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La vieja izquierda y la instrumentalización de las causas justas

Cabecera de la manifestación del 8-M en 2019.

Cabecera de la manifestación del 8-M en 2019. EFE

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Tras el asesinato de George Floyd, el mundo ha mostrado su solidaridad con la comunidad afroamericana en los Estados Unidos. En cambio, los creadores de discurso no han tardado en hacer de las suyas con este movimiento, y hablo en doble sentido: por un lado, quienes pretenden apropiarse de él para dirigirlo hacia posiciones ideológicas de izquierda o de extrema izquierda; por otro, quienes desde la derecha o desde la extrema derecha buscan dibujar una amenaza palpable.

No es la primera vez que ocurre: en los años recientes, lo hemos visto con el movimiento #MeToo, nombre que se le ha dado a esta cuarta ola de feminismo, no exenta de polémica y que enterró a la feminista liberal Betty Friedan y su lucha por la igualdad de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres para entonar la performance de “El violador eres tú”; también lo hemos visto con el fenómeno de Greta Thunberg, la cual ha sustituido la tradicional e inteligente apuesta por el desarrollo sostenible y por el consenso global por un muy emotivo “habéis arruinado mi infancia”.

¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué está degeneración de las causas justas? Si uno navega por redes sociales, puede llegar a entenderlo con relativa facilidad: existe una tendencia a desviar casi cualquier lucha social hacia el anticapitalismo, de un modo casi totalitario, como si fuera un chivo expiatorio: “Las violaciones las provoca el machismo, que es la expresión externa del heteropatriarcado, que es otro nombre para referirse al sistema capitalista”. Este mismo esquema se puede aplicar al cambio climático, a la LGTBI-fobia o al racismo, porque lo cierto es que el neocomunismo hace todo lo posible para apropiarse de las causas justas, sin parecer darse cuenta de que lo único que consigue de esa forma es desvirtuarlas.

Esto tiene largo recorrido: en los años 60, en Estados Unidos, los movimientos sociales reivindicativos tales como el feminismo liberal ya mencionado, el movimiento por los derechos civiles de Martin Luther King, el movimiento gay o el movimiento hippie, buscaban ante todo el consenso, no la confrontación. Inspirados en Gandhi, se entendían contrarios al belicismo tanto de la URSS como de los Estados Unidos. Fue entonces cuando ocurrieron dos eventos, casi simultáneos: la Primavera de Praga y Mayo del 68.

Es el segundo de ellos el que nos ocupa, pues es a partir de ahí cuando la izquierda global, representada en su forma ideal por la URSS, comienza a instrumentalizar los movimientos sociales para intentar provocar el colapso del sistema capitalista, anunciado desde 1848. Pero las circunstancias habían cambiado lo suficiente como para afirmar que el mundo de Marx y Engels en 1848 tenía tan poco que ver con la Francia de 1968 que seguramente hubo que hacer un gran ejercicio de abstracción para lograr encajar el movimiento por los derechos civiles, el movimiento de liberación femenina o el movimiento gay dentro de ese marxismo retrógrado defendido por personas y regímenes abiertamente machistas, homófobos y racistas que tomaban aquel panfleto decimonónico como dogma de fe.

La idea de la URSS era bien sencilla: la misma estrategia que el Imperio Alemán utilizó a través de Lenin para quitarse de encima al zar Nicolás: promover la subversión en tierra enemiga para debilitar sus instituciones y ganar ventaja en la guerra. En su caso, además, parecía tenerlo fácil, ya que a diferencia de en la órbita del Pacto de Varsovia, en el corazón del Bloque Occidental había democracias liberales, no dictaduras. Esta dinámica persistió con la llegada del Socialismo del s. XXI tras la caída del Muro de Berlín, y hoy día sigue vaticinando una crisis terminal del capitalismo.

No obstante, no podemos caer en el maniqueísmo: los movimientos sociales y las causas justas son mucho más importantes que esta ideología caduca que es el comunismo. Sin el movimiento de liberación de la mujer, no asumiríamos en Occidente que mujeres y hombres somos iguales ante la ley; sin el movimiento gay, no disfrutaríamos de la libertad sexual de la que hoy disfrutamos en los países democráticos, tampoco de igualdad civil; sin el movimiento por los derechos civiles, seguiríamos viviendo en una sociedad en la que el color de piel defina tu estatus social. Estos logros no son desde luego gracias al comunismo, sino a pesar de que el comunismo ha intentado desvirtuar estas luchas apropiándose de ellas desde finales de los 60.

Sin embargo y paradójicamente, estas conquistas no se han producido en los países comunistas o ex-comunistas: Rusia, China, Corea del Norte, Vietnam, Cuba, Venezuela o Irán no son países en los cuales las mujeres, las personas LGTBI o las minorías étnicas se sientan seguras o integradas en la sociedad. Aun así, sus defensores siguen sintiéndose con la autoridad moral, no ya para defender a estos colectivos, sino para monopolizar sus causas. O es ignorancia o es cinismo, pero desde luego no es admisible.