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Salto de bandera

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Imaginen ustedes que siendo yo Cabo Primero del ejército –que lo fui- tuviera que saltar a mi edad desde un avión portando idéntica Bandera de España y similar equipamiento al del paracaidista Luis Fernando Pozo.

Imaginen que además de hacerlo en un acto tan arriesgado suponiéndome profesional en la materia, soy observado por la realeza, la cúpula militar, clases políticas, civiles y militares, medios informativos, público entusiasta, familiares, compañeros y toda clase de tropas participantes. Ahora imaginen por un instante que lo consigo sin novedad. Mi distinción hubiera sido la de recibir el aplauso de los allí presentes, sin embargo por parte de algunos desarrapados se me hubiera tachado de viejo inservible, a la vez que acabaría despellejado sin ninguna piedad.

La lógica de lo que somos a la vez de lo que hacemos, aplicada por una bandada de estúpidos graciosos que viven de su deslealtad hacia todo lo que lleve la marca España, digo de todo a excepción de las provechosas retribuciones que algunos de estos o estas lumbreras se embolsan gracias a las televisiones públicas y otros medios afines, pues como digo, se apresuran a demostrar en público su “lógica” en clave de ridiculizar a quienes honran con su servicio a los demás.

Redes sociales ni les cuento. El Cabo Primero Luis Fernando Pozo es el mejor ejemplo de lo que digo. Su misión fue cumplida con la profesionalidad de un deber. Nada que retraer de su ejemplar conducta ante una imprevisible ráfaga de viento.

La Bandera llegó a su destino demostrándonos a todos en qué se fundamenta el cumplimento de un compromiso patrio. Una vez más aquí se demuestra la fuerza que tiene la enseña nacional para quienes la fidelidad se ajusta al juramento de defender a quienes lo necesiten sin distinción de ideologías, color de la piel, condición sexual ni religión; por eso quienes humillan a nuestras Fuerzas Armadas, o a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, viven del préstamo de los demás.


A diferencia de otros países en donde las personas coexisten con la grandeza de sus historias, con sus emblemas o con sus señas de identidad, acostumbran a no jactarse en deshonores ni deshonras a costa de sus credenciales más reveladoras como aquí tenemos por costumbre. Llevan a gala su bandera, su himno, sus héroes y lo más importante, su respeto hacia quienes vigilan, guardan y les defienden de estúpidos y maleantes. Honra y respeto.


Me siento orgulloso del salto realizado por Luis Fernando Pozo porque lejos de un lance inesperado está el arrojo de lanzarse al vacío portando la Bandera de España desde las alturas. Tuve un Capitán que nos decía: “lo más difícil de subirse a un avión es tener que bajarse de él en marcha, y además hacerlo desde 1.500 metros de altura” Me siento orgulloso del Cabo Primero Luis Fernando Pozo porque supo guardar para sí el dolor físico y el emocional. Me siento orgullo de él, entre otras cosas, porque su firme ademán era el de tantos compañeros y compañeras que se ocupan a diario de tutear a la muerte, ya sea en misiones de paz o en labores humanitarias.


Vivimos en un desfase de credenciales merced a quienes persiguen con ahínco el ridiculizar lo que nos identifica a pesar de nuestra condición de país libre, por cierto, somos, un referente en el mundo entero por nuestras múltiples virtudes; pero el afán por no cauterizar la herida del rencor nos convierte en animales de costumbre con el perdurable vicio en disfrutar del mal ajeno.

Sabido es que España es una fábrica de mujeres y de hombres valientes, instruidos para defender el honor del compromiso y en eso, admirado Luis Fernando Pozo, ha dado usted toda una lección de hombría, asignatura traída del orden, mando, respeto y disciplina. Método éste que habría que retomar para acabar con los insolventes de mala baba. Vaya mi gratitud y admiración, compañero.