Blog del suscriptor

La izquierda distraída y la muerte

Pedro Sánchez con el presidente chino, Xi Jinping, en una reunión en la Moncloa en 2018. /Efe

Pedro Sánchez con el presidente chino, Xi Jinping, en una reunión en la Moncloa en 2018. /Efe

  1. Blog del suscriptor
  2. Opinión

En estos días de confinamiento, a falta de tareas con las que ocupar el espacio de tiempo que se nos ha otorgado, me he entregado al estudio, ya que es la actividad que más serenidad y realización me aporta de entre todas las que hay. En concreto, quizás por la dinámica geopolítica actual y las diversas polémicas que orbitan en torno al gigante asiático, me he vuelto a interesar por China: por sus filósofos, por sus artistas, por su lengua y, más recientemente, por su Historia.

Dos episodios han dejado una innegable impronta en el carácter de los “han” como pueblo en las crónicas del siglo pasado, ambos acometidos por el hombre cuyo retrato se plasma en la Puerta de Tiananmén: Mao Zedong. El primero de ellos fue la Gran Hambruna, que se cobró más de 30 millones de muertos entre 1959 y 1961 y que se debió al fracaso del primer plan quinquenal de la China comunista: el llamado Gran Salto Adelante, que supuso fundamentalmente la aniquilación del pilar fundamental de la economía del Imperio Medio: la agricultura, en favor del fantasma de la industrialización.

El segundo de ellos fue la Revolución Cultural, la “Gran Huida hacia Delante”, que no fue otra cosa que la incapacidad de Mao para asumir la responsabilidad de sus errores, de los que terminó culpando a Deng Xiaoping, a Confucio, a las personas de cierta edad y, en definitiva, a todo aquel que no comulgara ciegamente con sus postulados.

Tristemente célebre fue la frase “Partido comunista, presidente Mao, sálvenos”, no por las muertes que se ocultaban detrás, sino por una realidad aún más difícil de asumir: las propias víctimas del comunismo seguían creyendo en la bondad del mismo hasta en su propia muerte. Creo firmemente que en esas palabras se encuentra la clave de por qué debemos ser recelosos de la izquierda, ello pese a que creamos o sintamos que las ideas o que la voluntad de sus dirigentes sean las correctas, pues aunque eso sea verdad, el idealismo adolescente viene a menudo acompañado de la muy adolescente incapacidad para asumir la responsabilidad de los actos propios, cuando no de la costumbre de intentar culpar a otro de los propios errores.

No dudo que la lucha por la igualdad efectiva entre hombres y mujeres que el Gobierno de España decidió celebrar el pasado 8-M fuera una causa justa, de hecho considero que es una causa más que justa. El problema no es la bondad de los líderes, sino su incapacidad para asumir sus responsabilidades como gobernantes. Mao estaba cargado de buenas intenciones cuando lanzó el Gran Salto Adelante, pero se distrajo, al igual que Pedro Sánchez y sus ministros se distrajeron el pasado Día de la Mujer; Mao olvidó que el fundamento de China era la agricultura, así como Pedro Sánchez olvidó que la amenaza de pandemia global era más importante que una manifestación.

Ese es el principal problema de la izquierda: tiene un discurso político tan moralista, tan rotundo y, si cabe, tan totalitario, en el sentido de que se cree capaz de tener una explicación infalible para pasado, presente y futuro, que se olvida a menudo de lo más básico. El segundo problema es la ausencia de lo que los británicos llaman "accountability" y por eso, al igual que Mao culpó a la cultura de sus errores humanos, Pedro Sánchez pretende culpar a la prensa y a la oposición de los suyos.

No es casualidad que ahora tengan lugar el filtro de las preguntas en las ruedas de prensa, las campañas lealistas desde cuentas de partido en Twitter y la adopción del discurso oficialista por parte de no pocos periodistas, muchos de los cuales hace pocos años se enorgullecían de ser "incómodos": la aproximación totalitaria de la izquierda no suele revestir formas autoritarias, sino que se basa más bien en una sobredosis de bondad que lleva a según qué aduladores a invisibilizar a miles, cuando no a millones, de muertos.

Debemos tenerlo muy presente: la izquierda distraída es también la izquierda irresponsable, la que cargada de buenas intenciones nos aboca a la muerte culposa, que no dolosa, pero que a fin de cuentas sigue siendo lo mismo: muerte.