La curva

Las curvas del coronavirus. /Anabel Forte

Empezamos esta semana con un lunes que amaga una Curva esperanzada. ¡La famosa Curva tan anunciada por profetas infectados, ya tiene pinta de consolidarse! Nunca se sabe. Sabemos que la Verdad, sea recta o curva, ya no es de fiar entre estos cruces de caminos pavimentados con arenas movedizas. Rutas minadas, en todo caso, donde cualquier cambio de dirección por atractivo que sea desemboca en un nuevo cul-de-sac del bosque.

En todo caso, los habitantes de este bosque encantado, tan perdidos, siguen vigilantes: confinando toses y esperanza en sus cabañas mientras observan rectas mortales desde un catalejo mal graduado. Así aplauden al viento, saludan al prójimo por los balcones para volver, disciplinados, a su hogar hecho alcoba con pijama de ayer.

Más allá de sus confines hay un bosque oscuro y laberíntico, por lo que acepta de buen grado cualquier anuncio de curvas, rectas o… lo que le digan. Mayormente porque no tiene control alguno por los caminos, ni sobre lo que le está pasando, ni sobre todo… de cómo funciona el bosque. Al fin y al cabo depende de unas noticias muy organizadas que con disciplina absoluta le mandan unos medios que a su vez comparten las mismas fuentes.

Este bosque es un jardín inverso del Paraíso: llenos de serpientes y árboles-del-bien-y-del-mal que arrojan manzanas caídas. Un bosque que a veces tiene claros, peajes, muchas noches oscuras y no pocos espejismos. Porque de hecho en sí, no es más que un espejismo grandioso, embaucador. Un bosque que está lleno de diferentes rutas, muy organizadas eso sí, que prometen llevar a sus ingenuos habitantes por vergeles de la utopía.

El problema es que tales rutas no llevan a ningún sitio, sino que se nutre de cunetas de tantos indigestados por manzanas y engañados por reptiles. Los jefes del bosque les entretienen incluso toda una vida dando rodeos y vueltas. Truco, hay que decirlo, muy asumido tanto por unos como por otros hasta que a los unos se le va la mano…y provoca caos antes de tiempo para los otros.

Pero no pasa nada. Este bosque te enferma pero tarde o temprano te ofrece la solución. Él mismo da las dos cosas improvisando sus curvas “milagrosas”. A su tiempo, claro. Sucede que las rutas gastadas implican la apertura de otras nuevas y eso impone un tiempo, porque no es fácil abrir caminos. La Curva de ahora, la de siempre, está formada por el reguero de sangre y tiempo sacrificial de los que, fíjate, nos hacen el favor de morir o dejar de morir… a tiempo.

El surco está hecho pero el fin es sabido y a costa por supuesto, de los de siempre. Pero no pasa nada, ni pasará, porque en el bosque, en el fondo, nunca pasa nada.