Era una banda

Octubre de 2019. Evo Morales, presidente hasta la fecha, comete un fraude informático en las elecciones nacionales de Bolivia, denunciado por la propia Organización de Estados Americanos y probado por la consultora externa que analizó los datos. El gobierno intenta las clásicas maniobras de distracción para desactivar la revuelta, sin resultado. Bolivia se toma en serio y sale a la calle. El enésimo tirano socialista hispanoamericano se ve forzado a huir del país y con él su ejecutivo cómplice.

El gobierno de México, reafirmado en su pertenencia al Foro de Sao Paulo –brazo político de las narcodictaduras socialistas americanas– por la presidencia de López Obrador, maniobra para proteger no solo a sus secuaces, también sus propios secretos. Diez altos cargos del destituido gobierno de Morales, acusados de secesión, terrorismo y narcotráfico, se refugian en la residencia personal de la embajadora mejicana en Bolivia.

Entre ellos se encuentran Juan Ramón Quintanxa y Héctor Arce Zaconeta, exministro de Presidencia y de Justicia respectivamente, ambos integrantes –y por tanto testigos– de primera línea del gobierno de Morales, sobre el que recientemente se abrió una investigación para esclarecer presuntos contratos fraudulentos. Ocho de estos contratos de financiación millonaria se adjudicaron a la empresa consultora Neurona, con la que colaboró Juan Carlos Monedero y que trabajó para Podemos en las elecciones generales del pasado Abril y las autonómicas de Mayo.

El pasado 28 de Diciembre, un grupo de vecinos trunca el intento de Cristina Borreguero –encargada española de negocios en Bolivia– de llegar hasta el edificio en el que se encuentran los individuos antes mencionados acompañada de 4 hombres encapuchados y armados. El PSOE lo llama visita de cortesía. Por supuesto, El País también.

Mientras tanto, en España se suceden las negociaciones para la investidura cuyos implicados tratan de fijar con incomprensible –hasta ahora, supongo– precipitación. ERC, PNV, Bildu y UP zarandean entre todos a la muñeca de trapo que siempre fue Pedro Sánchez, pero que gracias a los votos entregados a su partido sirve ahora de sustrato vudú para toda España. En medio de ese juego de la piñata, ERC lanza su órdago: la Abogacía del Estado debe posicionarse oficialmente a su favor.

En el plazo de unos pocos días, este organismo cuyo deber no es servir a los intereses del Gobierno ni al partido que lo integra sino a la nación española partiendo del principio de separación de poderes, emite un informe en el que solicita la excarcelación de Oriol Junqueras con el objetivo de que éste pueda ejercer como eurodiputado. Lo firma Rosa María Seoane López, la misma abogada que aceptó el encargo de rebajar la acusación contra los secesionistas catalanes en el juicio del 1-O tras el cese de Edmundo Bal, su predecesor, precisamente por negarse a aceptar las presiones del PSOE en este sentido. El que es indigno una vez lo será una segunda.

De una misma firma derivan tres consecuencias: la primera, Esquerra ya tiene la humillación formal de España que exigía a cambio de su voto favorable –al margen de todas las concesiones que vendrán–. La segunda, el futuro Gobierno plantea de forma inequívoca su posición sobre el sistema de separación de poderes. Tercera, la Abogacía del Estado desaparece y deja paso a la Abogacía del PSOE, convirtiéndose en el primer organismo de justicia que se entrega manifiestamente al poder político.

En una misma semana, coincidiendo con Navidad, un gobierno aún en funciones –que todavía posee el poder de manera solo subtotal– comete indisimuladamente dos actos de extrema gravedad que reflejan su convencimiento de absoluta impunidad. El peligro que supone esa sensación en alguien con poder no le resta justificación: conocen la efectividad de sus métodos, conocen su ensañado dominio de los medios, conocen el nivel de su votante y saben que Superman no existe. Y si existiera, seguramente podrían subvencionarlo.

Considerables atropellos se contaban ya por decenas –aunque pequeños en comparación con estos últimos– cuando España comentaba con sorna las palabras del entonces aún líder de Ciudadanos, Albert Rivera: “es una banda”, decía. ¿Que por qué lo decía?

Relean este texto. Porque es una banda.