que Leguina acabó con el chabolismo, apostó por la obra pública y creó el Consorcio de Transportes. Hechos y no palabras. A veces cualquier tiempo pasado sí que fue mejor, y aquella Izquierda lo fue, a pesar de los nubarrones y sus fallos.

Pero que sigan hablando de vinos, bocadillos de calamares y toros. Es falso aquel mensaje goebbeliano por el que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Y no hay que cesar: a Ayuso no se la ha votado por permitir a los jóvenes irse de cañas, sino porque ha permitido que sigamos trabajando y, por ende, hemos podido vivir, incluso la vida normal que nos arrebataron, con todas las medidas y protocolos habidos y por haber.

El virus vino para quedarse y a la vista está que unos se han adaptado mejor y otros, peor. Madrid es una excepción de toda Europa y prensa de todo el mundo ha destacado la labor del Gobierno regional. Da igual, siguen sin enterarse. Porque son mejores, más cultos y mejores personas. Son tan vacuos que dan pereza ya.