El gas y la aguja

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En 1772, antes de descubrir el oxígeno, James Priestley obtuvo por azar el óxido nitroso, un gas aparentemente inocuo que se quedó en el olvido hasta que, 20 años después, Humphry Davy vio que inhalarlo le llevaba a un estado de euforia. La voz se corrió entre la alta sociedad inglesa, y su uso se popularizó como el gas de la risa.

No fue hasta 1844 cuando, en un espectáculo en el que se suministraba el gas a un grupo de voluntarios, Horacio Wells encontró su uso terapéutico. Uno de los individuos se desgarró la pierna, pero no sentía dolor. Sorprendido, Wells probó a sacarse una muela tras inhalar el gas. Acababa de descubrir la anestesia en odontología.

El óxido nitroso engaña de manera curiosa al sistema nervioso. Genera risa incontrolada para enmascarar el dolor.

Esto guarda parecido con los mecanismos de defensa del inconsciente (estrés, ira, negación, resignación, euforia). En una crisis, el impacto suele ser tan apabullante que para el ciudadano es imposible abarcar la dimensión social, sanitaria, económica y mediática del trauma. Sin embargo, para el poder político, ese “dolor” es algo atractivo. Manejar las emociones es una tentación, y la historia está llena de ejemplos de gobiernos que anestesiaron a la población en momentos de crisis para introducir cambios políticos.

En los años 20, Harold Lasswell, uno de los padres de la investigación de la propaganda, descubrió que la sociedad tiende a dar por buena la información de los medios de masas (MCM), y modifica su conducta según el filtro o la interpretación del más dominante. Esta Teoría de la aguja hipodérmica ha sido utilizada a lo largo del siglo XX por gobiernos totalitarios y dictaduras para ejercer control invisible a través de los MCM y llegar al inconsciente social para moldear la opinión pública sin resistencia. Ninguno lo utilizó para reforzar los pilares del Estado ni la democracia.

Por eso, que se aplique masivamente desde las instituciones la “aguja hipodérmica” junto al gas de la risa de la desinformación, convierte en peligrosos a gobiernos legítimos. Hungría tiene hoy su democracia secuestrada por un líder refrendado para suspender el Parlamento y ocupar perpetuamente el poder. Vladimir Putin disfraza de democracia una verdadera autocracia. Trump ha erosionado el equilibrio de la democracia americana con odio y propaganda, y un autodenominado demócrata, Hugo Chávez, pasó de líder del pueblo a dictador con un golpe de Estado.

Volviendo a la España de 2020, si al daño que provoca la crisis se añade la dificultad para digerir toda la información recibida y una ingeniería social cada vez más sofisticada, el resultado es un cóctel peligroso. Porque el miedo ante la amenaza de la salud altera el equilibrio entre Libertad y Seguridad y convierte la idea de control social desde las instituciones “confiables” en algo atractivo, aunque eso acarree pérdida de derechos y libertades individuales.

Si además tenemos un bajo nivel de participación ciudadana y transparencia, inexistente rendición de cuentas y una perversión de los instrumentos de control (MCM públicos, Fiscalía General, CIS), los contrapesos pierden su función, la manipulación se vuelve una aguja hipodérmica, y el daño no se siente por el gas de la risa de la infodemia.

Ningún partido puede permitirse la licencia de menospreciar las instituciones ni pervertir la dialéctica parlamentaria como vemos a diario. El caos solo genera caos. Si no se combate el silencio ante la pérdida del respeto al sistema, el daño será irreparable, aunque no podamos evaluarlo. Muchos ciudadanos son incapaces de distinguir ya, no la verdad de la mentira, sino lo verídico de lo verosímil. Y eso acerca lentamente nuestra democracia a épocas a las que no queremos volver.

El último CIS ha introducido preguntas de marcado sesgo con la clara intención de conducir la opinión pública hacia una defensa del gobierno y predisponerla a) contra uno o más partidos políticos, y b) hacia un modelo de censura informativa controlada por el Estado que vulnera gravemente el derecho a la información y la libertad de prensa, independientemente del la línea editorial.

Que esto ocurra en 2020 da muestra de la inmadurez de nuestro sistema democrático, pero también (y esto debería hacer sonar la alarma) del bajo nivel de comprensión social sobre lo que representa una democracia liberal. Quizá suene exagerado decir que nos acercamos a un precipicio en un país como España, pero las derivas autoritarias nunca fueron drásticas ni radicales, sino paulatinas, y todas comenzaron con el secuestro y la invasión silenciosa de las instituciones públicas del Estado.

Normalizar la intrusión del Ejecutivo en los organismos independientes es el primer paso. Permitir con silencio la vulneración de los derechos constitucionales, es otro. Y si tomamos el ejemplo de la Historia, puede que ni el gas de la risa sea suficiente para despertar a tiempo y parar al monstruo de la manipulación social con fines ideológicos.