Me produce enorme congoja tener que escribir estas palabras.
Siempre defendí a Juan Carlos I por su trabajo y su campechanía.
Su defensa del 23-F fue un acto de valentía y lealtad al pueblo español.
Le sigo desde aquel lejano 1982 cuando Felipe González ganó la elecciones.
Me había parecido que era un embajador excepcional y que llevaba a España en lo más íntimo de su corazón. Trabajaba incansablemente por ella y sus súbditos españoles.
¡Qué pena!
EL ESPAÑOL está publicando documentos y pruebas que están demostrando que, bajo aquel tapiz, solo existía un hombre ambicioso, codicioso y embustero, mal llevado por su afán económico y sus amoríos a destiempo.
En su defensa, diré que en muchos casos buscó defender y mejorar a España y lo logró, pero no lo suficiente.
Con su actuación, según los datos aportados, ha desprestigiado a la Corona y ha puesto en un serio aprieto a su hijo, quién siempre le ha admirado y ha sido su referencia.
Ante ello, hoy D. Felipe no tendrá más remedio que quitarle de la Zarzuela y dar carpetazo a su gestión, por más que duela.
Queda la enorme decepción de ver que un hombre que lo ha tenido todo, que ha sido querido y amado en su país, haya utilizado su poder para defraudarnos a todos.
Debería pedir perdón, recuperar esa fortuna, pagar por ella y ponerla a disposición de todos los españoles.
Solo así podría mitigar, en parte, la corrupción, el error y la traición cometida.
Irse de España, debería ser su pena.