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El futuro del trabajo y el nuevo capitalismo

Imagen de la primera fábrica controlada completamente por robots en China.

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La lectura del trabajo de Karen Harris, presentado hace dos años en el Strategic Investment Conference, titulado Labor 2030: The Collision of Demographics, Automation and Inequality resulta muy esclarecedor. En su informe sostiene que, en una primera fase, la digitalización puede generar una mayor productividad, pero con el tiempo acaba ocasionando una caída del empleo que provoca un estancamiento por falta de demanda.

La globalización y digitalización económica están pudiendo abaratar el coste laboral, gracias a la deslocalización y la terciarización del mercado. Aunque se optimice el coste de la producción, el consiguiente desempleo que genera, o en su caso, la precariedad laboral que provoca, acaba haciendo que no haya demanda suficiente ni estable. El capitalismo colapsa si lo producido no se consigue vender.

A partir de esta tesis, hay que interrogarse sobre cuáles pueden ser los siguientes pasos de esta macrotendencia sistémica. Por una parte, la progresiva degradación del trabajo humano puede abocar al capitalismo a una metamorfosis tras la cual se cronifiquen mecanismos que induzcan artificialmente la demanda. En efecto, los diversos sistemas de renta básica universal van en esta línea, como los que se están implementando en algunos países. El objetivo principal es distribuir dinero sin contraprestación laboral, para así poder estimular la demanda.

Esta medida también tiene el interés netamente político de neutralizar el incipiente descontento social derivado del creciente desempleo o de la pauperización de la población, situación que podría cuestionar la legitimidad de los sistemas políticos.

El otro mecanismo no es nuevo, aunque se ha visto acelerado hasta un grado superlativo en la crisis económica mundial de 2020 como efecto de la pandemia. Ha consistido básicamente, desde la crisis de 2008, en inundar de liquidez los mercados a través de expansiones cuantitativas de la oferta monetaria de los bancos centrales. Inyectando dinero en el sistema y abaratándolo se trata de impedir que  decaiga la demanda. Esta medida ha permitido rescatar a los Estados, bancos y grandes empresas hinchando de deuda los balances de la banca central y fijando unos tipos de interés muy bajos, nulos o incluso negativos en el sistema financiero.

Pero la economía real no consiste en producir dinero, sino bienes. De ahí que, en el fondo, a lo que conduce esta política monetaria y financiera es a la devaluación del dinero, esto es, a la pérdida del valor adquisitivo de los depósitos. Este efecto también ha distorsionado a su vez la mentalidad tradicionalmente ahorradora y conservadora de la clase media, que, con esos tipos de interés tan bajos, nulos o incluso negativos, tiene más incentivos a endeudarse que a seguir ahorrando. Además, esta medida induce a reconducir sus capitales hacia fondos de inversión bursátil o hacia otros activos con más riesgo y rentabilidad, estimulando y retroalimentando la deriva especulativa y cortoplacista.

El escenario que puede dejar tras de sí un modelo económico en la que se va erosionando paulatinamente a la clase media y deteriorando el trabajo es una sociedad posiblemente más conflictiva y polarizada. El ensanchamiento de unas mayorías empobrecidas y subsidiadas tiene como correlato el reforzamiento de unas minorías elitistas, financieras y tecnocráticas cada vez más poderosas. Asimismo, es previsible que la inminente robotización y automatización de los procesos productivos haga innecesaria tanta población demandante de empleo, sobre todo del menos cualificado, que es el más fácil de reemplazar por máquinas y software.

El capitalismo digital y global contemporáneo ya no necesita tanta “mano de obra humana”, como en contraste sí lo requería el capitalismo industrial. Está poniendo en marcha un proceso de transición mediante una ingeniería social que se plasma en la digitalización de las relaciones sociales, reducción poblacional, y liquidez dineraria electrónica con mecanismos de subsidiación masiva. Una población en decrecimiento y más controlada que haga un consumo más “sostenible”. De hecho, ciertas políticas enmarcadas en la lucha contra el cambio climático actúan en realidad como un “capitalismo verde” que usa la emergencia ecológica para tratar de legitimar medidas de disciplina, intervención y supervisión psicosocial a gran escala.

La clase media trabajadora y ahorradora ha dejado de ser necesaria. Se persigue su expoliación fiscal mientras se ponen en marcha sofisticados sistemas de vigilancia informática de las nuevas masas pauperizadas a través del dinero electrónico, la distribución de ingresos mínimos y la potenciación de la industria del entretenimiento. La progresiva erosión de la clase media occidental trae consigo una pobreza de nuevo cuño, invisibilizada, edulcorada y camuflada en alta tecnología y consumismo “low cost”, que genera también un trabajo humano “low cost” cada vez más prescindible a medida que se sustituya por la robótica.