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Pactometría

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el 12 de noviembre, tras firmar el acuerdo de coalición.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el 12 de noviembre, tras firmar el acuerdo de coalición.

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Un candidato a presidente del gobierno ha de aprobar una serie de asignaturas elementales. Entre estas, la relativa a la capacidad de asociación y el establecimiento de alianzas es de vital importancia, sobre todo en momentos en los que es necesario encontrar un cierto equilibrio político que otorgue moderada forma al océano de colores que puebla el congreso y la sociedad. Los pactos, tras las elecciones del 10N, se antojan incluso más difíciles que antes. Llegado el punto, podríamos preguntarnos qué se buscaba exactamente con la repetición electoral que hemos vivido.

Pedro Sánchez, rubricado como ganador indiscutible del proceso electoral, se ha de volver a enfrentar a la situación previa a la celebración de los segundos comicios. Esto, tan criticado por el mismo presidente en funciones cuando idéntico problema asolaba hace años la victoria de Rajoy, es singularmente espinoso, pues Sánchez halló, después del 28A, varias rutas a través de las cuales transitar para formar un gobierno.

La vía de la izquierda y la vía del centro, representada una por UP y la otra por C's, fueron oportunidades que se desperdigaron en vaguedades negociadoras y en incomparecencias, que facilitaron la primacía de ciertos intereses egoístas sobre la voluntad nacional. Según idea del propio Sánchez, la responsabilidad de que no se forme mayoría en el congreso es solo del encargado y principal interesado en articularla. Esto, que parece tan incoherente con respecto a su postura actual, lo pensaba cuando deseaba desentronizar al expresidente del PP. No obstante, ahora que el PSOE gana, la incapacidad para aprobar la asignatura de pactometría no es responsabilidad de un dirigente poco competente, sino un daño colateral propiciado por los planteamientos rígidos de la oposición y los nunca tan irónicamente denominados "socios preferentes".

Poco tiempo antes de que UP insurgiera, Iglesias dijo algo que podría tenerse como cierto en política, particularmente en niveles altos. La tesis principal del argumento de Iglesias era que, para ser político, hay que ser capaz de cabalgar ciertas contradicciones. Esta afirmación es completamente lógica desde el punto de vista pragmático. Los seres humanos somos cambiantes, en ocasiones tendentes a la ambigüedad o la indeterminación, cosa que afecta también al espejo administrativo de la sociedad humana: la política profesional. Pero, sin dejar de ser cierto lo que acaba de exponerse, es saludable y necesario exigir a los representantes nacionales e internacionales de un país un mínimo sentido de la coherencia, o una refinada técnica de la rectificación, que es la forma más honestamente evolucionada de la coherencia.

Pedro Sánchez, desmontado por el Pedro Sánchez de las investiduras pasadas, debería, en sus propias palabras, haber dimitido y dejado su cargo en manos de alguien verdaderamente capaz de aprobar la siempre complicada y comprometedora asignatura de pactometría. Lejos de ocurrir tamaño gesto, el PSOE ha desechado la oportunidad franca de una investidura sin contar con fuerzas nacionalistas y ha abandonado la posibilidad de conformar una mesa negociadora con los representantes del centro liberal español. En los últimos meses, el ambiente que ha rodeado a Sánchez, recluido en un presidencial anonimato, ha sido el de la búsqueda consciente de una repetición electoral confiando en que los astros, las encuestas y las predicciones le eran favorables. La fórmula ha demostrado ser claramente errónea y la ecuación ha derivado en una subida de la polarización del voto, en un refuerzo del extremismo y en una caída del centro, así como en un fortalecimiento moderado de la oposición. Una jugada maestra.

Ahora bien, la complicada situación parlamentaria que llama a la puerta puede distraernos de otras faltas flagrantes de coherencia política. Estas faltas no son imperdonables, pero, desde luego, son reseñables a la hora de diseccionar el talante ideológico de la clase política dominante. El gobierno, ineluctablemente, tendrá que apoyarse en fuerzas nacionalistas. Establecer pactos es natural en democracia, incluso con aliados incómodos. No obstante, es curioso ver la manera en que se tolera un pacto con independentistas y se desliga al PSOE de intereses ocultos de destruir la nación española al tiempo que la misma fuerza socialista, en ataque conjunto con UP, censuraba terminantemente el proceder de PP y C's al formar gobierno en Madrid o Andalucía, alegando, en ocasiones, que quien pacta con la extrema derecha es la extrema derecha. En tiempos de crisis política, las inconsistencias argumentales afloran con rapidez.

Visto todo esto, resulta claro que no se puede adelantar la duración de este gobierno (probablemente breve), ni tampoco se puede asegurar que sea estable y sólido. Las exigencias de los aliados incómodos dictarán el rumbo de este último examen antes de la conformación de gobierno, y determinarán si el PSOE de Sánchez vuelve a suspender pactometría y nos envía, a todos, a septiembre.