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Populismos e inmigración

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Vivimos tiempos en los que los populismos de diferente signo campan a sus anchas no sólo en España, sino también a lo largo y ancho de Europa. En nuestro país vivimos este auge con la eclosión del movimiento del 15-M que sembró el germen de Podemos y que, aparte de enriquecer a su líder, quien afirmó que nunca saldría de Vallecas, pocas soluciones ha aportado para mejorar nuestro estado de bienestar. Pero el populismo de izquierdas no ha sido el único que ha experimentado un importante crecimiento en España.

En los dos comicios generales celebrados en 2019, así como en las elecciones locales y autonómicas, hemos visto como ha incrementado su presencia el populismo de derechas. El votante más conservador del Partido Popular, quizá cansado por la falta de liderazgo interno y por los escándalos como el de la Gúrtel o la Púnica, ha derivado su voto hacia Vox con la esperanza de que la formación de Santiago Abascal represente una vuelta a la quintaesencia de la derecha española.

En cualquier caso, ambos partidos políticos presentan características comunes como son, por ejemplo, su falta de fe en la Unión Europea o la apropiación de las causas que son de todos los ciudadanos en beneficio propio. El flanco izquierdo destaca por apropiarse la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres, y el flanco derecho por la defensa de la unidad nacional y el orden constitucional. Resulta obvio que ambas cuestiones serán, sin duda, defendidas por todo demócrata convencido sin importar su signo político, pero aquí lo que importa es remover las vísceras, apelar a las emociones y tratar de convencer de que lo propio es lo mejor, en una suerte de etnocentrismo político si se me permite el símil.

Pero si hay un asunto que es utilizado por ambos tipos de populismos sin ningún tipo de reparo es la inmigración. Este no es un asunto baladí y sin duda no está exento de polémica y de componentes emocionales. Mientras que la izquierda apela a la solidaridad, a veces, aunque lo pretendan, no pueden ocultar su intención de captar nuevos votantes, como es el caso de la propuesta de Unidas Podemos de nacionalizar a unos tres millones de inmigrantes, regulares o irregulares. Más allá de que sea un brindis al sol, se trata de una utilización torticera y partidista del drama personal que viven muchas personas en nuestro país.

En el otro lado nos encontramos las propuestas de la formación de Santiago Abascal, quien ha puesto el foco de atención en los conocidos como menas, menores extranjeros no acompañados que se encuentran en España, así como en la inmigración proveniente de África y Oriente Medio, construyéndose un relato en el que se identifica aumento de la inmigración con incremento de la criminalidad.

El populismo de derechas en Europa, desde su posición en la que en no pocas ocasiones roza el nacionalismo identitario, cree que la solución al problema de la inmigración pasa por un control férreo y exhaustivo de las fronteras exteriores de la Unión, algo que puede ser necesario pero no suficiente. La inmigración es una cuestión compleja y global y que requiere alternativas y soluciones globales y complejas. Y para ello debemos conocer las causas que la motivan, que no son pocas. Poner el foco exclusivamente en las mafias de tráfico de personas hace que los árboles nos impidan ver el bosque. Estas mafias operan como meros facilitadores por lo que cabe plantearse qué lleva a una persona a recurrir a ellas para alcanzar su sueño de llegar al viejo continente.

Graves problemas como la mala gobernanza y la corrupción, la imposibilidad de ejercer las libertades civiles, violencia estructural, conflictos bélicos, religiosos o étnicos, la imposibilidad de acceder a bienes y servicios esenciales o a recursos vitales como el agua, la desertización y el cambio climático que conllevan la pérdida de tierras de cultivo son, entre otras cuestiones, poderosos factores de expulsión de población hacia los países desarrollados en su búsqueda de aquello que sus países de origen les niega. Si a esto le añadimos la grave crisis sanitaria provocada por la Covid-19, nos encontramos con un escenario verdaderamente dramático en las regiones más desfavorecidas del globo.

Por eso, hoy más que nunca, el proyecto común europeo debe seguir vigente como un paradigma mundial de espacio de convivencia y de ejercicio de los derechos y libertades fundamentales. La Unión Europea debe seguir trabajando para favorecer el desarrollo de los países de origen de los inmigrantes como ha hecho hasta ahora con la firma del Acuerdo de Cotonou o con su apoyo a la consecución de los objetivos recogidos en la Declaración del Milenio, pues la solución al drama de la inmigración pasa por ello de manera indefectible y no por los populismos de todo signo que recorren el continente.