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"...Ou ne sera pas"

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Cuando era parvulito participé en una obra de teatro, solamente tenía que decir dos veces “yo me quiero ir a mi casa”. Escuché que la gente reía cuando lo gritaba. Es la clave del teatro, que el espectador no sepa si es papel o es que de verdad me quería ir de allí. De hecho mi madre casi no me deja ir porque tenía algo de fiebre.

La tensión entre máscara y persona no es solo la clave de la representación teatral, lo es también de la representación democrática; en la política además recupera el origen sacrificial, antes que trágico, de la máscara. El dilema es si el fundamento de la democracia es la persona o la ideología, máscara según Marx. Ahora que las mascarillas borran los rostros, entiendo que la permanente “caída de las ideologías” se manifiesta como ingeniería social, personalizada.

De hecho las últimas segundas elecciones apenas aportan legitimidad democrática; porque las Cortes están formadas, o deberían, de representantes para elegir un gobierno. Si se da que no son capaces de hacerlo, es posible que sean necesarias otras elecciones; pero si los representantes son los mismos que no han sido capaces de formarlo, esas elecciones son ingeniería social, y sociológica, que dice a los electores:  ¡cambiad el voto, el anterior no nos acaba de gustar!

Decía Maritain, en el año 42, que los partidos políticos no solamente no son esenciales a la democracia, sino que expresan la falta de impulso espiritual. Schumann en el 57, decía: "La democracia será cristiana o no será. La democracia no es bipartidismo, que es una máscara dual que oculta el gran dilema humano y apocalíptico entre dar culto a Dios o al poder".

Del siglo 20 heredamos una gran tensión entre persona y totalitarismo. La frase de Schumann debe entenderse en clave personalista: "O la democracia se fundamenta en la persona, en su interioridad para no dar culto al poder, o no será. Con las calles desiertas, las personas confinadas saliendo solo a trabajar, y desde los medios, sobre todo el público, se intimida e incluso se insulta a los ciudadanos, confundiendo el Pirulí con el Sinaí, lo de concentración no suena bien".

Escribía Dragó, tras la mudanza, desde su existencialismo de “ser para el ataúd”, y pedía el aceite de Teresa: “Muero porque no muero”. Teresa no es sentimiento, es diálogo: “No me extraña que tengas tan pocos amigos”. ¿Es la muerte?, sí; pero más la muerte de la democracia. Yo, que estoy inmunizado tras un poco de fiebre, me quiero ir, como cuando era parvulito. Es tiempo de mudanza, de resurrección: “Ou ne sera pas”.