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Lo que el Covid-19 se llevó

Las autoridades en el homenaje de Estado a las víctimas del Covid-19.

Las autoridades en el homenaje de Estado a las víctimas del Covid-19.

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El pasado 16 de julio, se produjo el funeral de Estado para velar por los fallecidos durante la pandemia de COVID-19 en España. Presidida por todos los partidos políticos, exceptuando la no presencia de Vox y Esquerra Republicana de Catalunya, el acto ha sido lo más sobrio, aconfesional y sereno posible. Ha sido el último detalle de una de las etapas más grises de nuestra historia, y todos los que allí tenían el ‘privilegio’ de estar, se han mostrado de lo más delicados posibles, incluyendo a sus majestades los Reyes de España.

Pero esta vez no me siento delante de la pantalla del ordenador para criticar la ausencia de Vox o Esquerra, que lejos de ser el mismo perro con distinta correa, se autodefinen con sus actos, dando la espalda a nuestro país y obviando nuestro presente. En esta ocasión quiero homenajear –si puedo– a los caídos en esta guerra. Porque a fin de cuentas, cada generación ha de haber luchado en, al menos, una guerra, y esta ha sido la nuestra. Quizá poco amenazante, no veíamos al rival, aquello de luchar contra algo invisible ha sido, psicológicamente, aterrador.

Nuestro fuego enemigo no han sido los americanos como en la Guerra de Cuba, tampoco lo han sido los franceses como en la Guerra de la Independencia Española, sino un virus, alguien sin nacionalidad –que no chino– y, lejos de dispararnos y hacernos desfallecer en la arena de la playa como en Normandía, nos asfixiaba poco a poco en las UCIs de la mayoría de hospitales de España. De manera que ha sido una guerra sin balas, sin tiros, sin armas, no hubo ni fuego ni insultos, ni razas ni lenguas, ni patrias ni independencias, sólo hubo vencedores y vencidos. Y es a éste último grupo al que se rindió homenaje el 16 de julio frente al Palacio de Oriente.

Nuestro comportamiento frente al virus ha sido alegre, nada lejos de lo paranormal, ha sido también cauto pero a la vez lleno de aplausos a las 20:00h todas las tardes de cuarentena. Animábamos como podíamos a nuestros soldados, a los que servían en primera línea de batalla, a nuestros médicos, enfermeros y demás equipo sanitario. Y es que, como dijo Aroa López, la enfermera invitada al funeral de Estado, ‘nos hemos tragado las lágrimas cuando nos decían ‘no nos dejes morir solos’’.

Tuvo que ser muy duro para ellos, como seres humanos, ser testigos del último adiós de muchas personas, de personas que el verano pasado no sabían que disfrutarían de sus últimos rayos de sol en la playa, que escucharían por última vez su canción favorita o que pasaron por última vez las páginas de sus últimos libros. Algunos de ellos, conocedores de la situación y otros muchos desconocedores, dijeron por última vez ‘adiós’, y sus familiares no tuvieron más remedio que devolverles la despedida con amargura, porque detrás de esos aplausos a las 20:00h, de ese Resistiré del Dúo Dinámico que toda España tatareaba, y detrás de aquellos desfiles policiales por las grandes avenidas, el estrés y la ansiedad se interponía en los pasillos de los centros de salud.

Así como los americanos dijeron haber perdido la inocencia en Vietnam, creo que muchos de nuestros compatriotas sanitarios han perdido la suya en este país, donde han tenido que despedir a más de 28.000 personas de una enfermedad desconocida, que nos tocó sin precedentes. Un tsunami que ha devastado las costas de la salud física y mental junto con el panorama económico a toda una nación, de manera que las 28.000 historias, dramas personales, romances, tristezas, guerras internas, sabidurías, consejos y quehaceres de esas 28.000 personas se han ido para no regresar jamás.

El funeral del 16 de julio nos enseñó que somos simples mortales, que todo es pasajero y que ahora, más que nunca, debemos cumplir con nuestras propias responsabilidades, con aquellas que nos dictamina la cúpula para no llegar a nuestro punto de partida. Para no llegar al punto cero, allí donde todo empezó, al epicentro del terremoto que hizo temblar a un país por más de 90 días. Solo cumpliendo con nuestro deber y protección personal, podremos conseguir que nadie se olvide de aquellos que les tocó perder.

Esta pandemia nos ha servido de aprendizaje, porque mientras desfasábamos los fines de semana, reíamos a carcajadas, celebrábamos los goles abrazándonos o brindábamos con la misma copa y nos pensábamos inmortales, el COVID-19 se fue forjando para ser nuestro iceberg y nosotros su Titanic. Incluso en algún momento de nuestras vidas nos hemos preguntado cómo pudieron venirse abajo las Torres Gemelas por muy de hierro que fueran. Porque cuando un César caminaba triunfante por Roma, siempre habitaba en su conciencia la voz de una esclavo que le susurraba al oído ‘Recuerda que sólo eres un hombre’. Porque, en efecto, el Titanic sólo fue un barco, las torres sólo torres, y los hombres, sencillamente hombres.

A todas las víctimas: Siempre viviréis en nuestros recuerdos.