España contra España contra España

Algunos de los líderes políticos de España. Imagen de la campaña electoral del 28-A.

Los semicultos de la actualidad suelen visualizar la Edad Media como una época oscura, monótona y mucho menos avanzada intelectualmente que la era actual, legado posiblemente del darwinismo social del s. XX, donde la tónica dominante fue el conflicto entre facciones. Muchos de ellos desconocen, en cambio, que en el s. XII existió una legendaria guerra política de trincheras, aquella que enfrentó a la Casa Welfen, de Baviera, con la Casa Hohenstaufen, de Sajonia, dinastía dominante del Sacro Imperio de aquella época.

Quizás quienes hayan viajado a la mitad norte de Italia estén más familiarizados con los términos “güelfos” y “gibelinos”, los unos eran valedores del Papa mientras que los otros eran valedores del Emperador de Alemania. Desde la distancia, el conflicto político puede parecernos incluso absurdo, ya que unos defendían una autocracia mientras los otros una teocracia, vamos, una pugna política entre tiranos; sin embargo, para los europeos de aquella época era una verdadera dicotomía: para ellos, uno de los bandos representaba la bondad absoluta y el otro, en cambio, representaba la calamidad. ¿Nos suena esta forma de pensar?

En la España de hoy día, tan alejada aparente de aquella mentalidad medieval, parece que nos hallamos ante una nueva guerra ideológica de trincheras. Es cierto que ya no son los güelfos contra los gibelinos, ahora son “las izquierdas” contra “las derechas”, o viceversa. Seguramente, si estamos en cualquiera de las dos trincheras pensemos, como hacían nuestros ancestros medievales, que nuestro bando es la perfección absoluta, mientras que el bando contrario es la destrucción absoluta. Igualmente, muchos piensan que este sectarismo extremo es algo normal y natural, pero si observamos la circunstancia con perspectiva, podemos observar que esta polarización es tan absurda como aquel pleito medieval.

Lo que yo veo es a dos facciones fanatizadas luchando por ver qué tirano es el que mejor les representa. Si lo observamos bien, veremos cómo tanto en la derecha como en la izquierda se han producido los peores casos de corrupción de nuestra historia reciente; cómo en ambos bandos hay políticos ineficientes, incluso algunos tan inútiles que te preguntas realmente cómo han logrado llegar hasta allí; ves también que en los dos bandos hay atropellos a las libertades fundamentales del individuo y; lo más importante de todo, ves que ambos quieren convencerte de que son imprescindibles para que España funcione.

Si España ha funcionado estos años no ha sido gracias a sus políticos, sino a pesar de sus políticos. Cuando yo pienso en España, no pienso en burócratas mandones, en cargos electos que se creen estrellas de rock ni en la importancia del Estado. Cuando yo pienso en España pienso en nuestros agricultores, en nuestros trabajadores, en nuestros comerciantes, en nuestros artistas y en nuestros profesionales: es gracias a ellos que este país ha sabido construirse a sí mismo como uno de los lugares más agradables del mundo para vivir.

Mientras tanto, nuestra clase política, que vive a costa de España, pretende justificar su salario con palabras grandilocuentes, acaparando la atención del público, parasitando a la par que eclipsando a la sociedad civil. Piensan que por haber obtenido una mayoría de votos en unas elecciones tienen derecho a cercenar los derechos y libertades de quienes se levantan todas las mañanas para construir este país. No entienden que el fundamento de la democracia es el respeto a la esfera privada del individuo, que ellos acaparan continuamente porque lo que les falta de dignidad, les sobra de ego.

Como güelfos y gibelinos, una parte para nada desdeñable de la sociedad les sigue, porque se han creído su mentira de que, con ellos, las cosas serán diferentes. La realidad es bien distinta y es que, sin ellos, posiblemente España sería un lugar muchísimo mejor para vivir. Los que no comulgamos con esta guerra de trincheras no les pedimos que desaparezcan, pero sí que nos dejen vivir en paz de una vez.