La verbena

Fiestas en balcones de Barcelona. / Instagram

Vivo en un barrio de una capital de provincia. Llevamos más de un mes saliendo a aplaudir a los sanitarios, todos los días las ocho.

Desde hace varias semanas, diariamente, coincidiendo con los aplausos, se monta una verbena desde algún balcón o terraza de la plaza, no sé exactamente cuál, porque vivo a unos cientos de metros y no tengo visibilidad más que parcial. Lo que si me llega claramente es el volumen brutal de la pachanga. Cuando digo verbena, es que es una verbena con un equipo de nivel profesional. Ignoro si se trata del técnico de sonido de una banda o es simplemente un entusiasta que dispone del material, pero no son unos simples altavoces domésticos puestos en el balcón. La duración de esta verbena oscila entre los tres cuartos de hora y la hora y media.

Y yo pregunto: si no les parece suficiente falta de respeto montar una verbena diaria con 10.000, 15.000 o 20.000 muertos ya en este país, al menos les debería parecer poco adecuado obligar a todo el barrio a escuchar hora y media de música festiva a cierto volumen (el mismo que cuando, en fiestas, hay concierto en la plaza), cuando me consta que hay gente cuyos familiares acaban de morir y otros que están enfermos o incluso muy enfermos.

Huelga decir que diez minutos de música no molestan, tal vez, a nadie. Seguramente un Resistiré no ofendería ni resultaría inadecuado, por supuesto. Pero personalmente, y creo que el sentido común está en este caso de mi lado, me parece una falta de consideración hacia la gente que está sufriendo obligarles a escuchar, durante más de una hora, los viejos éxitos de Xuxa, Celebrate Good Times de Cool and the Gang, o No estaba muerto que estaba de parranda por poner un ejemplo del improvisado hit-parade. Son canciones muy adecuadas para cualquier celebración, y a mí me gustaría saber qué estamos celebrando.

Cuando he manifestado públicamente en redes mi disconformidad algunos no son capaces de entender mi cabreo. Para ellos la positividad, el buen rollo y el "Todo va a salir bien" están por encima de cualquier otro argumento y están convencidos de que los familiares de los fallecidos, los enfermos o los trabajadores a turnos que tal vez estén durmiendo, lo van a agradecer y hasta disfrutar. Y si no lo entiendes así eres un facha, un aguafiestas y un traidor derrotista.

Hay mucha falta de empatía en nuestra sociedad de hoy y mucho infantilismo también. Si no miro, no existe, y si lo niego, no está ahí. El dolor está tan escondido (¿o tal vez se tapa?) que no llega y no cala, lo cual, en la práctica, hace que no exista más que en el corazón del que lo sufre y en el de su familia.

No es de hoy que el sufrimiento y la muerte se escondan, es más bien característico de nuestra sociedad laica occidental desde hace muchas décadas. Nadie espera de familiares o amigos un luto externo ni siquiera ante el más doloroso de los óbitos. Este tipo de manifestaciones explícitas se dejan solo para el postureo en redes sociales (generalmente cuando el drama viene del país de Muy Muy Lejano).

Sin embargo, la magnitud de la actual tragedia es tan grande, tan calamitosa y grotesca que para algunos parece ser necesario hacer un estruendoso alarde de falsa felicidad y ponerse la mascarilla pintada de carcajada porque de otro modo no sería posible acallar el lamento y el luto de tantas familias, ni tampoco esconder el miedo de tantos profesionales, que, como mártires de nuestros días, salen a trabajar en condiciones propias del tercer mundo, temiendo siempre ser contagiados y contagiar a su vez a sus pacientes y familiares.

No. Yo no quiero participar más de este ocultamiento y de esta crueldad hacia las víctimas y los mártires, y tampoco, digámoslo alto y claro, de esta manipulación.

Sepan los sanitarios, los limpiadores, los cajeros, los reponedores, los transportistas, los militares, los policías y tantos y tantos otros de mi homenaje de gratitud perpetua.

Pero yo no voy a salir más a aplaudir al balcón.