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Democracia e identidad

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He intentado una agrupación de electores, en Madrid y Toledo, con el mismo encabezamiento de este artículo. No he sido capaz de conseguir las firmas necesarias, los plazos y la ausencia de motivación política que no sea “en contra de...”, no lo ponen fácil.

Entiendo la situación de bloqueo de la democracia, cuatro elecciones en tres años, como consecuencia de una democracia clonada, que no parte de la identidad del “pueblo” español. Dos claves importantes de la política, el bipartidismo y el federalismo, están en evidente crisis y no forman parte de nuestra identidad.

En el núcleo de esta reflexión una frase nada fácil de comprender: “la democracia será cristiana o no será”. Plantea un dilema espiritual que se proyecta en el ordenamiento político. Nacida en contraste fuerte con los totalitarismos, parte de la convicción de que la inspiración evangélica está en el fundamento de la democracia, o si se prefiere de las “cosas del César”.

Releo esta frase desde la profecía apocalíptica de un dominio cristiano con “vara de hierro” sobre los poderes temporales, hecha por Juan en plena tensión de los primeros cristianos con el culto imperial, profecía cumplida y origen de nuestra identidad en la herencia cristiana.

El dilema se acentúa hoy con una democracia en deriva presidencialista, que presiona sobre el ordenamiento político, que sin serlo, se comporta como tal por las estructuras de los partidos políticos. Las segundas elecciones no dejan de ser una segunda vuelta que fuerza la voluntad de los electores hacia el voto útil bipartidista, directo o por coalición.

Percibo este proceso como una especie de ingeniería social que modifica la voluntad de los electores en lugar de representarla. Un poder de rostro democrático; pero que ha perdido su capacidad de escucha y de diálogo, que pide un sí a las propuestas de los candidatos que tienen un discurso político dominante que es un no.

La inspiración evangélica ha dado forma a nuestra cultura alimentando la capacidad de escucha y de entendimiento, este es “el dominio con vara de hierro” impuesto al poder, que posibilita la representación democrática. Y a propósito me parece oportuna una breve meditación desde el texto de Lucas que presenta a un Herodes que tras decapitar a Juan, el profeta a quien “escuchaba con agrado”, tenía curiosidad por “ver a Jesús”. El poder, al decapitar al profeta, decapita su propia capacidad de escucha y ya solamente “desea ver a Jesús”. ¿Hay un signo de decapitación en el poder moderno, incluso democrático?; desde luego hay pérdida de la capacidad de escucha y diálogo y se desarrolla un “ver” que se aproxima al “culto”.

El bipartidismo enmascara el dilema humano, entre el culto a Dios o al César. La herencia cristiana ha sabido, con trabajo, diferenciar o distinguir lo espiritual, Roma, de lo temporal. La proyección imperial debilitó la nación alemana y se hizo absolutismo en Francia, y en revolución como renovada y universal expresión de “bipartidismo”.
Por otro lado el federalismo, que tampoco está en nuestra identidad, enmascara nuestra ausencia de autonomía política desarrollando la “España de las autonomías”. Una “máscara” también en crisis por el independentismo que cuestiona la misma nación.

Procede una propuesta política, democracia e identidad, ya esbozada como petición a Las Cortes de un cambio político, antes de las dos elecciones. En tres claves.

Opción por la confianza frente al miedo. La atmósfera del miedo, o el des-equilibrio del terror, que viene del siglo veinte, ha favorecido una democracia en crisis de representación, que necesita confianza y se atrofia en el miedo. La ausencia de autonomía tiene que ver con nuestra forma de incorporarnos a esa atmósfera del miedo. Confianza con proyección europea: Europa debe ser espacio sin armas de aniquilación.

Recuperar autonomía política y expresarla como confianza supone un ejercicio de la unidad y un sentido común para superar la fragmentación autonómica y el economicismo dominantes en España y en Europa, porque el miedo impide la política.

Y en tercer lugar, y todo se apoya en esto, es la persona como fundamento de lo político y de la democracia. Una democracia con capacidad de escuchar a los electores, para representarlos, porque hoy no es posible un sentido común sin la participación real. Sería bueno comenzar por la representación de los menores por los padres. Aquí está también la clave para abordar el reto por la unidad. La persona no es pertenencia del estado, menos de una ficción historicista, la opción independentista no puede ser territorial, solamente puede apoyarse en el derecho de la persona.