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En medio de la niebla

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Hay quien dice que todo empezó cuando Aznar puso los pies sobre la mesa de Bush, salpicando con su arrogancia la conciencia pacifista que abrazaba una mayoría social. Otros creen, en cambio, que fue Zapatero quien desenterró el hacha guerracivilista, necesitado de argumentos para una socialdemocracia naufragada. Fuera cual fuera el origen, aquella concordia de la Transición que nos impulsaba, comenzó a evaporarse y la espiral de desconfianza se echó a andar, alimentada por una población reacia a los matices y, a lo que parece, nostálgica de las trincheras.

De no ser por esta desazón democrática alimentada por años de desencuentros, que entiende que cualquier causa es buena para alimentar la hoguera de nuestros enfrentamientos cotidianos (“no, bonita, no, el feminismo no es de todas”), es probable que no hubiéramos esperado a que pasara el 8 de marzo para tomar medidas. Nunca lo sabremos, ni tampoco conoceremos si, en ese caso, el número de muertos por coronavirus se pareciera más al de Portugal que al de Italia.

Hasta tal punto de frentismo hemos llegado que ni siquiera cuando dos políticos rompen el guion previsible con un diálogo afable y civilizado, somos capaces de tomar la estela. El intercambio de piropos sostenido por Almeida y Rita Maestre en el consistorio de Madrid se ha colado en nuestras vidas confinadas como un soplo de aire fresco, pero no exento de impurezas. Cada uno ha sacado la interpretación que más le convenía. Para algunos, la actitud de la portavoz de izquierda demuestra una vez más que la izquierda sí que sabe hacer oposición leal. En cambio, los partidarios de los populares ensalzan el talante del alcalde y lo comparan con el del presidente del Gobierno.

En tales circunstancias, traspasadas ya demasiadas líneas rojas, la salida a la crisis del coronavirus nos regala una nueva oportunidad de consenso que adquiere una trascendencia inusitada. Puede que tras esta no se nos presente otra tan clara. Los dos grandes partidos tienen ante sí la posibilidad de reconducir el país bajo un gran acuerdo que, sin marginar a nadie, minimice el impacto sobre las grandes decisiones de Estado de quienes están en posiciones más radicales y tienen menor apoyo electoral.

La convergencia hacia el centro del PSOE y PP salvaría ambos partidos, devolvería la confianza a una gran mayoría de españoles y garantizaría afrontar los destrozos de la pandemia con los mejores mimbres avalados por Europa. Todo sería ganancia. Solo hacen falta dos cosas: dejar de preguntarse quién tiene razón y recuperar la política como el arte de convivir.