Opinión

Elogio del deporte

Los deportistas: Pau Gasol, Garbiñe Muguruza y Andrés Iniesta.

Los deportistas: Pau Gasol, Garbiñe Muguruza y Andrés Iniesta.

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Existen algunos seres humanos que sobresalen sobre el resto. Unos por su ciencia, otros por su riqueza y otros por su capacidad de unir lo físico con lo psíquico y llevar esa fortaleza hasta límites extraordinarios. Este es el paradigma de los deportistas, luchadores infatigables, cuyas vidas transforman una utopía en una heroica proeza.

Atletas que han cincelado su nombre en el mármol de la victoria, apareciendo en las crónicas como los mejores de su época y quedando para siempre en la memoria por los triunfos alcanzados. Deportistas que hacen ondear la bandera de su patria y escriben su nombre en el Olimpo, trascendiendo el tiempo y siendo inspiración para otros muchos que quieren seguir su estela.

Sin embargo, ¿por qué razón nuestra sociedad ha sacralizado lo superficial del deporte y no los valores que conforman su esencia? ¿Podría la industria y la mercadotecnia deportiva saltar de su realidad y avivar la llama que mueve los eternos ideales que anhelamos realizar? Las conquistas del deporte pueden impulsar con fortaleza el futuro social. Su energía proyectada únicamente sobre los terrenos deportivos… ¿Podría ser la mecha que prendiera la conciencia de un mundo aletargado y aprisionado en un sistema decadente y desmoralizante que ha secuestrado la Polis y la cultura?

Los mejores deportistas no son quienes viven del deporte sino los que viven por él y para él. Lo mismo ha de ser el ideal de ciudadano, que no vive para alimentar su Ego, sino para el Nosotros, para la Civitas. Los grandes deportistas, anónimos o reconocidos, son motivo de orgullo para todos porque compiten con motivación, ilusión y preparación. Defienden los mejores valores de la civilización: el mérito, la audacia, la perseverancia, la honestidad y el espíritu de lucha. Son por estos valores y no por otros motivos por los que obtienen los triunfos, comenzando por el mayor de ellos: se han vencido a sí mismos, se han perfeccionado.

El gran deportista es en verdad el referente de lo que siempre tiene que aspirar cualquiera que busque ser líder de sí mismo y gobernar su propia vida. Más allá del clamor de la multitud, del aplauso y ovación del graderío, de las medallas, de las notas del himno o de la coronación de laureles se encuentran las sombras que esconden el secreto que no se ve: los exigentes entrenamientos diarios, la abnegación, el apoyo y fidelidad de su familia y seres queridos, la constancia y el esfuerzo por alcanzar una meta y dotar de significado a su existencia.

Los actuales momentos de sacralización del deporte a nivel global, más allá del puro interés mercantil adyacente al mundo de las apariencias en que las masas se mueven por inercia, deberían hacernos reflexionar sobre el papel del deporte como motor de cambio, como elemento catártico de las estructuras sociales. Los pasajes más brillantes de la historia humana nos enseñan que precisamente los eminentes valores que representan los mejores deportistas son los que precisamente en tiempos pretéritos forjaron la civilización que hoy aún disfrutamos y que sin embargo por la falta de mímesis hoy agoniza.

El deportista excelente representa el ideal y la vocación de superación. El respeto a las normas comunes y al dictamen de los árbitros. El trabajo en equipo por encima de los individualismos, cortoplacismos y oportunismos. Dentro de su ser más interior, cooperan la mente y el cuerpo, permaneciendo en armonía la Razón y el Corazón. El deportista que logra ese nivel de consciencia ya ha logrado el éxito porque, al igual que el verdadero artista mediante su creación plástica, ha sido capaz de materializar el espíritu y de espiritualizar la materia. Son dignos de admiración porque representan dorados arquetipos para una generación de jóvenes necesitada de esperanza.

Aunque no todos los hombres nacieron para vivir en la tierra, unos porque caen al abismo de las tinieblas y otros porque ascienden a lo alto del pódium de la vida, ojalá nosotros, los mortales, que creemos en un mundo mejor que sin duda es posible construir, podamos seguir animándonos con las aventuras de estas criaturas del deporte, que parecen sobrenaturales cuando los vemos dominar con su fuerza física y mental los estadios de todo el orbe.

Las hazañas deportivas de estas épocas son comparables en cierto modo con las epopeyas de los siglos legendarios. Pero esta fantasía no puede agotarse en lo efímero, en la finitud de la competición por una vida atlética y mitológica. Ahora más que nunca han de impulsar para siempre la singladura de una aspiración que muchos deseamos hacer realidad en este mundo terrenal, a veces tan celestial, otras tan infernal.

Ojalá los deportistas del futuro sigan batiendo récords, forjando la leyenda de una humanidad que, habiendo demostrado abundantemente su capacidad de lo peor, puede y debe aspirar a la virtud. Es verdad que los mejores no parecen seres de este mundo. Pero ellos, con su ejemplo de superación, nos señalan el camino para cambiarlo.